19

En la incertidumbre del momento, Forester pensó que su frenético movimiento había roto de algún modo la inexorable presa de las máquinas. Pensó que se había caído de la silla, hasta que se dio cuenta de que ya no se hallaba en la mansión de Starmont. Mientras se levantaba lentamente del frío suelo de arena miró a su alrededor, aturdido.

—¡Oh, doctor Forester! —Sin dar crédito a sus oídos, reconoció la clara vocecita de la pequeña Jane Carter—. ¿Le hicimos daño?

Sus ojos asombrados la encontraron, y luego a Mark White y Lucky Ford, Graystone el Grande y Ash Overstreet. Todos le rodeaban y le miraban. Curiosamente tensas al principio, sus caras se relajaron poco a poco. Ford se secó sus nerviosas manos con un brillante pañuelo. El viejo Graystone se pellizcó la roja nariz con un extraño gesto de bienvenida. Overstreet asintió, parpadeando. Aún majestuoso con su gastada túnica de plata, espléndido con su fiera cabellera ondulante y su barba, Mark White avanzó para ayudarle a levantarse.

—¡Lo conseguimos! —sonrió el hombretón—. ¡Bienvenido a nuestro refugio!

Tras agarrar la manaza de White, Forester se incorporó torpemente, teniendo cuidado con su pierna. Sentía la rodilla débil, pero aguantó su peso sin causarle dolor. Miró a su alrededor, incrédulo. Estaba dentro de una irregular cúpula natural de piedra caliza excavada por el agua, llena de estalactitas y blancos cristales de calcio que se curvaban a cada lado hasta la dura arena negra. El aire era húmedo y frío. Cerca oyó el fino susurro del agua corriendo.

—¿Dónde…? —Tuvo que tragar saliva—. ¿Dónde nos encontramos?

—Estaremos más seguros si no sabe las coordenadas exactas —dijo Mark White—. Pero esta cueva está a bastantes metros bajo tierra. Un afortunado descubrimiento de Overstreet. Hay agua, y aire suficiente para proporcionar ventilación, pero no hay espacio para que entre ningún intruso mecánico.

—Entonces ustedes…, yo…

—Teleportación —asintió White—. Su resistencia mental inconsciente causó nuestro primer fracaso. Por eso no le advertimos esta vez, sino que esperamos el momento en el que quiso escapar de los humanoides.

—¡Sí que lo hice! —Forester estrechó agradecido la mano de los hombres que le habían rescatado de aquella eficiente prisión. Ya no eran reclutas harapientos. Estaban afeitados, limpios y mejor alimentados. Incluso Overstreet había perdido algo de su enfermiza palidez.

—Le estuvimos observando, Forester. —La manaza de White cayó sobre su hombro—. Me alegro de que no nos vendiera a Ironsmith. —La amargura endureció su voz—. ¿Sabía que casi nos atrapó en la Roca del Dragón antes de que sospecháramos ninguna traición? Venga, déjeme mostrarle cómo vamos a derrotarle.

Forester cojeó ansiosamente tras él para ver aquella fortaleza enterrada. El suelo de arena apenas tenía quince metros de anchura. Los huecos hechos por los bordes bajos de la brillante cúpula componían las habitaciones. La pequeña Jane Carter le mostró orgullosamente un cuartito propio. Un sonoro generador, en otro hueco enjoyado, daba corriente con la que iluminar el techo.

—¿Trajeron todo este equipo por medio de la teleportación? —susurró Forester.

—No hay otra manera —le aseguró White—. Pero mejoramos con la práctica. Nuestra mayor preocupación ahora es no dejar ninguna pista que Ironsmith pueda usar para encontrarnos.

El duro suelo de arcilla de otra cámara baja había sido nivelado para colocar un largo banco de trabajo que estaba cubierto de crisoles, pequeñas herramientas y lingotes apilados de un metal plateado.

—Aquí es donde le necesitamos, Forester. —Dramático en su túnica ajada, White señaló el banco, gastado y quemado por el ácido—. Para que nos ayude a construir los nuevos relés que cambien la Primera Ley.

Forester se volvió hacia el gigante. La luz de sus intensos ojos azules podía ser fanática, pensó, aunque parecía demasiado seguro para ser un fanfarrón, demasiado alerta para estar loco.

—Sólo la interpretación —añadió White—. No tengo nada en contra de las palabras que se ven en esa marca amarilla: Servir y Obedecer y Proteger a los Hombres del Peligro. El problema es que el viejo Warren Mansfield construyó sus primeros relés para que las aplicaran demasiado ampliamente.

Pensativo, cogió un pequeño lingote y lo sopesó.

—Imagino que Ironsmith me llamaría anarquista criminal. Probablemente despreciaría mis motivos tan sañudamente como combate mis intenciones. Pero el valor, la dignidad y los derechos de cada individuo son los valores de mi filosofía…, y la causa por la que lucho.

»Habrá oído el viejo axioma de que un despotismo benévolo es la mejor forma de gobierno. Ésa debió ser la teoría de Mansfield cuando construyó los humanoides…, pero los hizo demasiado despóticamente benévolos como para reducirlo todo a un incómodo absurdo.

Soltó el lingote con fuerza aplastante.

—Pero yo soy un igualitario. Quiero modificar la Primera Ley, para asegurar a todos los hombres y mujeres los mismos derechos que ahora sólo disfrutan Frank Ironsmith y unos pocos traidores más. Incluso la libertad de equivocarse.

Se detuvo para rebuscar impaciente entre un puñado de notas y dibujos apilados bajo un blanco bloque de metal, hasta que encontró un viejo sobre.

—Éste es el cambio que quiero introducir en el control central para enmendar la Primera Ley. —Su resonante voz leyó las palabras garabateadas en el dorso del sobre—. Pero los humanoides no pueden servir o defender a ningún hombre excepto bajo su propia orden, o retener a ningún hombre contra su voluntad, pues los hombres deben ser libres.

—¡Estoy con usted! —Forester se cuadró—. ¿Qué hay que hacer?

—Todo. —Tras colocar el viejo sobre bajo el lingote, el hombretón cogió la mano de Forester con una presa aplastante—. Debo advertirle que intentamos una tarea casi imposible, con medios inadecuados, desafiando a enemigos tan implacables como Ironsmith, ante imprevistos que ni siquiera Overstreet puede prever. Hasta que hemos conseguido traerlo aquí, no tenía ninguna esperanza real.

—¿Qué esperan de mí? —inquirió Forester, inquieto.

—Primero, antes de continuar con planes futuros, debe conocer lo que ya hemos hecho. Le conté que, durante muchos años, ayudé a Mansfield en su lucha por destruir su desgraciada creación…, y creo que realmente habríamos derrotado a los humanoides si no hubiera estado tan ciego a mis habilidades. Porque el trabajo requiere una combinación de acciones físicas y parafísicas.

»Obviamente, el cambio de esos relés requiere un poco de ingeniería física. Pero Mansfield construyó el control para que se protegiera a sí mismo de ninguna intromisión, y lo hace muy eficazmente, como él y yo descubrimos tan a menudo. Ningún hombre puede acercarse a menos de tres años-luz de Ala IV… por medios físicos.

»Pero Jane Carter ha estado allí.

Sorprendido, Forester buscó a la niña. Ella los había seguido al principio por la cueva, y esperaba verla jugando en alguna parte, pero no pudo encontrarla.

—Ha ido a buscar paladio —explicó White—. Necesitamos el metal para construir los nuevos relés, y Overstreet ha descubierto un filón en un planeta donde nunca han estado ni hombres ni humanoides. Las pepitas son casi puras, y sólo tienen rastros de radio y rutenio.

—¡Esa niña pequeña! —susurró Forester—. ¿La ha enviado a otro mundo, sola?

—Un riesgo necesario. —Los ojos de White destellaron, severos—. Necesitamos el paladio, pero reducimos el peligro todo lo posible. Overstreet vigila, listo para avisarla si aparecen Ironsmith o sus peculiares aliados.

El hombretón se volvió hacia el banco de trabajo.

—Ella suministra el metal. Su trabajo será construir e instalar los nuevos relés. Warren Mansfield podría haberlo hecho, si él y yo hubiéramos rebasado alguna vez las defensas de Ala IV. Tendrá que ocupar su lugar.

—No pretenderá… —Forester contuvo la respiración y tembló bajo el frío penetrante de la caverna—. No querrá decir…

—Así es —asintió White deliberadamente—. Le ofreceremos toda la ayuda posible, pero usted es el ingeniero rodomagnético. Debemos enviarle a Ala IV a cambiar la mente de los humanoides.

Forester pasó torpemente la mano helada por el áspero borde del banco, y luego tuvo que sentarse en un taburete de madera, pues las rodillas le temblaban. Miró casi acusadoramente al gigante pelirrojo.

—Sabe que no sé teleportarme.

—Aprenderá —aseguró sombríamente White—. Tendrá que aprender si quiere volver a ver la luz del día. Porque hay trescientos metros de roca sólida entre nosotros y la superficie, y no hay espacio suficiente para que pase un hombre.

—Pero yo… no puedo…

Forester se estremeció, mudo, asaltado por una súbita claustrofobia. El aire húmedo se hizo de pronto demasiado pesado y demasiado silencioso. Contempló la aplastante oscuridad, oculta en las estrechas fisuras donde ninguna luz había estado jamás, y oyó la burla susurrante del agua corriendo a través de grietas demasiado pequeñas para ninguna otra cosa. La caverna era una tumba, y él estaba enterrado en ella…, hasta que fuera capaz de hacer lo imposible.

Pero contuvo el castañeteo de sus dientes y se aferró débilmente a la razón. Si la teleportación le había traído aquí, podía volver a sacarle. Las sombras de las grietas retrocedieron un poco, y Forester inspiró profundamente y se volvió tembloroso hacia White.

—Lo siento, pero el peso de esa roca me sorprendió. Un poco de claustrofobia, supongo. —Se enderezó, inseguro—. Lo haré lo mejor que pueda, pero ya sabe que fracasé antes.

—Podrá hacerlo —dijo White tranquilamente—, porque es usted científico. Y la parafísica es una ciencia. Eso significa que los fenómenos observados pueden ser unidos por hipótesis, iluminados por teorías e integrados por leyes. Significa que los efectos están sujetos a análisis por parte de la lógica, a ser predichos por la experiencia, a ser controlados a través de la causa.

»Una ciencia difícil, lo admito. —Sacudió tristemente su brillante melena—. Y así debe ser, porque el instrumento de investigación es también el tema. El bisturí no puede diseccionarse fácilmente a sí mismo. En todos mis años de esfuerzo he encontrado más preguntas que respuestas satisfactorias. Por ejemplo, ¿qué es la mente?

Los grandes hombros de White se alzaron pesadamente, y entonces sus intensos ojos contemplaron un bajo pasadizo de brillante calcio en una avenida de oscuridad. Forester sabía que era otro callejón sin salida que teminaba contra la barrera física de roca…, pero ahora Jane Carter salió de allí.

La niña se quedó de pie, parpadeando, durante un momento, como deslumbrada por el brillo cristalino de la caverna, y luego corrió hacia White. Forester vio la capa de escarcha formarse sobre el gastado cuello de piel de su abrigo y sobre su pelo oscuro. Tiritando de frío, le dio a White una pesada bolsita de cuero. Las pepitas blancas que el hombre sacó y colocó en una balanza se cubrieron instantáneamente de escarcha, y las humeantes huellas de la condensación empezaron a depositarse sobre el banco. Reprimiendo un escalofrío, Forester observó a la niña, que se agitaba descalza y miraba a White con ojos enormes y adoradores.

—¿Regreso?

—No, creo que es todo lo que necesitamos. —Mirando la capa helada sobre el platillo de la balanza, White sonrió amablemente a través de su llameante barba—. Has hecho un trabajo magnífico, y ahora Graystone tiene un guiso caliente esperándote.

—¡Oh, gracias! Me alegro de no tener que volver, porque hace muchísimo frío ahí fuera.

Corrió felizmente hacia la alcoba de cristal, donde la olla de Graystone humeaba sobre un pequeño horno eléctrico. Mientras contemplaba la escarcha en su abrigo y su pelo, Forester se quedó aturdido y asombrado.

—Hace frío allí —oyó decir a White—. Esas ricas pepitas deben haber sido depositadas hace mucho tiempo, porque el planeta ya no tiene erosión. Se ha perdido de la estrella que debió calentarlo antiguamente, y es demasiado frío para contener aire o agua. La temperatura es muy cercana al cero absoluto.

Forester parpadeó y se agitó.

—¿Quiere decir que ella puede desafiar todas las leyes de la naturaleza?

—No. Simplemente ha aprendido a usar los principios de la naturaleza parafísica…, inconscientemente, creo. Ella sólo… se adapta. Al principio siempre temblaba de frío, en la Roca del Dragón e incluso después de que viniéramos aquí…, hasta que aprendió lo suficiente sobre nuestra nueva ciencia mental como para conservar su calor.

—Pero…, ¿cómo?

—No puede decir cómo. A mí también me gustaría saberlo, pero supongo que ha desarrollado un control psicofísico inconsciente sobre las vibraciones moleculares del calor y el flujo molecular de la evaporación…, ninguna otra cosa puede explicar la forma en que impide la pérdida de calor, agua y oxígeno de su cuerpo en ese planeta helado. Creo que incluso puede disociar el dióxido de carbono para renovar el oxígeno de su sangre. Lo haga como lo haga, puede vivir bajo el vacío absoluto el tiempo suficiente.

Un escalofrío recorrió la espalda de Forester.

—¿Está seguro de que es… humana? —jadeó, inquieto—. ¿No una mutación?

—¡Es humana! —asintió vehementemente el hombretón—. Lo sé. Pese a todos mis fracasos, sé que las capacidades psicofísicas son tan viejas como la vida… ¡Quizá son la vida! Sé que nacen en el cerebro de cada hombre. Están allí, dones más grandes que los de Jane, sin usar, a nuestro alcance inconsciente. —La exasperación sacudió su voz—. Lo sé…, y sin embargo he fracasado siempre que he intentado alcanzar el secreto real del control consciente. Tal vez haya una barrera que no puedo ver, quizá sea algo tan obvio como esto.

Impaciente, cogió un precioso lingote blanco y volvió a golpear con él. Forester vio el odio inmortal sacudirle como un viento amargo y arder en sus ojos. Pero el odio solo nunca detendría a los humanoides. Más tranquilo ahora, Forester le pidió que le explicara los detalles de su tarea y las abrumadoras dificultades.