Tercer día

ENTRE LAUDES Y PRIMA

Donde se encuentra un paño manchado de sangre en la celda del desaparecido Berengario, y eso es todo.

Mientras escribo vuelvo a sentir el cansancio de aquella noche, mejor dicho, de aquella mañana. ¿Qué diré? Después del oficio, el Abad ordenó a la mayoría de los monjes, ya alarmados, que buscaran por todas partes. Búsqueda infructuosa.

Cuando estaban por llamar a laudes, un monje que buscaba en la celda de Berengario encontró, bajo el jergón, un paño manchado de sangre. Al verlo, el Abad pensó que era un mal presagio. Estaba presente Jorge, quien, una vez enterado, dijo: «¿Sangre?» como si le pareciera inverosímil.

Cuando se lo dijeron a Alinardo, éste movió la cabeza y comentó:

—No, no, con la tercera trompeta la muerte viene por agua…

—Ahora todo está claro —dijo Guillermo al observar el paño.

—¿Entonces dónde está Berengario? —le preguntaron.

—No lo sé —respondió.

Al oírlo, Aymaro alzó los ojos al cielo y dijo por lo bajo a Pietro da Sant’Albano:

—Así son los ingleses.

Ya cerca de prima, cuando el sol había salido, se enviaron sirvientes a explorar al pie del barranco, a todo lo largo de la muralla. Regresaron a la hora tercia, sin haber encontrado nada.

Guillermo me dijo que no podíamos hacer nada útil, que había que esperar los acontecimientos. Dicho eso, se dirigió a la herrería, donde se enfrascó en una sesuda conversación con Nicola, el maestro vidriero.

Yo me senté en la iglesia, cerca de la puerta central, mientras se celebraban las misas. Así, devotamente, me quedé dormido, y por mucho tiempo, porque, al parecer, los jóvenes necesitan dormir más que los viejos, quienes ya han dormido mucho y se disponen a hacerlo para toda la eternidad.