30

Mark entra en el garaje de la casa de Ace y cruza junto al deportivo hasta llegar al pequeño armario trastero que hay en el lateral, al fondo. Cuando estaba llorando por la desesperación de no haber hallado a Paula, en el dormitorio del piso de arriba, Mark se quedó mirando durante un rato la pañoleta de Survivor caída en el suelo. En realidad, miraba más allá, como si pudiera traspasarla con la mirada y observar la madera que hay detrás, o las pequeñas moléculas en movimiento, pero eso no impidió que el germen de una idea naciera en su cabeza. Después, cuando escuchó al perro de los Collins y supo que Paula tenía que estar allí, aquella idea acabó por explotar en su mente.

En Survivor, Jeff Probst despedía a los eliminados apagándoles la antorcha y diciéndoles aquella frase que se había puesto de moda en Estados Unidos: «La tribu ha hablado». Y cuando llevaban dos días viviendo en la casa, Mark y Ace bajaron al garaje en busca de herramientas y en aquel armario Mark vio una antorcha. Ante su mirada de asombro, Ace se encogió de hombros.

—Cuando la compré pensé que sería un adorno curioso si hacía cenas en el jardín —le dijo, sonriendo—. Y como soy un poco freak, me compré el mismo modelo que utilizan en el programa.

Mark coge la antorcha y la mira. Todos los animales de la naturaleza temen el fuego, eso es una realidad. Esa es su idea.

De regreso al jardín, Mark busca con la mirada y alcanza a ver a Logan saltando al patio de enfrente.

No puede salir por la puerta principal porque aún suenan golpes detrás de ella. La única opción es saltar a la calle lateral y avanzar desde ahí. Mark se acerca a la valla arrastrando una de las sillas del porche. Después de colocarla junto a la valla, saca el mechero que ha cogido del recibidor de Ace y enciende la antorcha. Después, se sube a la silla para cruzar la valla.

No tiene forma de escucharles, pero desde el tejado vecino, Rachel y Ace le miran al percibir el resplandor de la antorcha.

—¿Qué hace? —pregunta Rachel.

—No lo sé —murmura Ace—. Pero parece una buena forma de suicidarse.

Mark salta a la calle y se queda agachado, con la antorcha en la mano y mirando hacia los lados. Camina hasta ocultarse detrás de un coche aparcado y mira hacia la calle principal. Desde donde está, no ve movimiento. Siente el calor de la llama en la cara y se da cuenta de que está nervioso porque la antorcha le tiembla en la mano.

Sale de detrás del coche y camina hacia la calle principal, tratando de ser silencioso pero andando deprisa, con urgencia. No ha llegado hasta la esquina cuando un rugido le hace mirar hacia la izquierda. A unos diez metros, el cadáver de Marsha Collins le mira con un solo ojo y una baba sanguinolenta resbalándole del labio inferior.

Ella empieza a correr hacia él. Mark retrocede por inercia, y agita la antorcha delante suya, de un lado a otro. Marsha no se detiene y el trasero de Mark choca contra el coche tras el que se ha ocultado un momento atrás. Tiene la mirada fija en Marsha, que corre hacia él cojeando de la pierna derecha y sin ninguna intención visible de detenerse. Mark se sube al techo del coche sin soltar la antorcha. Marsha llega un segundo después y choca contra el coche, extendiendo las manos hacia él y quedándose corta por más de diez centímetros.

—¡Atrás! —le dice Mark, acercando la llama a su cara.

Pero Marsha no reacciona al fuego. Sigue agitando los brazos, tratando de agarrarle a él, y en un momento dado, su mano golpea la antorcha y está a punto de quitársela.

Es aquí cuando Mark se da cuenta de que no era una buena idea. Nosotros podríamos habérselo dicho, claro, pero no es nuestra tarea influir en lo que ocurre. Los muertos carecen del instinto de autoconservación que hace que todas las criaturas del mundo teman el fuego.

También es aquí cuando Mark se da cuenta de que está en graves problemas. Porque, si miras más allá de Marsha, verás al menos otros doce o trece zombies corriendo hacia el coche en el que está subido Mark.

Los muertos chocan violentamente contra el coche y lanzan zarpazos hacia él. Algunas de las manos consiguen rozarle, pero ninguno de ellos logra agarrarle. Mark les mira, sujetando la antorcha en alto, mientras empiezan a rodear el vehículo, con sus bocas abiertas y anhelantes.

Es cuestión de tiempo que uno de ellos, un adolescente de pelo largo, rostro lleno de pecas y una horrible herida en el costado, a la altura del corazón, logre subirse sobre la parte delantera del coche y empiece a avanzar hacia él. Mark le golpea con la antorcha. Su intención al hacerlo no es más que derribarle, pero el fuego prende la ropa del chico y cuando cae al suelo lo hace envuelto en llamas que se esparcen rápidamente debido a los gases de la descomposición.

A Mark se le abre la boca por el asombro. El chico, lejos de morirse del todo, empieza a incorporarse de nuevo, ardiendo como una tea. En su estupefacción, no se da cuenta de que otro de los zombies le alcanza el tobillo hasta que es demasiado tarde y tira de él. Mark está a punto de caer, se desequilibra y trastabillea, sacudiendo el pie, pero logra mantenerse arriba.

El chico del pelo largo corre de regreso al coche, envuelto en llamas. El calor golpea a Mark. Mientras tanto, un hombre con traje y corbata y la cara destrozada a mordiscos ha encontrado la forma de subirse al coche, por el mismo sitio que antes lo hiciera el otro chico. Gritando, Mark le empuja con la antorcha, tirándole hacia atrás.

El calor empieza a ser insoportable. Las llamas que emanan del joven casi le tocan y de repente, Mark tiene miedo de que el coche estalle por los aires. Se está preguntando si es posible que ocurra cuando las llamas del chico se contagian a la mujer que está a su lado, prendiendo su pelo rizado y largo. El olor a pelo quemado le revuelve las tripas.

Para entonces, otros dos muertos empiezan a subirse al coche. Además, el calor es cada vez más fuerte y Mark tiene que concentrarse realmente y hacer uso de toda su fuerza de voluntad para no dar un paso atrás y alejarse del fuego. De hacerlo, los zombies que se encuentran por ese lado le cogerían con facilidad. Mark golpea con la antorcha a los que están subiendo, derribándoles de nuevo.

Y en ese momento, el adolescente de pelo largo deja de mover los brazos y cae a plomo hacia el suelo, donde sigue ardiendo pero de donde nunca volverá a levantarse. Y Mark lo ve, y se fija en la mujer del pelo rizado en llamas. Con una chispa de esperanza, Mark pega la antorcha a la cara de uno de los zombies hasta que su pelo y su ropa empiezan a arder. Después, Mark se gira hacia Marsha y repite el procedimiento. Esta vez, las manos de la mujer agarran la antorcha y tira de ella, arrebatándosela.

Mark se queda desarmado. Mira alrededor. Tres zombies están ardiendo, más el joven tirado en el suelo. Y otros dos están subiéndose al coche. Ahora no tiene cómo detenerles, y pelear con los puños le parece demasiado arriesgado. Su espacio para moverse es tan escaso que un paso en falso haría que le agarrasen y le derribasen.

Así que Mark toma la otra salida. Cuando salta por encima de Marsha y otros dos muertos que están junto a ella, estos le siguen con la mirada y con los brazos, incapaces de agarrarle. Mark cae en la calzada flexionando las piernas y apoyando una mano en el suelo. Hay que saber apreciar las pequeñas cosas, y es evidente que Mark podría haber caído mal, incluso haberse doblado el tobillo o cualquier otra cosa, y eso le habría condenado en ese momento. Quedarse arriba tampoco era una opción, está claro, pero saltar no estaba exento de riesgo. Y tampoco es que haya quedado libre, si vamos a eso.

Mark empieza a correr. Los muertos que rodeaban el coche se lanzan en su persecución al momento. Mark no les mira, porque está concentrado en correr, pero nosotros podemos permitirnos ese lujo. Es poco probable que tengas la ocasión de volver a ver a gente corriendo rodeados de fuego, como es el caso de tres de los muertos que persiguen a Mark. Ah, y Marsha, que no ha sido víctima del fuego, mírala, empieza a quedarse atrás rápidamente debido a la cojera provocada por las heridas que tiene en la pierna, pero eso no hace que desista, y avanza renqueante, clavándole mordiscos al aire mientras corre.

Pronto, la mujer del pelo rizado abandona la carrera al caer al suelo. Ya no queda rastro de su hermoso pelo y su cabeza es una bola redonda y ennegrecida que sigue ardiendo durante un rato más.

Otros muertos se unen a la carrera. Algunos aparecen desde delante de Mark, y este los esquiva haciéndoles una finta. Apenas unos milímetros le salvan de ser atrapado por una mujer latina con las uñas pintadas de color rosa chicle y un largo collar rebotando en su cuello.

Mark corre como alma que lleva el diablo, concentrado apenas en mover las piernas lo más rápido posible, forzando al límite la máquina. Detrás de él, los muertos van ganando terreno con incansable tenacidad. Mark hace un giro brusco al pasar junto a un coche. Los muertos le siguen, chocándose entre sí, y dos de ellos acaban revolcándose en el suelo para volver a levantarse segundos después.

Mark alcanza a ver la puerta que lleva al jardín de Sandra Ridgewick, a unos cincuenta metros. Doscientos más allá, como mínimo, está la puerta de los Collins. Demasiada distancia. Sabe que están encima de él. Puede sentirles. Les escucha.

Por si fuera poco, hasta tres zombies salen del jardín de Sandra Ridgewick y empiezan a correr hacia él. Mark se desvía hacia la acera contraria, cruzando la calle, pero los muertos se desvían también. Logra superar al primero de ellos, finta al segundo regresando al interior de la calle, y embiste al tercero encogiendo el cuello y apuntando al estómago del monstruo.

Esto es todo, piensa, si fallo se acabó.

Su cabeza impacta en el pecho de la criatura. Las manos del muerto arañan su espalda tratando de alcanzar su carne. No lo logran, pero la izquierda agarra su camiseta y cuando cae al suelo, tira de ella haciendo que Mark pierda el equilibrio. Mark no cae, no inmediatamente al menos, pero sí pierde el equilibrio, golpea con las dos manos y una rodilla en el suelo y se impulsa hacia arriba de nuevo. Su camiseta se rasga, dejándole al cadáver del suelo un trozo en la mano. Mark está a punto de conseguirlo, en serio, es apenas por milímetros, su cuerpo está recuperando la verticalidad, su pierna izquierda logra dar la siguiente zancada y la derecha comienza el movimiento que le hará recuperarse y seguir en carrera, pero por lo que son apenas unos milímetros, el arco del movimiento de su pierna hace que la punta del pie se clave en el suelo, haciéndole perder pie.

Mark cae al suelo y da tres vueltas golpeándose la cabeza antes de detenerse. Mira hacia delante, hacia la puerta que lleva al jardín de los Collins, mientras un hilillo de sangre resbala desde su frente, allí donde se ha golpeado. El primer muerto se lanza sobre él gritando algo incomprensible.

Esto es todo.