En el momento en que Ace le dice a Rachel que tienen que salir al tejado, la cara de la mujer se torna en extrañeza. El tono de Ace no deja lugar a dudas, por mucho que ella le mire como si estuviera loco.
—Yo cogeré a Axel. No le pasará nada, te lo prometo. Saldremos de esta, Rachel.
Omite, sin embargo, la pregunta que se hace continuamente. ¿Una vez en el tejado, qué van a hacer? ¿Esperar hasta morirse de hambre? Pero Ace es un hombre práctico, un hombre con una mente capaz de explorar todas las opciones y valorar cada una de las estrategias. Así fue como logró ganar Survivor. Y ahora, el único camino posible que es capaz de ver es el de sobrevivir a los próximos diez minutos y después… ya se verá.
Seguir adelante, sin vacilaciones.
Apoya sus manos en las mejillas de Rachel, que está temblando por el miedo, y obliga a la mujer a mirarle a los ojos.
—Rachel, escúchame… no voy a dejar que os pase nada, pero tienes que confiar en mí. Tenemos que salir de aquí antes de que atraviesen esa puerta.
Una puerta que no va a resistir mucho más tiempo, por cierto, aunque Ace también omite esa información. No necesita asustar más de la cuenta a Rachel. Y cuando ella asiente, despacio, él le guiña un ojo y abre la ventana. El aire frío del exterior les golpea con crudeza. Ace recoge a Axel de los brazos de la mujer, y le tapa con su pequeña manta, tratando de cubrirle lo máximo posible del frío.
Rachel se sube a la ventana, temblando, y mira hacia abajo.
—No puedo.
—Sí que puedes, Rachel.
Temblando, Rachel da un paso hacia el lateral. Su pie resbala y cae, golpeándose la rodilla contra las tejas. Agarra el filo de la ventana y aguanta la posición. Cuando mira a Ace de nuevo, tiene los ojos anegados en lágrimas.
—No puedo, Ace.
—Rachel… Tienes que poder.
Ace evita mirar atrás. A su espalda, la madera cruje amenazadora con cada golpe y ataque de los muertos, pero él mantiene la mirada fija en Rachel. Finalmente, ella se vuelve a incorporar y avanza hacia el lateral del tejado, manteniendo un precario equilibrio extendiendo los brazos en cruz. Ace no espera hasta que la mujer llega a la chimenea. Sale al exterior sujetando a Axel con fuerza contra su cuerpo y tratando de no dejarse desconcentrar por el llanto desconsolado del niño. Afianza cada pie antes de avanzar, y suelta el marco de la ventana cuando dentro de la habitación se escucha un gran estrépito al caer la puerta y ser atravesada por los zombies.
Su rugido les llega claramente. Rachel, abrazada a la chimenea, le mira y le dice que siga adelante. Ace, sin embargo, se detiene y mira atrás.
El primer muerto alcanza la ventana y le mira, extendiendo las manos hacia él. Ace no cree que sean capaces de perseguirles. Aunque lograran subirse a la ventana, no mantendrían el equilibrio en el tejado. Pronto, hasta seis muertos se asoman a la ventana, gruñendo y rugiendo y gritándoles. Ace aprieta a Axel contra su cuerpo y le besa con suavidad en la cabeza, sin dejar de mirar a los monstruos.
—¡Ace! —grita Rachel, a su espalda.
Él se gira para mirar a la mujer, pero ella está mirando a la derecha. Ace sigue la dirección de su mirada. Desde allí puede ver su propia casa, su propio jardín convertido en improvisado huerto. Y allí, de pie, tres figuras humanas que les miran. Un ramalazo de esperanza surge en el corazón de Ace. Y esas tres figuras están hablando entre sí, y desde aquí no hay forma de que les oigamos, así que te propongo que nos acerquemos a ellos. Ven, acompáñame.
—Tenemos que ayudarles —está diciendo Pablo.
—Son Ace y Rachel —dice Mark—. Y el niño.
—Oh, Dios —murmura Pablo, levantando una mano para señalar—. ¡Está saliendo!
Y pueden ver que Ace también se ha dado cuenta y ha cogido la pistola que lleva en la cintura. Uno de los muertos ha conseguido incorporarse a la ventana. Antes de que Ace tenga tiempo de disparar, el muerto da un paso hacia él, resbala en las tejas, cae contra el tejado y se desliza hacia abajo, precipitándose hacia el suelo agitando manos y piernas.
—Ahí están a salvo por el momento —asegura Mark—. Tenemos que ir a buscar a Paula.
—Ni siquiera sabemos si Paula está realmente en aquella casa —le recuerda Logan—. Y ellos tienen un niño ahí.
Mark les mira a los dos, de uno a otro, y niega con la cabeza.
—No, no puedo dejar a Paula. Si está viva, tengo que llegar hasta ella.
—Pero de ellos estamos seguros —le dice Pablo, tratando de hacerle entrar en razón—. No podemos abandonarles en ese tejado.
Mark mira a Logan, buscando apoyo.
—Estoy de acuerdo con él, Mark.
—Pero… ellos están a salvo…
Mark se da cuenta de que nada de lo que diga les hará cambiar de opinión.
—Yo iré a por Paula —decide.
Logan cierra los ojos y suspira. Cuando vuelve a abrirlos, mira a Mark con condescendencia.
—Ten cuidado, ¿de acuerdo?
—Lo mismo os digo. Y gracias.
Logan asiente. Mark se da la vuelta y corre de regreso al interior de la casa. Por un momento, Logan frunce el ceño, extrañado, pero Pablo le habla, devolviéndole a la realidad.
—Sólo conservamos la azada.
—Suficiente —asegura Logan—. Vamos.
Avanzan hacia la valla de madera que separa ambos jardines. Al llegar hasta ella, Logan ayuda a Pablo a erguirse a ella. El chico lleva la azada en la mano y se sube a horcajadas sobre ella. Le tiende una mano a Logan, que la utiliza como apoyo para subir de un salto. Una vez arriba, Logan mira hacia el tejado.
—¡Ace! ¿Me oyes?
Desde donde están no pueden verse unos a otros.
—¡Sí! —la voz de Ace les llega por encima de los gritos de los muertos.
—¡Voy a necesitar que me prestes tu arma!
Silencio un par de segundos. Pablo señala al zombie que cayó desde el tejado. Es aquel al que Ace llamó Frac. Está tirado en el suelo, arrastrándose hacia ellos, con las dos piernas, y un brazo, rotos por la caída y torcidos en ángulos antinaturales.
—¡De acuerdo! —grita Ace.
—¡Ponle el seguro antes de dejarla caer! —le pide Logan. Después, mira a Pablo—. Chico, será mejor que corras a cerrar esa puerta —le señala la puerta que comunica el jardín del matrimo nio Morris con la calle principal—. No quiero tener que preocuparme más de la cuenta por nuestra retaguardia.
Pablo asiente solícito y salta al jardín. Logan le observa correr medio agachado. Un golpe a su izquierda le hace volver la cabeza. Ve la pistola en el suelo, a un par de metros del hombre del frac. Un momento después, desde arriba cae una caja amarilla que Logan reconoce como una caja de munición. Al chocar contra el suelo, la caja se abre y algunas de las balas se esparcen por el suelo.
Logan salta a tierra y avanza hacia el arma. Pasa junto al hombre del frac, que estira su único brazo útil tratando de agarrarle y le lanza un gruñido cuando se le escapa por centímetros. Logan se agacha a por el arma y recoge las balas, devolviéndolas a la caja. Luego, se guarda la caja de munición en el bolsillo y mira hacia la entrada. Pablo acaba de cerrar la puerta y está regresando.
Logan se acerca al hombre del frac, le da una patada para hacerle girar, dejándole boca arriba, y se agacha a su lado, manteniéndose a la suficiente distancia para evitar la mano que intenta arañarle.
—Saluda en el infierno de mi parte.
Golpea con brutalidad la cabeza del hombre utilizando la culata de la pistola, hundiendo los huesos de la cara hasta que el rostro del hombre no es más que una masa informe de sangre, hueso y sesos. Cuando Pablo llega hasta él, el tipo del frac está más que inmóvil y ni siquiera sus seres más cercanos le habrían reconocido nunca. Pablo silba impresionado. Logan se levanta.
—Y ahora, entremos en esa casa.