Retrocedamos en el tiempo. Supongo que es hora de que sepamos qué ocurrió con Paula después de que Mark le pidiera a Stan Marshall que acompañara a Junior y a la niña a casa, así que regresemos a ese momento en concreto en que la puerta del jardín de Tom Ridgewick se cierra a la espalda de los tres. Paula se coloca a la derecha de Stan y le da la mano. Al notar la mano de la niña, Stan aparta sobresaltado su mano y mira a Paula con un gruñido. Ella le mira con sus grandes ojos abiertos como platos, asustada.
—¿Por qué siempre haces eso? —pregunta.
—¿El qué?
—Ese ruido con la garganta.
Stan gruñe como para preguntar si se refiere a eso, y Paula asiente. Al darse cuenta de que los dos niños le están mirando fijamente, Stan vuelve a gruñir sin querer.
—Es un acto reflejo —dice.
—¿Qué es un acto reflejo? —pregunta Junior.
Otro gruñido. Stan sacude la cabeza, como tratando de espantar de esa forma los gruñidos.
—Algo que la gente hace sin pensar realmente en ello porque lleva haciéndolo toda la vida.
—¿Cómo lavarse los dientes?
—No. Lavarse los dientes es una costumbre.
—No entiendo —dice Paula.
Stan gruñe a modo de respuesta.
—Hay muchas cosas en la vida que no entenderás jamás, y está bien que sea así. Y ahora vamos.
Stan se gira y empieza a andar. A su espalda, los dos niños aceleran el paso para alcanzarle. Paula se sitúa a su derecha y enlaza su mano con la del hombre. Stan, sorprendido de nuevo, se gira hacia ella, sin apartar la mano esta vez.
—¿Por qué me das la mano?
—Es un acto reflejo —responde ella sonriendo.
Stan se ríe gruñendo a la vez, lo que le produce un breve ataque de tos. No le gustan los niños, es cierto, pero no podría negar que en realidad está encantado en este momento.
—Me parece que eres un poco listilla —le dice a la niña, revolviéndole el pelo.
—Mamá siempre me decía que le diera la mano por la calle —responde ella, encogiéndose de hombros—. Pero mamá no está, así que te la doy a ti.
—Y esa es una buena costumbre —responde Stan, divertido—. Pero no un acto reflejo. Y de todas formas, aquí no hay coches que puedan atropellaros. Puedes soltarme la mano tranquilamente.
Paula mira a Junior, que va un poco adelantado dándole patadas a una piedra. Vuelve a mirar a Stan, que asiente con la cabeza y le hace un gesto. Paula, como si temiera desatar la ira de los dioses al hacerlo, le suelta la mano lentamente y después corre hacia Junior, saltando.
—¿A qué no me pillas? —le grita, tocándole en el hombro.
Junior olvida la piedra y corre detrás de Paula, que huye gritando y riendo. Stan les observa. No puede evitar el gruñido que le sale de la garganta, pero se trata de un sonido de alegría, así que tampoco le importa. Recorren la calle principal así, con los dos críos correteando de un lado a otro y Stan por detrás de ellos. Al final, llegan hasta la puerta de la casa de Ace. Stan saca las llaves del bolsillo.
—¿Podemos ir a ver a Pluto? —pregunta Junior—. Quiero darle de cenar.
—No —responde Stan—. Es mejor que nos quedemos aquí.
—¡Jo, porfa, porfa, vamos con Pluto! —protesta Paula, cogiéndole de la mano otra vez y haciendo pucheros con los labios.
Stan gruñe mirando a la niña, pero los pucheros no desaparecen y Junior se une a ellos, agarrándole la mano que tiene libre.
—¡Por favor, señor, vamos con Pluto!
—¡Vengaaaaa, un ratoooo! —suplica Paula.
Stan menea la cabeza consintiendo, y los dos niños lanzan un grito de felicidad al aire. Stan suspira resignado, y echa a andar detrás de los niños, que corren por la calle dando saltos y celebrando su victoria. Stan se dice que ha cedido muy rápido pero también, en realidad, no hay ninguna razón para impedirles ir a jugar un rato con el perro de junior.
Así que sí, Stan Marshall, Paula y Junior llegan a la casa de los Collins. Pluto les recibe dando vueltas alrededor de ellos y saltando sin tocarles, meneando el rabo a toda velocidad y lanzándose a dar lametazos a Junior. Los dos niños se tiran encima del perro, que cae al suelo, y los tres se revuelcan, riendo los niños y jadeando de placer el animal. Stan les observa desde la puerta, cruzando los brazos.
Junior se levanta y corre a por la pelota. Pluto le persigue y da vueltas a su alrededor. Paula se ríe y corre detrás de ambos. Desde donde se encuentran es imposible que oigan los gritos de Marsha Collins cuando los zombies la devoran, pero Stan escucha perfectamente el sonido del primer disparo efectuado por Logan cuando los muertos irrumpen en el jardín de Tom Ridgewick. Los niños no se dan cuenta, demasiado ocupados como están en jugar con Pluto, pero Stan se pone rígido al instante. El resto de disparos sólo hacen que aumentar su inquietud.
—¡Chicos! —les llama, pero los dos niños se están riendo a carcajadas y no acusan haberle oído. Así que Stan eleva la voz—. ¡Chicos!
Ahora sí, Paula y Junior se giran para mirarle. El único que no se detiene es Pluto, que continúa dando vueltas alrededor de los dos niños, demandando más juego. Algo en el tono de Stan hace que los dos niños se asusten. Stan lo ve en sus ojos y piensa que está bien porque él también está asustado.
—¿Qué pasa? —pregunta Paula. La voz le tiembla, y ya no parece la niña divertida y sonriente que le ha dado la mano hace menos de diez minutos.
—Sólo… yo… no lo sé —responde Stan—. Pero será mejor que no hagáis ruido. Entrad en la casa. ¡Vamos!
Junior está asustado y se pone en pie pero Paula ya ha vivido situaciones semejantes allá en Castle Hill, un sitio que ya le parece tan lejano en el tiempo como la prehistoria, y eso hace que no esté asustada, sino aterrorizada. Paula corre hacia la casa, y al verla, Junior y Pluto corren también. Stan espera hasta que les ve cerrar la puerta antes de darse la vuelta y abrir la puerta del jardín.
—Ojalá me esté equivocando, chicos —murmura. Aunque apostaría su vida a que no, pero ese es otro cantar.
Durante los siguientes ocho minutos, Stan se mantiene en el umbral de la puerta, con el cuerpo asomando en la calle, atento a cualquier movimiento, con la mente ocupada en mil pensamientos, a cada cual más trágico. Tiene miedo, sí. Y cuando ya lleva siete minutos allí fuera, empieza a sentirse estúpido y está a punto de regresar al jardín y llamar a los dos niños a gritos para que salgan de nuevo a jugar. Pero recuerda la voz de su mujer, que siempre le decía que fuera paciente porque Dios recompensaba a los pacientes, y se queda un poco más.
Un minuto más y entro, se dice.
Le bastan veinte segundos. Al principio escucha pasos que corren y algún alarido que reconoce perfectamente. Él también ha vivido situaciones similares en Castle Hill. Y sigue sin moverse hasta que ve aparecer la primera figura tambaleante desde la esquina de la calle principal. Entonces sí, se mete en el jardín y cierra de nuevo la puerta procurando no hacer ruido.
El corazón se le acelera. Su mente bulle de pensamientos, la mayoría de los cuales le gritan que corra a esconderse. Se da la vuelta y corre hacia la casa. Toca en la puerta, flojito, intentando que no se le escuche. Desde dentro, Pluto ladra. Stan se encoge y mira atrás. Nadie ha entrado en el jardín.
Junior le abre la puerta. Está regañando a Pluto por ladrar y Stan le tapa la boca con una mano y le indica que guarde silencio con la otra. Después entra en la casa y cierra la puerta con sumo cuidado.
—Chicos, vamos a tener que estar muy calladitos, ¿de acuerdo?
En la oscuridad, Stan puede ver que los dos niños mueven la cabeza afirmativamente. Y también puede sentir el miedo de ambos, no hace falta que le digan nada. Y entonces, en un acto reflejo que jamás habría creído posible, Stan les abraza y les atrae contra su cuerpo. Casi al momento, Paula rompe a llorar. Y Pluto, como si también fuera consciente del miedo de los niños, les lame la cara, primero a uno y luego a la otra.
Sorprendentemente, Paula se ríe. Entre lágrimas, sí, pero se ríe.
Y así, los tres se mantienen durante un tiempo guardando silencio para evitar ser detectados. Un tiempo en el que Stan se pregunta qué van a hacer para salir de allí y si los demás estarán bien. En algún momento se pregunta también qué hará si los demás no están bien, si tan sólo queda él y los dos niños. Porque Stan es más que consciente de que él no es un luchador y sabe que no podría protegerles durante mucho tiempo. En realidad, no sabe cómo fue capaz de sobrevivir en Castle Hill. Esquivar una horda zombie con dos niños a su cargo le resulta impensable.
Al final, sin ninguna otra razón más que su propia naturaleza, Pluto se pone a ladrar. Junior le ordena que se calle, pero Pluto no le hace caso. Stan se alarma y se pone en pie. Junior sigue diciéndole al perro que pare de ladrar, incluso le da tirones del collar. Stan gruñe sin darse cuenta de que lo hace.
Es demasiado tarde. Han empezado a aporrear la puerta.