Emma Walter humedece un trapo en la bañera llena de agua desde que se habló en una de las asambleas que debían hacer acopio de agua, lo retuerce y lo coloca sobre la frente de Ozzy. Todo el cuerpo del hombre parece estar ardiendo. Está sudando tanto que tiene el pelo pegado a la cabeza y le caen gotas por la cara y tiene el pecho brillante y lleno de pequeñas gotas.
—Me atrincheré en mi bar —está diciendo. Tiene los ojos cerrados y habla despacio, a veces dejando demasiado espacio entre dos palabras. En un par de ocasiones, el silencio fue tan largo que Emma estuvo tentada de salir del baño, temiendo que le había llegado la muerte y cuando volviera a abrir los ojos lo haría convertido en un monstruo. Pero Ozzy no había abierto los ojos, y sí había seguido hablando—. Ese bar era toda mi vida… y sobrevivimos allí… Fuimos pocos los que lo logramos. Era un pueblo grande pero sólo unos pocos salimos de allí con vida.
—¿Quieres beber agua? —le pregunta ella, mojando otro trapo en la bañera. Los labios de Ozzy están blanquecinos y resecos.
—Sí…
Emma acerca el trapo a la boca de Ozzy y este bebe con avidez, sorbiendo el agua que sale del paño. Emma lo mantiene allí hasta que Ozzy aparta la cabeza y la vuelve a apoyar contra la pared. Le mira al pecho. Sube muy despacio y vuelve a bajar, a la misma velocidad agónica.
—Nos llevaron a Los Ángeles —murmura Ozzy, en voz tan baja que a Emma le cuesta entenderle—. Y sólo salimos siete de allí… que yo sepa. Ojalá los demás también lo lograran… pero nosotros sólo éramos siete. Contando a Mark, que realmente no… no es del pueblo.
Emma asiente, como si estuviera prestando atención a la historia cuando en realidad ni siquiera entiende muchas de las cosas que dice, que salen de la boca de Ozzy a borbotones, pastosas. Ozzy tiene los ojos cerrados así que tampoco es que pueda verla asentir.
—Sobrevivir a todo eso y morir así —Ozzy sonríe. O al menos lo intenta. El gesto de su cara es una mueca extraña—. Debe ser mi destino. ¿Crees en el destino?
—Sí.
—Yo también. Yo también creo en el destino.
Emma menea la cabeza. Siente lástima por ese hombre moribundo. Le gustaría poder hacer algo que le aliviara el dolor, pero no se le ocurre más que lo que está haciendo. Vuelve a humedecer el trapo, a retorcerlo y a colocarlo sobre la frente de Ozzy.
Pero salgamos del cuarto de baño y vayamos al recibidor. Brad sigue sentado en las escaleras. Está mirando la puerta principal, preguntándose si podría resistir eternamente. Junto a la puerta que lleva al salón de la casa, Verónica, Shane y Neil están viendo el contenido de la mochila que han recuperado. Rodger está un poco más allá, observándoles como la gente mayor observa a los que no pertenecen a su generación y con los que no se sienten conectados.
Tiene ganas de sentarse. Supone que en parte es por la escasez de comida, pero cada día se siente con menos fuerzas. Abre la puerta que lleva a la cocina y entra. Camina hacia las dos banquetas que hay junto a una mesa auxiliar, pero se detiene al pasar junto a la nevera. Se pregunta si Tom tendrá una cerveza. En estos momentos, le da igual que esté caliente. Mataría por una cerveza.
Es evidente que no se ha dado cuenta, y no tenía manera de saberlo, que la puerta que conecta el jardín con la cocina está entreabierta. El hombre que se acerca a ella, tambaleándose por una mordedura en el gemelo de la pierna derecha, lleva ropa de hacer ejercicio, ronda la cuarentena y luce una espléndida calva. Además de con su pierna, los que le mataron se ensañaron con su cara. Prácticamente no queda sitio sin haber sido mordido o arañado. Toda el rostro de este hombre parece haber sido reducido a pulpa.
Al ver a Rodger gruñe como un perro antes de atacar. Rodger se queda paralizado y le mira. Nunca lo admitiría, ni bajo coacción, pero al ver al zombie en el umbral de la puerta se le escapan un par de gotas de orina. Después, el muerto lanza un alarido y se lanza a la carrera hacia él. Rodger grita y retrocede, chocando contra la encimera, derribando dos sartenes que Brad y Emma utilizaron hace lo que parecen horas para preparar el puré, y trata de regresar al vestíbulo. El zombie va directo hacia él y estira los brazos. Sus manos están manchadas de tierra y sangre y algo grumoso y amarillento. Rodger choca con alguien. Verónica pasa como una exhalación a su lado, levantando el atizador por encima de su cabeza. Años de experiencia trabajando en el cuerpo de bomberos de Castle Hill le han enseñado a saber dirigir toda la fuerza de un golpe en el punto deseado, algo de vital importancia cuando se trata de abrir puerta atascadas en situaciones de incendio, por ejemplo.
El atizador se hunde con un sonido acuoso en el cráneo del hombre, que cae inerte de rodillas, con el gancho del atizador aún cla vado en el cráneo. Verónica apoya un pie en el pecho del muerto y empuja hacia atrás, al tiempo que tira del atizador para recuperarlo. Al salir, el ruido es un «pop». El muerto se desploma en el suelo.
—Verónica…
Es Shane. Pero Verónica no necesita que le digan nada. Puede oír tan bien como los demás los pasos apresurados que corren hacia la puerta entreabierta de la cocina. Verónica retrocede hacia ellos.
—¡Vamos! —dice— ¡Vamos!
Neil, Shane y Rodger regresan al vestíbulo a la carrera. Verónica cruza la puerta de espaldas. En la cocina irrumpe un zombie, mirando hacia todos lados con la boca abierta. Localiza a Verónica y lanza un rugido. Detrás de él vienen más.
—¡Arriba, corred! —grita.
Brad, que está sentado en las escaleras, abre los ojos como platos al ver abalanzarse sobre él a Shane y Rodger. Intenta levantarse, tropieza, vuelve a intentarlo y empieza a subir la escalera ayudándose de manos y pies. Rodger y Shane le siguen de cerca. Neil y Verónica están empezando a subir en ese instante.
Emma sale del cuarto de baño. Está asustada por los gritos.
—¿Qué ocurre? —pregunta.
A mitad de escalera, Rodger se detiene al oír la voz de su mujer. Shane se golpea contra su espalda y está a punto de perder pie y caer rodando escaleras abajo.
—¿Emma? —grita Rodger—. ¡Emma, tienes que subir! ¡Corre!
Emma le mira asustada. El primer zombie atraviesa la puerta que lleva desde la cocina hasta el recibidor, tropieza con la mochila de Neil y cae al suelo estrepitosamente. Al levantarse, fija la vista en Emma, cuyo camino hacia la escalera acaba de quedar bloqueado por este zombie.
—¡Emma! —grita Rodger.
—¡Mamá! —Shane, agarrado a su padre, también grita.
El muerto empieza a levantarse cuando el atizador le golpea en la sien. El impacto es tan brutal que el cuerpo del hombre cae hacia la derecha y su cabeza se estrella contra la pared de enfrente con tanta fuerza que deja una mancha sanguinolenta en ella. Desde la escalera, Verónica se prepara para golpear al próximo que cruce la puerta de la cocina.
—¡Vamos, Emma! —grita.
Es una chica. Estaba a punto de cumplir los dieciocho cuando el Cuarto Jinete llegó a Half Moon Bay. Ahora está muerta, y nada más entrar en el vestíbulo, se lanza gritando sobre Verónica. Esta le golpea con el atizador, mandándola contra la barandilla. Vuelve a levantar el atizador y antes de que la zombie tenga ocasión de levantarse y reanudar su ataque, Verónica le golpea de nuevo. Ahora, la frente de la chica parece estallar hacia dentro y la chica cae sentada en el primer escalón para no volver a moverse jamás.
Para entonces, otros dos zombies han entrado en el vestíbulo procedentes de la cocina y están a punto de echarse encima de Verónica. Neil dispara el rifle de caza. El sonido en un interior es tan atronador que todos quedan ensordecidos. El olor de la pólvora les golpea las fosas nasales. La cabeza del primer zombie se desintegra y su cuerpo sale volando hacia atrás, choca contra la puerta de entrada de la casa y resbala hasta el suelo, dejando un rastro de sangre.
Más arriba, Rodger y Shane le siguen gritando a su madre que corra hacia las escaleras, pero Emma está paralizada. Mira a los zombies que entran desde la cocina con ojos llenos de miedo y es incapaz de moverse. Le parece que las piernas le pesan toneladas.
Verónica golpea a otro zombie mandándolo contra la pared. La potencia de sus golpes ha disminuido y no logra destrozarle el hueso de la cabeza. El muerto abre la boca y lanza un grito, como si le enfureciera haber sido golpeado. Le faltan varios dientes y nadie que se encuentre aquí puede saberlo, pero le faltan dientes por culpa de una de las piedras lanzadas por Rick desde el muro. No importa que Verónica no haya logrado matarle. Neil le dispara con el cañón a centímetros de su cara.
Tanto Verónica como Neil han subido un escalón retrocediendo ante el ataque de los muertos. Intentan impedir que avancen hacia ellos y que vayan a por Emma. Los dos saben que cada segundo que pasa es más improbable que Emma lo logre. Casi no pueden escuchar los gritos de Rodger y Shane. En sus cabezas, aún reverbera el eco producido por los disparos del rifle. Están atentos a los muertos que tienen delante y que cruzan la puerta de la cocina cada vez más juntos entre sí.
—¡Oh Dios, mamá! ¡Cuidado!
El grito de Shane es desgarrador y está lleno de horror. Emma se da la vuelta y ve a Ozzy corriendo hacia ella. Le da la impresión de que el hombre quiere abrazarla y sonríe. Cae demasiado tarde en la cuenta de lo que realmente pasa y para cuando quiere echar a correr hacia la escalera, Ozzy, o la cosa que antes fuera Ozzy, le atrapa entre sus brazos y lanza la cara hacia el rostro de ella.
En la parte de arriba de las escaleras, Shane y Rodger gritan.
Abajo, la dentellada bestial de Ozzy arranca el pómulo de Emma. Ella intenta separarse pero Ozzy la sujeta con fuerza. Emma también grita, con los ojos clavados en el trozo de carne que Ozzy mastica.
Neil gira la cabeza. Verónica y él han tenido que retroceder otro paso porque el ímpetu de los muertos empieza a sobrepasarles. Alcanza a ver a Emma y Ozzy y sin pensar, sube otros dos escalones, a sabiendas de que está dejando a Verónica sola y es posible que no pueda contener a los muertos mucho tiempo más. Neil introduce el cañón del rifle entre los barrotes de la escalera, agachándose para quedar a la altura, y dispara.
Podría haber fallado y haberle reventado la cabeza a Emma pero la fortuna hace que la bala cruce el aire a milímetros de ella y se estrelle en la nariz de Ozzy, volatilizándola al instante y mandándole de regreso al cuarto de baño. El cuerpo de Ozzy se relaja, muerto del todo, pero arrastra a Emma con él. Ambos caen al suelo y Emma se golpea la cadera con el lavabo. No tiene tiempo para dolerse por este golpe. Con ambas manos se cubre el pómulo que Ozzy le ha arrancado. La sangre se cuela entre sus dedos, salpicándolo todo. No ha dejado de gritar ni un momento.
—¡Neil!
Verónica le grita. Ahora lanza golpes a diestro y siniestro, sin imprimir la fuerza letal de los primeros, tratando de contener y derribar a los zombies que tratan de subir las escaleras hacia ella, tropezando con los que ya han caído. Ya no utiliza sólo el atizador. Una mujer que alarga las manos hacia ella recibe una patada en la cara que la manda de vuelta al suelo y derriba por el camino a dos de los muertos que vienen detrás. El recibidor empieza a llenarse de cuerpos muertos, y la mayoría aún están en movimiento. Y algunos ignoran la escalera y cruzan el vestíbulo hacia el cuarto de baño.
Hacia la mujer que chilla sentada contra el lavabo.
Neil se levanta y dispara contra el primero de ellos. La bala le abre un boquete del tamaño de un puño en el pecho al hombre, lanzándolo hacia atrás. No lo mata pero le derriba. Inmediatamente es superado por otros dos muertos.
—¡Shane! —grita—. ¡Shane, necesitamos ayuda!
Shane le mira aturdido. A su lado, Rodger tiene la mirada perdida y parece a punto de desfallecer.
—¡Neil! —vuelve a gritar Verónica, con más desesperación y urgencia que la vez anterior.
Y Neil, lanzando una maldición, se olvida de los zombies que van a por Emma. Si permite que sobrepasen a Verónica, los zombies empezarán a subir las escaleras y entonces, todos estarán perdidos. Desciende dos escalones de un salto, se mantiene agachado y se sitúa junto a Verónica, tocando la pierna de ella con su hombro. Dispara a la cara a un adolescente con la cara llena de acné.
Los muertos a los que no disparó alcanzan a Emma y se arrojan sobre ella como pirañas sobre un cebo sangriento. El lavabo, las paredes, el suelo e incluso el agua almacenada en la bañera de ese cuarto de baño son salpicados de sangre casi al momento, en cuanto las bocas empiezan a morder y las manos a rebuscar a través de la carne.
Y así, el número de supervivientes de San Mateo desciende a dieciséis.
Y en las escaleras, Neil y Verónica siguen luchando por mantener una posición cada vez más comprometida a medida que los muertos siguen entrando por docenas, empujándose unos a otros y llenando el vestíbulo con sus gritos. El olor a pólvora lo inunda todo y se suma al de la descomposición, el sudor y la sangre.