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¿Te acuerdas de la última conversación que tuvieron Rachel Morris y su marido antes de que él le asegurara que llegaría a casa en un rato, que creía que era fácil esquivar a los pocos zombies que había por su zona, llegar al coche y conducir hasta casa? Seguro que te acuerdas, tienes memoria. Rachel sí recuerda la conversación, palabra por palabra. Y ahí la tienes, reviviendo en su mente las últimas cosas que le dijo su marido, mirando con gesto distraído la foto enmarcada que hay sobre la mesita de noche, casi sin darse cuenta de que Axel patalea en sus brazos porque le está apretando con mucha fuerza.

Ace, mientras tanto, está apoyado contra la pared, mirando con disimulo a través de la ventana. Ha sido capaz de contar veintitrés zombies merodeando por el jardín de los Morris, veintitrés exactos, a los que ha nombrado según su rasgo más distintivo. Por ahí abajo, moviéndose como gallinas en un corral, de un lado a otro, los brazos caídos a los lados y expresión ausente en los rostros, tenemos a gente como Frac, un hombre que tiene todo el aspecto de haber muerto camino de una boda o en plena celebración de la misma, a tenor del frac que lleva puesto y que ahora presenta un aspecto desastroso. Tenemos también a Rubia sexy, una mujer de casi cuarenta años vestida con pantalones tan cortos que la parte inferior de la nalga queda a la vista y una camiseta cuyo escote deja adivinar unos pechos cien por cien silicona. El adjetivo sexy le vendría al pelo de no ser porque tiene una herida abierta en el abdomen a través de la que se alcanza a ver el hueso.

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