Tyrone alcanza la garita de vigilancia y cierra la puerta. Sus manos tiemblan mientras intenta poner el pestillo a la puerta y logra deslizarlo apenas unas décimas de segundo antes de que esas cosas empiecen a golpear la puerta desde fuera. Tyrone mira a su alrededor, con los ojos a punto de salirse de sus órbitas y la respiración agitada por la carrera y el miedo. A través de la ventana puede ver la puerta principal abriéndose. Le queda apenas un metro para terminar y por la apertura están entrando zombies sin parar. Muchos se chocan contra el Land Rover. Tyrone los ve empujarse unos a otros. Le recuerdan a los peces del muelle cuando los turistas les tiran pedazos de pan y de repente se forma un grupo a su alrededor luchando por conseguir una miga.
Corre hacia el escritorio y abre el cajón superior. Dentro hay varias revistas, dos de ellas de coches y la tercera una FHM con una rubia espectacular en la portada, en teoría, conocida modelo de lencería. Las lanza a una esquina sin detenerse a mirarlas. Mete las manos hasta el fondo, buscando. A su espalda, la puerta de la garita cruje violentamente. Tyrone se gira. Uno de los tornillos del pestillo acaba de saltar y la puerta amenaza con caer.
—Oh, Dios mío…
Tira del cajón hacia fuera, sacándolo de sus railes, y lo tira sin contemplaciones. Mete las manos en el segundo cajón y rebusca entre las cosas de su compañero. Encuentra lo que buscaba después de diez interminables segundos. Sus dedos lo rozan en el último segundo, justo antes de decidir abandonar la búsqueda. Tyrone se pone en pie, con el objeto en la mano, y suelta un grito al asustarse. Delante de la ventana de la garita empiezan a amontonarse más zombies, mirándole con ojos nublados y heridos pero hambrientos. El objeto que ha sacado del cajón se le cae al suelo. Lo escucha rebotar junto a su pie.
—Mierda.
Los muertos comienzan a golpear el cristal mientras él se agacha y comienza a palpar el suelo, buscando. La puerta vuelve a crujir. Tyrone grita frustrado y aterrorizado. Su mano golpea el objeto desplazándolo. Se lanza hacia él y lo agarra. Vuelve a levantarse en el mismo momento en que el ventanal estalla en pedazos hacia dentro, haciendo que lluevan miles de cristales sobre él. Tyrone se cubre la cara con las manos. Siente el aire frío golpeándole la piel. Lo peor, sin embargo, es que les escucha mejor. Los muertos le gritan, metiendo las manos por el hueco dejado por el cristal. Por suerte, son demasiado torpes para saltar por el agujero.
Tyrone levanta la mano en la que sujeta lo que ha sacado del cajón. Es un mando inalámbrico. Aprieta el botón y la puerta comienza a cerrarse de nuevo, demasiado lenta. Los zombies siguen entrando a raudales, empujados por los que tienen detrás. La puerta va abriéndose camino entre ellos. Tyrone reza para que no se bloquee. Si llegara a detenerse antes de cerrarse del todo, los supervivientes de San Mateo no tendrían ninguna posibilidad.
Es muy posible que no la tengan ni siquiera así. Es imposible saber cuántos muertos han logrado cruzar a la urbanización, pero han sido muchos. Y todavía siguen entrando mientras la puerta se cierra.
¿Y Tyrone? Bueno, él ya sabe que no tiene forma de escapar. No hay puerta trasera, no hay trampilla escondida ni pasadizo oculto. Camina despacio hacia la pequeña habitación sin ventanas que utilizan como vestuario y cierra la puerta, encerrándose. Agarra una de las taquillas y la empuja, bloqueando la puerta.
Después se sienta y mira la puerta, esperando.
Tal vez consigan sobrevivir. Y tal vez puedan rescatarle. Lo piensa, sí, aunque en realidad no se lo cree.