Neil entra a regañadientes en el salón. Tom le empuja hacia delante y cierra la puerta a sus espaldas dando un fuerte portazo. Neil se gira. Es evidente que Tom está enfadado. Sólo tienes que fijarte en las venas de su cuello, más hinchadas de lo normal, para darte cuenta.
—¿Qué cojones estás haciendo, Neil?
Neil resopla ofendido.
—¿Qué cojones estoy haciendo? ¿No tendrías qué decir «qué cojones está haciendo esa mujer»? ¡Yo no he matado a su hija!
—No grites.
Neil abre la boca probablemente para decir algo del tipo «grito si me sale de los cojones», pero se lo piensa mejor, respira hondo, y cuando habla, su tono ha bajado considerablemente.
—Tío, yo no maté a Cameron.
—Lo sé, Neil, te creo cuando lo dices, pero tienes que empezar a comportarte como un hombre. Marsha está pasando por una situación terrible, algo inimaginable, y tú pegándole un puñetazo y rebatiéndola de esa manera no estás ayudando mucho. Cállate la puta boca y ya se hablará de esto cuando ella esté más calmada. ¡Acaba de enterarse de que su hija está muerta, por Dios!
—¿Ella lo está pasando mal? —Neil golpea la pared con el puño cerrado, sobresaltando a Tom—. ¿Y qué hay de mí, tío? ¡He corrido ida y vuelta hasta una farmacia para conseguir las cosas que necesitamos aquí, he estado a punto de morir comido por esas cosas! ¿Crees que yo no estoy exhausto? ¿Qué no merezco que no me llamen asesino?
Tom balbucea tratando de encontrar las palabras adecuadas, claramente sorprendido por el estallido de Neil.
—¿Crees que no me comporto como un hombre, tío? —Neil baja la voz y se acerca a él, furioso—. He matado a ese policía por ti, maldita sea, así que lo mínimo que podrías hacer es agradecérmelo.
Oh, observa porque es digno de contemplar. Mira la expresión aturdida y asombrada de Tom Ridgewick, cómo se forma en sus labios un círculo casi perfecto. La última confesión de su sobrino le ha pillado, como suele decirse, con los calzoncillos bajados.
—¿Tú…?
—Sí —responde Neil—. Le corté la puta cabeza a la mala hierba y aunque digan lo contrario, sí que se muere.
Es impresionante comprobar como Tom Ridgewick es capaz de asimilar una información explosiva como esa y recobrar la compostura rápidamente. De hecho, es posible percibir una chispa de orgullo en sus ojos. Y si pudiéramos meternos en sus papilas gustativas, saborearíamos la victoria. Tom apoya sus grandes manos en los hombros de su sobrino y los aprieta.
—Neil… Lo que has hecho merecería ser escrito. Puedes estar seguro de que has hecho bien.
—Sé que he hecho bien, tío. Al principio no estaba seguro de poder hacerlo, pero recordé todo lo que me dijiste, que podría ser peligroso. Dijiste que teníamos que encargarnos de él… Vi la oportunidad y la aproveché.
—Y nos has ahorrado a todos muchos problemas, hijo.
Neil asiente con los ojos llorosos. Tom se da cuenta de que sólo es un niño grande, con un papel que le queda enorme pero ha aceptado sin protestar. Ve en Neil un potencial que piensa aprovechar.
—Neil, escúchame, lo que has hecho es bueno, toda una proeza, pero vas a tener que seguir siendo fuerte. Por el momento, no puedes dejar que lo que diga Marsha te afecte. Cuando se haya calmado, solucionaremos la muerte de Cameron. Y tranquilo… tengo un plan.
Neil asiente pasándose la manga de la sudadera que lleva puesta por los ojos y recobrando su actitud de tipo duro. Tom le aprieta los hombros con gesto cariñoso.
—Todo irá bien, hijo.
Le gusta llamarle «hijo». Sabe que esa palabra es poderosa en la mente de Neil.
Neil asiente. Y en ese momento, escuchan el primer grito de la noche.