—Brad, ¿te importaría servirle a Marsha?
Tom le sonríe encantador. Con una mano sujeta con suavidad el codo de Marsha, que sigue cabizbaja y llorando. Brad mira a la mujer y asiente.
—¿Qué habéis preparado? —pregunta Tom.
—Eh… —Brad mira la masa verdosa que reposa en la cazuela. Le recuerda a lo que en todas las películas carcelarias comen los presos—… Puré de verdura. En realidad lo ha hecho Emma.
—Puré de verdura, Marsha. Te sentará bien tomar un poco —asegura Tom, acariciándole el pelo con cariño con la otra mano.
Brad toma un cuenco y sirve dos cucharadas de puré. El olor le hace añorar la comida de verdad, la que le gusta a él. Daría lo que fuera por poder atacar un buen bistec con patatas. El cuenco lo recoge Tom, que acompaña a Marsha hasta una de las mesas dispuestas en el jardín. Viéndoles caminar, Brad se pregunta cómo ha pasado a ocupar el puesto de camarero en esa pequeña comunidad. Él siempre ha sido periodista desde que tiene edad para recordar, lo que más le ha gustado era escribir e investigar. Cuando era pequeño inventaba pequeños casos misteriosos y escribía sobre ellos como lo haría un reportero. El ladrón del queso rallado. El misterioso asesinato del cuarto de baño. La historia del niño que ganó al monstruo del armario. Pequeñas fábulas llenas de imaginación que a su madre le encantaba leer.
Brad es consciente de que nunca será periodista porque ya no hay absolutamente nada de lo que informar y nadie al que contarle las noticias. El mundo se ha ido a tomar por culo y con él todas sus pretensiones de escribir un libro, ganar un Pulitzer y conocer a estrellas de Hollywood que se pegarían puñetazos por estar con él. Y eso le deprime un poco.
Como también le deprime haberse dado cuenta de que se ha comportado como un imbécil con la gente de Castle Hill, en concreto con Verónica. Vale, es cierto que ellos siempre le trataron con desprecio, pero él no es así. No quiere serlo tampoco.
—Eh, ¿me echas comida o no?
Brad sale de su ensimismamiento. Logan está esperando con el cuenco en la mano a que le sirva. Detrás de él está Rodger, que charla con Emma en voz baja. Brad mira a Logan. Ese hombre le salvó la vida en San Francisco y le está agradecido por ello. Le sirve tres cucharadas de puré aprovechando que nadie le está mirando.
—Esta es por haberme sacado de San Francisco —dice al servir la última.
Logan mira su cuenco y hace un gesto de agradecimiento. Después, camina hasta una de las mesas y se sienta a comer.
Neil y Shane salen del interior de la casa. Marsha les ve, y al hacerlo, se levanta de la mesa, derribando el cuenco con puré que cae al suelo. Tom, a su lado, intenta detenerlo sin conseguirlo.
—No pienso comer con un asesino.
—Y sigue —responde Neil, deteniéndose—. Empiezo a hartarme de esta gilipollez.
—¡Neil! —le recrimina Tom, haciéndole un gesto para que se calle.
—Ya hemos visto de lo que eres capaz —asegura Marsha—. ¿Le pegaste así a mi hija, hijo de puta?
Neil hace rodar los ojos hasta ponerlos en blanco. También aprieta los puños clavándose las uñas en la palma. Tom le hace un gesto a los Walter.
—Emma, ¿puedes quedarte con Marsha? —mira a Neil—. Vamos, entra en la casa.
Tom echa a andar hacia su sobrino y le coge del brazo, tirando de él hacia el interior de la casa. Se sorprende al encontrar resistencia. Neil no se mueve.
—No tengo que irme porque esté loca y crea que he matado a su hija —asegura.
—¡Eres un bastardo! —grita Marsha, completamente fuera de sí—. ¡No te atrevas a decir que estoy loca, hijo de puta! ¡No te atrevas!
—Neil —Tom acerca la boca al oído de su sobrino—, cállate la puta boca y entra en la casa.
Y por un momento parece que Neil no le va a obedecer, porque aprieta la mandíbula con tanta fuerza que los dientes le rechinan, pero al final Neil se gira y camina hacia la casa airado. Fuera, Marsha llora y grita histérica, y Emma corre para abrazarla y tratar de consolarla. Ha sacado un valium del bolso y lo tiene en la mano.
Tras la mesa-mostrador, Brad observa a las dos mujeres con los ojos muy abiertos. Ese tipo de situaciones le estresan, pero por otro lado, le gustaría tener su cámara consigo y sacar unas fotografías. Puede imaginarse la imagen en un periódico. Incluso puede imaginar el pie de foto. «Mujer devastada por la muerte de su hija».
Y ahí tenemos a Mark, Verónica y Ozzy entrando en el jardín y cargando la escalera. Justo a tiempo para que todos vean como Emma la convence para que se trague la pequeña pastilla.
—Brad, ¿puedes servirle otro cuenco a Marsha? —pregunta Emma, mirándole con urgencia.
Al oír su nombre, Brad se sobresalta. Se ha quedado mirando a Verónica, y ahora duda sobre lo que tiene que hacer, hasta que logra centrarse y coger un cuenco.
—No quiero comer nada, quiero irme de esta casa —gime Marsha.
—Te vendrá bien comer, ya lo verás —asegura Emma.
—¡Mi hija ha sido asesinada! ¡No quiero comer!
Emma se asusta con el exabrupto, pero no suelta a Marsha.
—Venga, tienes que calmarte. El valium te hará efecto en un momento…
—¡Déjame, Emma, déjame! —Marsha se incorpora y se libera del abrazo de Emma. Trastabillea por el jardín tropezando con Logan, que la observa sin inmutarse. Después, mira a su alrededor—. Quiero salir de esta casa. Necesito tomar el aire.
Dicho eso, Marsha echa a andar hacia la puerta pasando por delante de Mark, Verónica y Ozzy. Nadie hace ademán alguno de detenerla. Todos la observan salir de la casa. Emma está mirando a su marido, pero Rodger se encoge de hombros.
—Iré a ver cómo está —dice Emma.
—Tal vez es mejor que la dejes tranquila —propone Rodger.
Emma duda. Finalmente le hace caso a su marido.
Brad se ha quedado con un cuenco lleno de puré en la mano. Lo mira con expresión estúpida. Se acerca a Verónica y se lo tiende.
—Siento lo de Patrick —dice.
Verónica le mira. Y por primera vez no hay desprecio alguno en sus palabras cuando le dice que gracias. Ambos saben que eso no cambia nada, y que nunca serán amigos ni nada parecido, pero Verónica le agradece de veras el detalle. Brad se da la vuelta cuando siente que a sus ojos acuden las lágrimas y regresa a su refugio detrás del mostrador.
Al menos, piensa, aquí estoy a salvo.
No tiene la menor idea de lo equivocado que está.