Cuando Neil Ridgewick coge la pistola del cadáver de la tienda de alimentación y comprueba el cargador, murmura en voz alta «Aún quedan balas». Después mira hacia Patrick. El policía le está dando la espalda y golpea la pared con fuerza, abriendo el agujero un poco más. Pero ya ha terminado, y retrocede para contemplar su obra.
—Avancemos, chicos.
Neil recuerda la conversación que tuvo con su tío. Le invade la rabia al pensar en lo que está haciendo aquel hombre. Él es el árbol prohibido del edén, pero cuando regrese a San Mateo, cargado de comida y papilla para el bebé Morris, todos lo verán como un héroe. Solo que Neil sabe que no será un héroe, sino una de sus tretas para lograr hacerse con el control. Se erigirá en falso ídolo y aceptará las alabanzas y felicitaciones. Tom le dijo que tenían que vigilarle, sólo eso, pero Neil tiene una idea mejor. Siempre ha sido un chico impulsivo, eso lo sabe cualquiera que haya tenido relación alguna con él, y por tanto, cree que lo mejor es cortar el problema de raíz.
Y dispara.