23

—Oh, Dios.

Volvamos al presente. Los muertos siguen golpeando furiosamente la puerta metálica de la joyería donde están encerrados Patrick, Peter y Neil y lo hacen con tanta fuerza que la parte superior derecha de la puerta metálica cede con estruendo pero no cae, sujeta la puerta aún por el lado izquierdo. Sin embargo, la luz solar empieza a entrar en el comercio y les permite oír con más claridad los gritos dantescos de los seres que están fuera.

—Vamos —dice Patrick, cogiendo la palanca de acero y entrando en la parte trasera de la tienda.

Peter y Neil le siguen y cierran la puerta, quedándose a oscuras.

—Esta puerta es de madera. No aguantará —asegura Neil.

—No, no lo hará —responde Patrick—. Ayudadme. Tenemos que bloquearla.

Neil enciende su mechero, arrojando una débil luz que les permite echar un vistazo alrededor. Hay un escritorio. Entre los tres lo ponen en vertical y lo arriman a la puerta. Hacen lo mismo con una estantería, tratando de crear una barrera difícil de traspasar. Cuando terminan, miran el resultado con escepticismo. Fuera, los ruidos metálicos provocados por los puños de los muertos se intensifican. Los gritos también. Oyen otro fuerte ruido metálico, seguidos de pasos, y saben que la horda está entrando en la joyería.

—Oh, joder, joder, joder…

Peter y Neil se apoyan contra la estantería, tratando de poner todo su peso contra ella. Ni siquiera sienten el envite cuando los muertos empiezan a golpear la puerta, pero oyen los crujidos de la madera y saben que no tienen mucho tiempo. Los dos chicos miran a Patrick con desesperación y este les devuelve una mirada que no arroja demasiadas esperanzas. Después, baja la mirada con pesar y se fija en la barra de acero. No sabe por qué la ha cogido, pero en ese momento le ha parecido importante. Tal vez porque, cuando llegue el final, será la última manera de defenderse, cuerpo a cuerpo, antes de sucumbir antes los zombies. Y entonces se da cuenta. Al levantar la mirada, su expresión es nerviosa.

—¡Chicos! —exclama. Peter y Neil le miran, sin dejar de hacer fuerza para empujar la estantería hacia la puerta—. ¡Aguantad ahí!

—¿Qué vas a hacer? —pregunta Neil.

—Uno de los métodos preferidos de los ladrones para robar en joyerías es hacer un butrón —responde Patrick, encarando la pared—. Y ahora, voy a imitarles para salir de aquí. Tenéis que aguantar como sea, chicos.

—¿Un butrón? —Peter parece confundido—. ¿Qué coño es eso?

Patrick no contesta. Levanta la barra de acero y golpea la pared con fuerza, levantando parte de la pintura y el yeso. Después vuelve a levantar la barra y lanza un nuevo golpe, y otro, y otro, y otro. Golpea sin descanso, rompiendo el muro poco a poco y rezando para no encontrarse con una viga. Pronto empiezan a dolerle los músculos de los brazos, pero eso no hace que se detenga. Sigue adelante, arrancando trozos de pared que van cayendo a sus pies. La habitación se llena pronto de polvo.

—¿Y si el otro lado también está lleno de zombies? —grita Peter.

—Entonces estamos jodidos, capullo —murmura Neil, empujando con todas sus fuerzas la estantería. Tiene el cuello hinchado y aprieta los dientes.

—Al otro lado está el sitio de alimentación —dice Patrick, golpeando y golpeando—. Y las puertas estaban cerradas.

Lanza un nuevo golpe y, por fin, la barra de acero se hunde sin encontrar resistencia. Al sacarla, los tres comprueban el esperanzador agujero de dos centímetros de diámetro. Eso le da nuevas fuerzas a Patrick, que sigue golpeando, acompañando cada envite con un grito.

La madera de la puerta empieza a quebrarse. Unas astillas caen sobre la cabeza de Peter que levanta la vista y ve una mano ennegrecida y llena de hematomas y sangre seca que asoma por una grieta en la madera, lanzando los dedos hacia él y quedándose corta por unos centímetros.

—¡Joder, date prisa! —grita.

Patrick no necesita que se lo digan. Escucha los gritos de los muertos perfectamente. Golpea con furia, agrandando el agujero un poco más cada vez. Ahora ya tiene el tamaño de un puño, pero siente los músculos de los brazos blandos como si fuesen de gelatina y sabe que cada golpe que da es menos fuerte que el anterior.

—¡Neil! —grita—. ¡Tenemos que cambiar!

Patrick se da la vuelta y toma la posición de Neil empujando la estantería contra la puerta. Ahora ya son tres los brazos que han encontrado huecos a través de la puerta y chocan contra el escritorio y la estantería. Patrick ve una cara pegada contra un pequeño agujero y recuerda inevitablemente a Jack Nicholson en El resplandor.

Neil se coloca delante del agujero y empieza a golpear. El yeso le salpica la cara pero sigue adelante. A su espalda, la madera cruje y Peter grita. Neil no se gira para mirar. Se concentra en el agujero que tiene delante, en hacerlo más grande, en seguir rompiendo los bordes, en destrozar la pared. No se da cuenta de que está gritando. Sigue adelante, con la constancia de una máquina y la furia de una de esas cosas que quieren atraparles.

Los dedos sucios de una de esas manos logran agarrar la camisa de Peter. Este chilla al sentir que tiran de él. Patrick agarra el brazo del muerto. Le asquea sentir el tacto rugoso y frío de la piel muerta. Sin dudar, ejerce toda la fuerza que le queda en los músculos y rompe los huesos del brazo de la criatura. Al momento, los dedos que sujetaban la camisa de Peter se quedan inertes y sueltan la prenda. El ser al que pertenece el brazo no acusa el dolor, pero al menos esa mano deja de ser peligrosa.

Un trozo de madera cae sobre ellos. La puerta empieza a saltar en pedazos, pero ellos siguen empujando con fuerza. Los zombies arañan el escritorio, tratan de encontrar sitios por los que atravesar y adentrarse en la habitación trasera de la joyería. Los gritos de Neil, Peter y Patrick se funden con los de los muertos.

Neil da un paso atrás. El agujero tiene cerca de medio metro de alto.

—¡Vamos! —grita.

Sin esperar confirmación, Neil agarra la mochila de Patrick y la lanza por el agujero. Después, se mete por él y cae al otro lado. Se levanta de inmediato y mira a su alrededor. La tienda de alimentación es pequeña y oscura, pero entra la suficiente claridad como para permitirle ver los cuatro cuerpos tendidos junto al mostrador. Todos ellos tienen una herida de bala en la cabeza, incluido el único que sujeta un arma de fuego y que, claramente, se ha volado los sesos. El hedor es terrible y tiene que llevarse la mano a la nariz para aguantarlo. Aparte de los cuatro muertos, que están en avanzado estado de descomposición, Neil ve cajas de fruta cubiertas por completo de moho. Tiene que reprimir una arcada.

—¡Neil!

Se da la vuelta y mira a través del agujero. La situación al otro lado es precaria. La puerta prácticamente ya no existe, y aunque el escritorio está bastante entero, Neil puede ver a Patrick y Peter luchando para mantener la posición. Los muertos empujan con fuerza.

—¿Hay algo que podamos usar para bloquear el agujero desde ahí? —Patrick chilla para hacerse oír.

Neil mira a su alrededor. Supone que pueden derribar alguna de las estanterías de productos y bloquear bastante bien el agujero.

—¡Sí!

—¡Va a ser cosa de segundos!

Neil asiente. Patrick le hace un gesto a Peter y le entrega el rifle. Peter corre hacia el agujero, le entrega el rifle a Neil y cruza. Durante todo el proceso, Neil mantiene la vista fija en Patrick, que resiste a duras penas. Le ve colocar el pie contra la pared de enfrente para ayudarse a no ceder terreno.

—No lo va a conseguir —murmura.

Peter se incorpora jadeando.

Patrick grita, tensando todos los músculos del cuello, y se lanza a la carrera hacia el agujero. Fuera la resistencia, la estantería y el escritorio caen por el empuje de los muertos, que atraviesan el umbral tropezando entre sí y con los muebles. Patrick alcanza la pared y se impulsa con los pies para cruzar a la tienda de alimentación. Los muertos corren tras él, estirando los brazos para cogerle. Neil agarra los brazos de Patrick y tira de él con todas sus fuerzas. El cuerpo del policía de Castle Hill cruza el agujero a toda velocidad, escapando por milímetros de las manos muertas que ahora se estrellan contra el agujero.

Peter apunta su arma hacia allí y dispara, reventando la cara de uno de los muertos que se asoma. Patrick se pone en pie y ayuda a Neil a empujar uno de los estantes de productos. Peter sigue disparando contra los muertos que intentan cruzar el agujero.

Puedes estar seguro de que si los muertos no fueran tan terriblemente torpes cruzarían ese agujero sin problemas. Por suerte para los tres chicos, los muertos son torpes e impulsivos y mientras uno de ellos intenta adentrarse en la tienda, el resto trata de hacer lo mismo, empujándose, molestándose e impidiendo que ninguno tome verdadera delantera.

Y finalmente, el estante cae, derribando latas y paquetes de productos y golpeando las cabezas de uno de los muertos que empezaba a asomar por el agujero. No lo tapa del todo, pero sí lo suficiente para permitir que Patrick, Peter y Neil den un paso atrás y lo miren algo más tranquilos. Varias manos y brazos se cuelan por los resquicios y arañan, buscando a sus presas o una forma de impulsarse al interior de la tienda de alimentación. Gritan, desesperados y frustrados, pero el paso está bloqueado.

—Dios santo —murmura Neil, agachándose.

Patrick se deja caer al suelo y suspira. Peter les mira desde arriba.

—¿Qué hacemos ahora?

—Cruzar a la farmacia —responde Patrick, señalando la barra de acero que Neil aún sostiene en la mano.