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Neil también ha empezado a gritar, aunque no es consciente de cuándo. Además, aprieta el gatillo del revólver sin apuntar realmente, tratando de eliminar a los zombies que corren hacia ellos desde el aparcamiento y la carretera. Ni siquiera se ha dado cuenta de que hace unos segundos que ha disparado la última bala del cargador y que cada vez que aprieta el gatillo lo único que consigue es que el arma haga clic.

Neil ve surgir la mano de la mujer desde detrás de un coche como si estuviera en un sueño. Sus dedos, fofos y sucios, se enganchan a la tela del pantalón de Patrick, y este tropieza, perdiendo el equilibrio y cayendo a cuatro patas frente a la puerta de la joyería, a menos de un metro del anciano canoso al que ha disparado un momento atrás y que empieza a levantarse de nuevo, gritando como un poseso.

Sabe que van a morir. Es imposible que alcancen la farmacia. Demasiados muertos corren hacia ellos desde todas direcciones y están cada vez más cerca, como cerrando el cerco y aprisionándoles contra la fachada del edificio. Neil deja caer el brazo que sostiene el revólver y frena, mirando anonadado hacia el grupo de zombies que corren hacia ellos desde el frente y que cruzan ya por delante de la puerta (con la verja de seguridad echada, por cierto) de la farmacia. Les ve, y tiene tiempo de fijarse en las rastas de uno, el collar de perlas de otra y el cuerpo sin ropa y medio carbonizado de un tercero.

Esa es la gente que va a matarme. Voy a morir devorado por un hombre medio desnudo que ha sido pasado por la parrilla.

Y mientras Neil piensa eso, la mujer sin brazo se abalanza sobre Patrick, que intenta levantarse apoyándose en la pared de la joyería. Detrás de él, un cartel anuncia que se compra oro al mejor precio que uno pueda encontrar en la ciudad. Y Patrick trata de levantar el rifle para matar a la mujer, pero esta cae sobre él y el arma queda entre ambos. Los dientes de la mujer se cierran en el aire a menos de un par de centímetros de la nariz de Patrick. Este utiliza la mano que no sujeta el rifle para agarrarla del cuello y empujar. La mujer no ceja en su empeño y sigue lanzando furiosas dentelladas al aire, gruñendo y gritando. Patrick empieza también a gritar por el esfuerzo, pero así mismo porque a su lado el viejo canoso está a punto de ponerse en pie, el rastas, la mujer del collar y el tipo medio quemado están cada vez más cerca y, por si fuera poco, más zombies se les están echando encima desde el aparcamiento.

Y Neil, de pie con los brazos a los lados, lo observa todo sin moverse.

—¡Neeeeeeeeeil —grita, al tiempo que lanza el pie para golpear al viejo, acertándole en la cara y derribándole de nuevo.

La mujer se lanza de nuevo hacia delante, feroz como un toro de lidia, y esta vez los dientes se quedan a milímetros. La nariz de ella roza la mejilla de él. Es cuestión de segundos que su empuje venza la resistencia de Patrick. Y ni siquiera es seguro que eso ocurra antes de que el resto de zombies les alcance. Les tienen encima.