Corren al límite de sus fuerzas, moviendo brazos y piernas inyectados de adrenalina. Patrick y Neil se mantienen en cabeza y poco a poco Peter se va quedando atrás. Los pies golpean la tierra levantando polvo y hojas secas, las respiraciones agitadas suenan como fuelles al límite de su capacidad. Neil tropieza, pero no llega a caer. Apoya la mano que no tiene el revólver sujeto en el suelo y se impulsa hacia delante. Señala hacia la derecha sin dejar de correr. Patrick mira en esa dirección. Ve una loma. Al otro lado se distinguen los techos de algunos edificios. Neil gira en esa dirección y Patrick le sigue sin rechistar. Varios metros rezagado, Peter continúa su carrera detrás de ellos, mirando por encima de su hombro.
Los muertos están lejos. La valla les ha permitido tomar la suficiente ventaja y no parece que vayan a cogerles pronto. Peter piensa que es una suerte porque no está seguro de poder mantener ese ritmo mucho más tiempo.
Alcanzan la cima de la loma. Neil y Patrick se detienen, jadeando. Desde allí, tienen una vista digna de postal de Half Moon Bay con el mar de fondo. De hecho, se puede oler a mar desde ahí. Neil señala un edificio de color marrón que les queda al frente y a la derecha. Es el edificio más cercano a ellos, pero desde donde están sólo pueden ver la parte trasera.
—Ese es el centro comercial —dice Neil.
Patrick echa a correr de nuevo. Los dos chicos le siguen. Peter se lleva una mano al costado sintiendo un pinchazo cada vez que toma aire. Su velocidad empieza a decrecer y la distancia que le separa de los otros dos es cada vez mayor. Hasta que de repente, el pinchazo resulta ser un latigazo que va desde el costado hasta el pecho y Peter se detiene, doblándose sobre sí mismo y comenzando a toser de forma compulsiva. Apoya las manos sobre sus rodillas y vomita.
—¡Patrick!
Patrick se detiene y mira hacia atrás. Neil está regresando a por Peter, que está inclinado hacia delante. Le cuelga un hilo de baba amarilla de la barbilla y está tosiendo, agarrándose el costado. Patrick vuelve a pensar que fue mala idea traer al chico. Por primera vez, de hecho, se le pasa por la cabeza la posibilidad de abandonarle a su suerte.
Neil alcanza a Peter y le pasa un brazo por debajo de los hombros, pero al intentar avanzar, Peter se queja y hace un gesto de dolor al apoyar el pie derecho. El costado que se está agarrando.
—¡No puedo, no puedo!
Neil levanta la vista. Su expresión al mirar a Patrick es de súplica absoluta. La de alguien que está perdido y no sabe qué hacer.
—Mierda —murmura Patrick antes de correr de regreso hacia los chicos.
Neil vuelve la cabeza hacia la colina que acaban de dejar atrás. La acústica producida por la loma les impide determinar si los muertos que les persiguen se encuentran lejos o cerca. De lo que están seguros es de que están recortando distancia y es cuestión de tiempo que aparezcan en lo alto de la cima.
Patrick pasa su brazo por debajo del otro hombro de Peter. Neil no necesita que le digan nada para ponerse en marcha. Empiezan a correr de nuevo, llevando prácticamente en volandas a Peter, cuyos pies se arrastran por la tierra levantando un rastro de polvo. Están aproximadamente a un kilómetro del edificio. Después tendrán que rodearlo y rezar para que al otro lado no se encuentren con más zombies y que las puertas de los comercios no estén cerradas. Saben que no tienen mucho margen de error.
—Oh, Dios.
Es Peter el que habla. Ni Patrick ni Neil vuelven la cabeza porque saben lo que verían si lo hacen. En lugar de eso, aprietan el paso, poniendo al límite sus propios cuerpos. Pero nosotros sí miramos hacia la colina. Ahora mismo nos separan de la cima casi quinientos metros. El primer muerto en alcanzarla ha sido un chico asiático con una camiseta de la casa Stark, con su lobo Huargo y su Winter is coming. La parte derecha de su cara presenta heridas de mordiscos que le han arrancado trozos de carne y pelo. Al verles, lanza un grito al cielo y se lanza cuesta abajo en su persecución. Apenas un segundo después aparece una mujer, lo suficientemente gorda como para que sorprenda verla correr a esa velocidad. Está medio desnuda y sus grandes pechos rebotan mientras corre, pero su cuerpo está tan mutilado y ensangrentado que no invita a contemplarlo. Son los dos primeros, pero detrás de ellos siguen apareciendo más zombies. La mujer gorda mete el pie entre unas ramas y cae al suelo, rodando colina abajo durante casi cuatro o cinco metros. No la detiene. Vuelve a levantarse y sigue corriendo con el ansia escrito en sus ojos. Los alaridos de los muertos persiguen a Patrick, Neil y Peter.
Se dirigen hacia la esquina más cercana del edificio. Volver a pisar asfalto supone un pequeño alivio para ellos. Patrick afianza su mano sobre la culata del rifle justo antes de girar la esquina. Al hacerlo, se dan de bruces con un carrito de la compra volcado. Patrick lo esquiva. Peter intenta saltarlo pero tropieza y cae al suelo arrastrando a Neil con él. Al verse liberado, Patrick se gira para comprobar dónde están los muertos. Han conseguido reducir la distancia a la mitad.
Un gruñido a su espalda le hace girarse de golpe, llevando la culata del rifle al hombro y preparado para disparar. Desde detrás de un camión de reparto aparece un hombre vestido con mono azul y chapita identificativa en la solapa. Le falta un zapato y cojea por ello. Y lleva la cabeza inclinada hacia un lateral, como si tuviera el cuello roto. Sus manos están cubiertas de sangre.
Patrick toma aire, hinchando sus pulmones, y cierra el ojo izquierdo para apuntar. Su dedo aprieta el gatillo. La bala atraviesa la frente del muerto provocando que su cuerpo salga despedido hacia atrás y caiga desmadejado frente a su camión de reparto.
—¡Corred!
Y ahora Patrick no espera. Porque los gruñidos de los muertos que les persiguen están cada vez más cerca y porque delante de ellos empiezan a escucharse más ruidos. Pasos, sí, mezclados con más de esos alaridos que son mitad humanos mitad animal.
Neil y Peter corren detrás de Patrick. El chico asiático con la camiseta de juego de Tronos gira la esquina en ese momento. Les habría dado alcance antes de que llegaran a la siguiente esquina de no ser por el providencial carrito de la compra. Tropieza con él y cae de boca al suelo. Su ausencia de reflejos le impide poner las manos para amortiguar la caída y su boca se estrella directamente contra el suelo. Varios de sus dientes salen despedidos.
Por supuesto, vuelve a levantarse.
Desde la siguiente esquina aparece una mujer rubia. En vida debió ser una chica preciosa, pero su rostro y parte de su brazo derecho muestran heridas abiertas que dejaron de sangrar hace muchas horas. Patrick le dispara sin dejar de correr y la bala atraviesa el mentón de la chica para salir por encima de su oreja de recha. Su cuerpo cae al suelo girando en el aire. Patrick cruza por encima de ella apenas un segundo después y gira la esquina.
No se detiene, pero se queda sin aire.
La parte delantera del centro comercial muestra los escaparates de varias tiendas. La más cercana a él, de una conocida marca de ropa, está seguida de una librería, una tienda de telefonía móvil e informática, una joyería, una tienda de alimentación, la farmacia y, por último, la más lejana, otra tienda de ropa. Frente a ellos se extiende el modesto aparcamiento del centro comercial, donde parece que se libró una pequeña batalla. Hay varios coches, incluso un autobús cruzado en mitad del aparcamiento, y miles de objetos volcados en todos sitios. Patrick alcanza a ver desde zapatillas hasta joyas, pero también un bate ensangrentado, un oso de peluche al que se le escapa el relleno, una blackberry con la pantalla agrietada y manchada de sangre, prendas de ropa…
También hay sangre. Por todos lados. En el suelo, sobre los coches, en el interior de los coches. Parece que algunos supervivientes trataron de ocultarse en el autobús, pero finalmente los muertos se abrieron paso a través de la puerta, que aparece combada hacia dentro y con los cristales hechos añicos. Hay salpicaduras de sangre en los cristales del autobús. Por dentro. El escaparate de la tienda de informática también está roto y hay cristales en la parte delantera.
Y hay zombies. Muertos que deambulaban por la zona y por el aparcamiento y que han despertado al oír el disparo. La mayoría aún parecen desubicados, pero Patrick puede sentir las miradas que empiezan a clavarse en ellos, las bocas que se abren saboreando anticipadamente su carne, las piernas que empiezan a ponerse en movimiento.
Puede que lleguen. Sí, es posible, pero tampoco es seguro. Y desde donde está, no alcanza a ver si la puerta de la farmacia está abierta o cerrada, y si está abierta, si es de cristal o no, si está rota o les permitirá defenderse durante el tiempo necesario para coger lo que necesitan coger y buscar una salida. Patrick piensa en todo esto mientras recorre el frontal de la primera tienda de ropa. Si llegan y la puerta está cerrada, es casi seguro que morirán allí. Si llegan y la puerta está rota, podrán entrar pero los muertos les seguirán y morirán allí. Y también cabe la posibilidad, claro, de que los zombies corran más y no les dé tiempo a llegar.
Porque los ve salir de todas partes. De detrás de los coches, de la calle que se extiende más allá, incluso ve uno arrastrándose por el suelo, con las dos piernas devoradas hasta casi las rodillas y tirando de sus muñones y los jirones del pantalón. Un zombie sale a la calle desde la joyería, colocándose entre ellos y su objetivo. Es un hombre mayor, de unos sesenta años, con el pelo y la barba canosa. Muestra una herida atroz en el pecho y su barba y dientes están manchados de sangre también, demostrando que ha sometido a otros a la misma muerte que le dieron a él.
Sin dejar de correr, cruzando por delante del escaparate hecho añicos de la librería y pisando un cartel que anunciaba como novedad el último libro de Stephen King, Patrick dispara sin apuntar, acertando en el pecho del anciano y derribándole. El anciano agita los brazos en el suelo, tratando de reincorporarse. Patrick no se detiene, pero recarga el rifle a la carrera.
A su espalda, Neil apunta el revólver hacia una mujer que corre hacia ellos desde el aparcamiento y dispara. La mujer se sacude como si hubiera recibido un golpe en el abdomen y pierde pie, cayendo al suelo, pero empieza a levantarse de nuevo. Detrás de él, Peter empieza a chillar.
Los disparos y los gritos de Peter agudizan la histeria de los muertos, que empiezan a cerrar el cerco sobre ellos. Patrick dispara de nuevo, acertando en el cuello de un adolescente con aspecto de surfero al que uno de sus ojos le cuelga de la cuenca agarrado apenas por unos hilillos de carne. Neil y Peter también disparan, pero su puntería es peor y no aciertan todas las veces. De hecho, ninguna bala disparada por los dos chicos destroza la cabeza de un zombie. No logran matar a ninguno, pero al menos les detienen.
Patrick se da cuenta de que no van a llegar a la farmacia. Desde el fondo vienen corriendo varios muertos más y el encontronazo tendría lugar frente a la tienda de alimentación. Y está pensando en eso cuando los dedos manchados de tierra y sangre de una mujer de mediana edad a la que le falta parte del brazo izquierdo se cierran sobre su pierna derecha haciéndole perder el equilibrio.