Ace Hall y Ozzy siguen gritando y dando saltos de un lado a otro del muro. Verónica les mira, apoyada en la pared de la casa de Tom, sumida en sus propios pensamientos. Cerca de ella, corriendo de un lado a otro, Paula y Junior ríen alegres, contrastando con las circunstancias que asolan el continente americano. Logan Kane, Tom Ridgewick, Stan Marshall y Brad Blueman están desayunando. Mark está con ellos, pero quiere esperar a Verónica para comer. En parte porque prefiere su compañía, pero también porque quiere asegurarse de que no vuelvan a echarle menos ración que la que le corresponde. Como si estuviera en su mano impedirlo. Pero tiene hambre, eso seguro, y su estómago hace ruido al pensar en comida. Lleva así varios días, en realidad. Todos ellos están comiendo poco, y lo entienden, pero sus cuerpos no parecen opinar lo mismo. Y así está, pensando en el rugido hambriento de su estómago, cuando un disparo se escucha a lo lejos.
Al momento, todos ellos se quedan quietos, expectantes. Ace y Ozzy dejan de gritarle a los muertos. Verónica se incorpora como movida por un resorte, llevándose las manos a la boca. Incluso Paula y Junior se detienen.
Y todos esperan. Porque saben que ha comenzado, que su pequeña partida de voluntarios está en verdadero peligro y saben lo que ese disparo significa. Aunque lo cierto es que no son del todo conscientes de lo que implica ese disparo hasta que escuchan el grito de Ace.
—¡Se están marchando! ¡Aquellos se están marchando!
Desde el jardín es imposible que vean lo que Ace señala, pero nosotros sí podemos hacerlo. De la muchedumbre de muertos que se apretujan contra el muro de San Mateo, los más cercanos tienen brazos y bocas extendidas y anhelantes, señalando a Ozzy y Ace, pero al fondo, los más lejanos a ellos, han respondido al estímulo que supone el disparo que acaban de oír girándose en esa dirección y empezando a correr carretera abajo. Primero un par, después otro grupo. No más de treinta zombies, pero eso ya supone un número importante.
Ace corre por encima del muro gritando y agitando las manos, tratando de volver a llamar la atención de los muertos. Sus piernas se mueven a toda velocidad. Sus pies rozan continuamente las piedras desigualmente colocadas del muro, amenazando con hacerle caer. Un error en ese sentido podría ser fatal, si cayera por el lado lleno de zombies del muro. Pero Ace corre y grita agitando los brazos con desesperación. La mayoría de los muertos que han echado a correr siguiendo la carretera a Half Moon Bay se giran de nuevo hacia él, gritando a su vez. Primero uno, un par, cinco, después todo el grupo.
Y Ace deja de correr, por suerte. Pero coloca el pie sobre una piedra demasiado lisa y resbala. Verónica ahoga un grito al verle tambalearse y mover los brazos como lo haría un equilibrista en el circo. Ace logra estabilizarse y se agacha, mirando a los muertos que le desean a algo menos de metro y medio más abajo. Los gruñidos, los gritos, el olor, las heridas y la sangre le revuelven el estómago, pero aguanta. Les observa detenidamente, analizando al enemigo.
—Malditos mamones —murmura—. No me hagáis correr así.
Ozzy, por su lado del muro, reemprende los gritos, arengando a la masa de muertos una vez más. Ace siente su ira, les ve revolverse y lanzar dentelladas al aire. Aparta la mirada.