Casi quince minutos después de que Ozzy, Ace y Tom se suban al muro para atraer a los zombies hacia la parte delantera de la urbanización, en la zona oeste de San Mateo, Neil escala el muro y se tumba cuan largo es en la piedra, para otear sigilosamente. Abajo, de pie en la hierba, esperan Peter, Patrick, Verónica y Tyrone. Neil mira hacia ambos lados, despacio, concentrándose en las sombras que la escasa luz del amanecer aún no ha logrado disipar, buscando el menor movimiento.
—No parece que haya nadie —murmura.
Patrick mira a Peter. El chico está nervioso, aunque quiere aparentar lo contrario, sólo tienes que observar como abre y cierra la mano de forma compulsiva y como pasea la lengua por los labios una y otra vez. Nosotros lo vemos y Patrick, acostumbrado a leer ese tipo de tics y gestos, también lo ve. Apoya su mano en el hombro del chico. De inmediato, la mano de Peter se detiene, con el puño cerrado.
—¿Vamos allá?
Peter le mira y asiente, despacio. Después, ayudado por Tyrone, sube al muro y se tumba junto a Neil. Patrick, sin embargo, se gira hacia Verónica antes de subir. Ella le agarra la mano con cariño.
—Ten cuidado, ¿vale?
—Te lo prometo —responde él, esbozando una sonrisa que pretende ser tranquilizadora. Obviamente, no le menciona que está a punto de saltar al otro lado con dos chicos que debían pasar más tiempo en salones recreativos que en el instituto y que uno de ellos está temblando como un flan.
Verónica le suelta la mano. Patrick se gira hacia Tyrone y coge el rifle de caza que Tom Ridgewick ha decidido prestarle para esta excursión. También le ofrece una pequeña mochila donde va toda la munición, dos cantimploras llenas de agua (cortesía de Ace Hall) y una navaja suiza. Tyrone le ofrece sus dos manos entrelazadas como apoyo, y Patrick sube a lo alto del muro casi sin esfuerzo. Una vez arriba, se gira una vez más para ver a Verónica. Lleva el pelo rojizo recogido en una coleta y está preciosa. Le guiña un ojo.
Después se da la vuelta y salta al otro lado.