Pluto sigue ladrando. Corre de un lado a otro del jardín, se levanta sobre las patas traseras y araña la puerta metálica, gruñe y ladra, desesperado. Hace un rato que ha dejado de oler a la ama y al hombre malvado, pero no se le ha olvidado. Escucha la puerta de la casa abrirse a su espalda, pero no se gira. Le ladra a la noche, a la calle, a la puerta. Oye los pasos rápidos, pasos de pies pequeños y desnudos.
—¡Pluto! —grita Junior—. ¡Cállate ya! ¡Vas a despertar a todo el mundo!
Pluto no obedece. Sabe que tiene que hacerlo o se llevará un coscorrón. No del chico, pues el chico le adora y sólo le da abrazos y besos, pero la madre sí le regañará. Tampoco es que duela, porque los coscorrones de los seres humanos son bastante flojos, pero le molesta que se enfaden con él. Le entristece.
Si pudiera explicarles lo que ocurre…
Pluto vuelve a ladrar y araña la puerta una vez más. Junior le agarra del collar y tira de él para obligarle a sentarse.
—¡Pluto! ¡Que te calles ya!
Y Pluto, por fin, obedece. Junior le observa, con mirada reprobatoria, y después gira la cabeza hacia la puerta metálica que lleva a la calle. Como para ayudarle a entender que sí, que hacia allí debe mirar, Pluto vuelve a ladrar. De inmediato, junior se gira de nuevo hacia él y levanta una mano, señalándole con el índice.
—¡Pluto! ¿Qué quieres, que nos mate mamá o qué?
Pluto baja la mirada. Pero junior conoce a su perro, de eso puedes estar seguro, y sabe que está nervioso, así que vuelve a mirar hacia la puerta metálica y avanza hacia ella, despacio, como quien está a punto de infiltrarse en territorio enemigo. Al posar la mano en el manillar de la puerta, siente un cosquilleo de miedo recorriéndole la espalda. ¿Y si Pluto está tan nervioso porque los muertos han logrado atravesar la valla principal de San Mateo? ¿Y si cuando abra la puerta permitirá que la atraviesen y le atrapen?
Su padre siempre decía que había que ser racional. Pensar antes de permitir que las sensaciones te hicieran equivocarte. ¿O eran los sentimientos? No importa. Junior piensa y se da cuenta de que es estúpido creer que la calle está llena de muertos. Les ha escuchado gemir y gruñir tras la verja principal, y al otro lado del muro de piedra que les mantiene a salvo y al otro lado de la puerta no se escucha nada. Allí no hay muertos.
Así que abre la puerta.
Como sabíamos que ocurriría, no hay nadie al otro lado.
—Junior! ¡Dile a Cameron que entre de una vez!
Junior se gira y ve la sombra de su madre en la puerta de casa. Está todo tan oscuro que en realidad no puede asegurar que sea ella. Si no fuera porque su voz le resulta inconfundible…
El niño se asoma a la calle y mira hacia los dos lados. No ve a nadie. Pluto pasa junto a él, olisqueando la calle. Junior le agarra del collar y le obliga a entrar en el jardín de nuevo.
—¿Mamá?
—¿Sí?
—¡No veo a Cameron!