Neil deja que Peter y Rick entren en su casa, pero él se queda en la puerta junto al coche. Enciende un cigarrillo que no tiene ganas de compartir y deja salir el humo de sus pulmones volteando la cabeza hacia arriba. Es una sensación de placer que sólo entienden los fumadores. Se apoya en la pared y siente una presencia a su izquierda. Al girar la cabeza se encuentra a Cameron Collins acercándose a él, pequeña y apocada pero preciosa. Se retuerce las manos a la altura del estómago, nerviosa.
—Hola —le dice, mirándole con timidez.
—Hola —responde él, clavando su mirada en los ojos de ella.
—Soy Cameron. Tu vecina.
—Ya. Lo sé. A veces te he visto por la ventana.
Las mejillas de la chica enrojecen por la vergüenza. Ambos saben a qué veces se refieren. Él sonríe.
—Nunca habíamos hablado.
—No —responde él—. ¿Quieres? —le ofrece el cigarrillo.
—Mis amigas fuman, pero yo nunca lo he probado.
Al decirlo, Cameron piensa en sus amigas. Se pregunta si estarán vivas en algún sitio o se habrán convertido en una de esas cosas que se agolpan ante la puerta de San Mateo.
—Pruébalo —dice él—. A fin de cuentas, es posible que no haya muchas más oportunidades de fumar.
—¿Por qué?
—Porque se nos están acabando los cigarrillos. Y no creo que hagamos expediciones en busca de tabaco. Comida, sí, vale. Pero tabaco no.
Vuelve a sonreír. Y podemos comprobar una vez más que Neil Ridgewick se parece a su tío.
—Es muy valiente lo que vas a hacer —asegura ella—. Salir ahí fuera para buscar comida.
Neil se encoge de hombros restándole importancia al asunto. Cameron, de forma no premeditada, alarga la mano y le quita el cigarro para llevárselo a la boca. Se detiene cuando la punta del filtro roza ya sus labios.
—¿Tengo que tragarme el humo?
—Te hará toser, porque es tu primera vez, pero es lo suyo. Y ya que vas a probarlo, mejor hazlo bien, ¿no?
Cameron sonríe. Es una chica preciosa y se le forman dos hoyuelos en las comisuras de los labios dignos de portada de revista. Apresa el cigarrillo entre los labios e inhala con fuerza. Un segundo después, se dobla sobre sí misma presa de un ataque de tos. El cigarrillo cae al suelo y Neil se echa a reír, cogiéndola de los brazos para levantarla. Ella tose un par de veces más antes de recuperarse.
—¡Qué asco! —exclama, con los ojos llorosos.
—Muchas primeras veces son un asco, pero luego acaban siendo benditos placeres —dice él, recogiendo el cigarro del suelo y dándole una calada—. El tabaco es uno de ellos.
—No lo comprendo.
Él sonríe, divertido.
—¡Cameron!
El grito de Marsha Collins les hace girarse a los dos. La mujer se encuentra en la puerta del jardín de los Collins, mirándoles, con Pluto y Junior al lado. Pluto está ladrando, en dirección contraria, y Junior tira de su correa para meterle en la casa, forcejeando.
—¡Ahora voy, mamá! —grita ella.
—¡Vamos, no quiero que estés fuera de noche!
—¡Que sí, que ya voy!
Marsha ayuda a su hijo a meter a Pluto en el jardín y cierra la puerta tras ellos. Pluto sigue ladrando mientras madre e hijo se encaminan hacia la casa. Cameron se gira hacia Neil, avergonzada como lo están todos los adolescentes de sus padres.
—Ten cuidado mañana, ¿vale?
—Lo tendré, descuida.
Cameron asiente. Después, se acerca a Neil y le planta un beso en los labios, fugaz.
—Para que te dé suerte.
Después Cameron se gira y echa a andar hacia su casa. Neil se lleva los dedos a los labios, justo a donde ella le ha besado, y sonríe. Lanza el cigarrillo al suelo, lo aplasta con el pie, y cruza la puerta de su jardín.
Cameron ha cerrado los ojos después de girarse, completamente avergonzada por lo que acaba de hacer. Se siente estúpida porque cree que alguien como Neil jamás se fijaría en una chica como ella, tan joven. Pero quería hacerlo, necesitaba hacerlo, y aunque creía que no se atrevería, al final lo ha hecho. Y le ha gustado. Una parte de ella se arrepiente de no haberle dado un beso de verdad, con lengua. Se dice que lo hará cuando vuelva. Le dirá que es su regalo de bienvenida. Posiblemente él le diga que está loca, que no quiere nada con una niñata como ella, pero aun así, se dice, lo intentará.
Va sumida en esos pensamientos, con los ojos cerrados sintiendo la mirada de él clavada en su espalda, erróneamente pues él ya se ha metido en su casa, y escuchando los ladridos de Pluto cada vez más cerca. Se pregunta qué le pasa a ese perro, porque suena alterado, como cuando ve un gato en algún punto inalcanzable para sus aptitudes caninas.
Cameron abre los ojos, y está a punto de soltar un grito al encontrarse delante a Logan Kane.
Tal vez debería haberlo hecho. Es posible que Marsha y Junior Collins no la escucharan por estar dentro de sus casas ya, pero Neil habría oído el grito sin lugar a dudas porque aún está en su jardín, caminando lentamente hacia su casa y sin ninguna gana de entrar.
—¡Hola! —saluda Logan—. Estaba dando un paseo y te he visto caminando con los ojos cerrados, y me he parado para que no te chocaras conmigo. No pretendía asustarte.
Logan sonríe. La tensión del sobresalto, como por arte de magia, desaparece al ver esa sonrisa. Y Cameron se relaja. Craso error. Pluto sigue ladrando, furioso, fuera de sí, al otro lado de la puerta.
—La culpa es mía por ir con los ojos cerrados —dice ella, sonriendo y sacando las llaves del bolsillo.
—Oye, ¿te puedo hacer una pregunta?
Cameron asiente, cordial y simpática.
—¿Quién vive en aquella casa?
Logan señala más allá de Cameron, y ella, dispuesta, se gira para responderle. Antes de que tenga tiempo de decir nada, la mano firme de Logan Kane le tapa la boca mientras un brazo le apresa contra su cuerpo. Entonces siente que la izan del suelo, y patalea en el aire sin conseguir nada. Le cuesta respirar. El pánico se apodera de ella. Pluto sigue ladrando, histérico, y ella intenta gritar a través de la mano que le tapa la boca.
Es inútil. Amparándose en la oscuridad de la noche, Logan se lleva a Cameron.