—¿Estás loco?
Verónica ha esperado hasta que han llegado a la casa de Ace Hall y han entrado en la habitación en la que duermen para girarse hacia él con esas palabras que llevan esperando en sus labios desde que anunciara que iría a por la papilla que necesita Axel Morris. Patrick se acerca a ella y le coge la mano derecha.
—Alguien tiene que hacerlo, Verónica.
—¿Y tienes que ser tú? No estuviste en Castle Hill, no tienes ni idea de cómo es huir de esas cosas.
—Pero estaré bien, te lo prometo.
—¡No puedes prometerme eso! —grita ella, soltándole la mano y retrocediendo, al borde del llanto—. He visto morir a demasiada gente a la que quería. Te matarán, Patrick.
—No, no lo harán. Verónica, escucha…
—No quiero que mueras, Patrick —Verónica se acerca de nuevo a él—. No quiero que vayas. No lo hagas.
—Verónica…
Y ella entiende que no puede convencerle. Y las lágrimas dejan de encontrar barreras y se desbordan de sus ojos. Y llora por Patrick, pero también por todo aquello por lo que no ha llorado desde que empezara esta pesadilla. Y Patrick le levanta la cara con suavidad y besa sus labios, con una ternura que nunca había sentido antes en otro hombre. Y le busca con las manos, y él a ella. Y se desnudan el uno al otro sin dejar de besarse. Y mientras él le hace el amor, ella le dice que le quiere, le suplica que tenga cuidado, le obliga a prometerle que volverá sano y salvo. Y después gime, sin poder evitarlo, y le vuelve a besar, una y otra vez.