—Me encantaría aplastarle la cara contra el suelo.
Patrick sonríe mirando a Verónica. Ella está enfadada como nunca antes la había visto.
—¿No ha hecho suficiente daño ya?
—Blueman es un pelele —asegura Patrick—. Y ahora se siente protegido bajo el ala de Tom Ridgewick.
—Dios los cría y ellos se juntan.
—Básicamente, sí.
Verónica resopla. Acaban de detenerse junto a la puerta de entrada de la casa de los Finney, y Patrick vuelve a mirar a Verónica divertido. Los labios de ella están fruncidos en un mohín de hartazgo, y sin pensarlo dos veces, ni tan siquiera realmente una vez, Patrick se acerca a ella y la besa, enredando su mano en el pelo del color de las llamas de ella. Y durante los primeros segundos parece que ella va a separarse, por la sorpresa, y Patrick casi piensa que está a punto de recibir un tortazo en la cara, pero luego los labios de Verónica se separan y sus lenguas se juntan. Sin darse cuenta retroceden hasta que la espalda de ella se topa contra la pared, y Verónica suelta un gemido y Patrick le agarra la cara con las dos manos, mientras el beso continúa y ella le agarra la espalda, como queriendo que se junte aún más con él.
Patrick se separa. Verónica respira agitada. Se miran a los ojos, apenas a unos centímetros, justo en ese punto donde, de estar un milímetro más cerca sería difícil enfocarse. Verónica le pasa una mano por la cara.
—Lo siento —dice él—. Ha surgido.
Verónica se echa a reír, y eso hace que Patrick se separe aún más, recuperando una distancia normal entre dos personas.
—«Lo siento, ha surgido» es probablemente la peor frase que me han dicho jamás después de un beso —asegura ella.
—Quería decir que no lo he pensado, que ha sido un impulso. Lo siento.
—No lo sientas, Patrick —Verónica se acerca a él y apoya su mano en el pecho de Patrick—. No sé si lo has notado, pero no me he apartado.
—No sé, en medio de todo lo que…
Verónica apoya dos dedos en los labios de Patrick, obligándole a callarse.
—En serio, Patrick, no hay que buscar ni excusas ni razones. Es lo que es, y ya está.
Patrick sonríe. Se ha sonrojado ligeramente. Después, Verónica se gira hacia la puerta de la casa de los Finney y entra. Patrick cruza detrás de ella, llevando en la mano la bolsa donde carga el caldo que les corresponde a la pareja de ancianos y al joven que vive con ellos ahora.
Se detienen al ver a Pablo en el jardín. Tiene la ropa manchada de tierra y aspecto de llevar trabajando unas horas. Está sucio y sudoroso. En las manos tiene una pala y ha estado cavando un agujero debajo de la palmera que más sombra le da al jardín. Un poco más allá, dos bultos tapados con una manta anuncian en luces de neón lo que ha ocurrido.
Patrick deja la bolsa con el caldo encima de una silla y se acerca al jardinero. Hasta que no se encuentra a su lado no se da cuenta de que Pablo Collantes ha estado llorando. Le mira como un cachorro mira a sus dueños cuando quiere comer.
—¿Qué ha pasado? —pregunta Verónica, desde detrás de Patrick.
Pero Pablo está al límite de sus fuerzas, tanto físicas como mentales, y se deja caer de rodillas, sin poner límite alguno a sus lágrimas y su desesperación. Un segundo después, Verónica se acerca a él y se agacha para abrazarle. Pablo apoya la cara contra su hombro, pero aún llorará durante casi cinco minutos más antes de calmarse y poder hablar. Entonces, les explicará lo que encontró después de despertar y les pedirá ayuda para terminar de enterrarles.