Pero volvamos a San Mateo.
A la noche en que la electricidad deja de funcionar. Al momento exacto en que las luces, lo que hasta ahora hemos asociado con civilización, se esfuma como una pizca de sal en el mar. En ese instante, Mark está sentado con la espalda apoyada en el respaldo de la cama, mirando el libro abierto que tiene sobre las piernas sin verlo en realidad. Con la mano derecha acaricia la cabeza de Paula, que está completamente dormida. El propio Mark se está quedando dormido, y somos testigos de cómo su cabeza se va inclinando poco a poco hacia delante, al tiempo que los párpados parecen cerrarse como si pesaran toneladas.
Y entonces, sin el menor ruido, la luz se apaga.
Mark abre los ojos de repente, sobresaltado por la súbita oscuridad. En apenas un segundo toma conciencia de que no es sólo la luz de la lamparita la que se ha apagado. No hay ningún resplandor naranja. Las farolas también se han ido. Escucha un golpe en la planta de abajo, seguido de un gruñido de dolor, y no hace falta que te diga que ese es Stan Marshall, que se acaba de golpear la pierna contra un sillón.
La respiración de Mark se acelera. La oscuridad le oprime, parece ejercer una presión sobre él similar a la que ejerce el agua a bajas profundidades. De repente, su pecho es incapaz de tomar aire y siente que se ahoga. Se lleva ambas manos al cuello y se esfuerza por respirar. No lo consigue. Se levanta, pero tropieza con algo en el suelo, sus zapatillas, y cae de rodillas. Sigue boqueando, arañándose el cuello, tratando de hinchar el pecho y enviar aire a sus pulmones, inútilmente.
Y entonces una pequeña mano se engancha a la suya.
—Tranquilo, Mark. Estoy aquí contigo.
El aire parece entrar por su boca de golpe, como si hubiera existido una barrera invisible que lo impedía y acabara de romperse. Al sentir sus pulmones hincharse, Mark empieza a toser y a reír, todo al mismo tiempo, y Paula le abraza y le da un beso en la cabeza. Mark sigue riéndose, y cuando comprueba que su respiración se ha vuelto normal, se incorpora y le da un abrazo a la niña.
—Te quiero, Paula.
—Yo también. No hace falta que tengas miedo a la oscuridad.
De nuevo, la niña le agarra de la mano y se tumba en la cama, sin soltarle. Mark se queda sentado, sonriente, mirando hacia donde sabe que está la niña aunque no pueda verla en la oscuridad. Y se da cuenta de que eso es falso. Aunque escasa, la luz de la luna permite que pueda apreciar la forma de la niña en la cama. Y le echa la sábana por encima con la mano que tiene libre.
La puerta se abre, con cuidado. Patrick se asoma.
—¿Estáis bien?
—Perfectamente —responde Mark—. ¿Se ha ido la luz, no?
—Del todo. Kaput.
Mark asiente. Se da cuenta de que se trata de un gesto absurdo que Patrick no puede apreciar, pero este no espera respuesta. Le desea buenas noches antes de cerrar la puerta.
Mark tardará un buen rato en conseguir dormirse. Una cosa es que haya logrado evitar su miedo a la oscuridad y otra muy distinta es que sea capaz de dormir fácilmente sin luz. Paula, por el contrario, se queda dormida casi al instante. Ven, acompáñame. Salgamos de la habitación que ocupan Mark y Paula en el primer piso. La casa de Ace Hall, el que en palabras de Ozzy fuera uno de los villanos más estratégicos de Survivor, está ocupada por los supervivientes de Castle Hill. Junto a la habitación principal se encuentra el despacho. En el suelo, dos esterillas sirven de lecho a Patrick y Verónica. Cada uno de ellos tiene un saco de dormir. Verónica está profundamente dormida con la cabeza pegada a una estantería llena de libros. Patrick coge su saco y empieza a meterse dentro. Ozzy y Stan duermen en la planta de abajo. El sofá del salón se convierte en cama y los dos hombres duermen en ella. La primera noche, Stan amaneció con la pierna de Ozzy por encima y con un gruñido y un empujón, se levantó de golpe. Ozzy cayó al suelo gritando. Juró que había sido el peor despertar de su historia. Stan Marshall, con el ceño fruncido y cara de pocos amigos, aseguró que también había sido su peor despertar.
En realidad, se lo tomaban con buen humor. Teniendo en cuenta las circunstancias.
La habitación principal, por supuesto, seguía siendo la del propio Ace Hall. Aunque no importa si entramos en este momento porque no hay nadie en ella. Hace tres días que Ace Hall no duerme allí. Tras la llegada de Logan Kane y Brad Blueman a la urbanización, Rachel Morris apareció corriendo, empujando el bogaboo y a Axel en él, y les contó a todos que Bruce estaba de camino. Estaba agitada y nerviosa y aún tenía en una mano el teléfono y en la otra el biberón que estaba preparando cuando Bruce le había dicho que iba a salir de la oficina. Patrick, Tyrone, Neil y Ace se subieron al muro que delimitaba San Mateo. Querían estar preparados para ayudar a Bruce cuando llegara.
Bruce no apareció.
Estuvieron esperándole durante un día entero. Tom Ridgewick se encargó, por supuesto, de organizar los turnos de vigilancia. Peter, Rick, Rodger y su hijo Shane se encargaron de sustituir a Patrick y los demás. Logan se ofreció a ayudar. Tom le dijo que aprovechara para descansar, pero que su ayuda sería aprovechada durante el siguiente turno. Estoy seguro de que eres capaz de deducir por ti mismo a quién sustituyó.
Con el alba, Tyrone, Neil, Ace y Logan se subieron al muro y enviaron a Rodger y los tres chicos a dormir. Patrick le preguntó a Tom qué quería que hiciese él. Con esa sonrisa que Patrick estaba empezando a odiar, Tom le dijo que aún había muchas cosas que hacer. Patrick preguntó qué cosas.
—Ayer no terminamos de recolectar toda la comida de todas las casas. Estoy seguro de que puedes ocuparte.
Patrick se mordió la lengua. Puedes estar seguro de que le costó hacerlo. Ayudó bastante que Tom se girara rápidamente y se alejara, dándoles algunas indicaciones a los nuevos vigilantes. Brad Blueman, que había sido acogido como invitado en la casa de Tom Ridgewick, se acercó a su anfitrión y le aseguró, entre risas, que le había encantado la cara de frustración del joven agente. Aquello satisfizo a Tom.
El siguiente turno ya no fue de cuatro personas. Tan sólo Rodger y su hijo subieron al muro para esperar a Bruce Morris. Para entonces, ya parecía bastante evidente que no iba a aparecer, pero Tom mantuvo la pantomima. Bruce Morris no contestaba al teléfono. En el muro, durante aquel último turno, Rodger le dijo a su hijo Shane que esperaba que Bruce Morris no hubiera sufrido. Shane había mirado hacia abajo, hacia los cientos de manos muertas que se extendían hacia él arañando el aire, hacia aquellas bocas abiertas que desvelaban la más cruel de las oscuridades tras ellas, y dudó que su padre tuviera razón.
Tom Ridgewick se encargó de decirle a Rachel Morris lo que ella misma en el fondo ya sabía. Ace Hall y Emma Walters le acompañaron, y cuando Rachel se echó a llorar presa de la fatiga y el dolor, Emma se ocupó de ella y Ace se hizo cargo de Axel. Tom se deshizo en buenas palabras, habló de lo maravilloso y buen hombre que había sido Bruce en vida, elevó una oración en su nombre y rogó por su alma en el Reino de los Cielos. Emma Walters le dio un valium a Rachel y le dijo que se lo tomara y que no se preocupara por nada de momento. Rachel obedeció.
Emma planteó la posibilidad de llevarse a Rachel y al niño a su casa. Aseguraba que ella y Rodger cuidarían de ambos, pero Rachel se negó una y otra vez. Sin embargo, era incapaz de terminar nada de lo que empezaba sin que el llanto acudiera a ella y tuviera que sentarse presa de ataques de nervios. Emma habló con su marido y le dijo que se quedaría unos días en casa de Rachel, para ayudarla. Ace Hall se ofreció a cuidar de Axel cuando fuera necesario. Y se quedó a dormir en el sofá del salón. Está tan dormido que ni siquiera se da cuenta de que la luz se apaga definitivamente.