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En la jaula número diez, Duck se despierta con el ruido de los aplausos. Al incorporarse, es incapaz de ver a qué se debe la algarabía. Tiene demasiada gente delante. A su izquierda, ve a un grupo de gente sentados en el suelo, formando una especie de corrillo y hablando en susurros. Se acerca a ellos.

—¿Qué está pasando? —pregunta.

—Están limpiando de cuerpos la jaula que tirotearon el otro día —responde uno de los hombres, que lleva un peto vaquero con los tirantes sueltos.

Otro de los hombres, que tiene una brizna de hierba entre los dientes y aspecto de haber trabajado en el campo toda su vida, le da un codazo a Don Peto Vaquero y chasquea los dientes. Los siete hombres que conforman aquel grupo se giran para mirar a Duck, y es fácil percibir que no es bien recibido entre ellos. Duck ladea la cabeza, sin comprender, y retrocede hasta la verja donde se encuentra Gabriel. El chico le mira. No parece el mismo chico que conocimos a las afueras de Castle Hill. Está demacrado y tiene una expresión de miedo constante, en su rostro han aparecido arrugas junto a los ojos.

—Qué tipos tan raros —murmura Duck, apoyándose en la verja.

—Te tienen miedo —responde Gabriel.

—¿A mí? —Duck se sorprende—. ¿Por qué?

—Han formado un grupo de vigilancia —a Gabriel le cuesta hablar, en parte porque está aterrado, en parte porque sabe que tendría que habérselo contado antes a Duck—. Después de lo que ocurrió en la siete, la gente tiene miedo de que haya infectados en la celda. Eso supondría la muerte de todos nosotros… a menos que actúen con rapidez.

—No entiendo a que…

—Son como la policía de la jaula, Duck. Están vigilando a todos, atentos a cualquier síntoma. Dicen que le reventarán la cabe za a patadas a aquel que sea un peligro, antes de que le dé tiempo a matar a nadie.

—¿Y qué tiene eso que ver conmigo? Yo no estoy infectado.

—Traté de explicárselo —asegura Gabriel, con los ojos empañados en lágrimas—. Pero les da miedo la sangre que tienes encima. Dicen que si esa sangre estaba infectada, lo más seguro es que tú también estés infectado.

—¿Qué? Esta sangre no está… menuda gilipollez.

Duck se separa de Gabriel y echa a andar hacia el grupo liderado por Brizna de Hierba, apartando a la gente que se interpone entre ellos. Al verle acercarse, Peto Vaquero se pone de pie. Los otros también, y a Duck le recuerdan a las pandillas de instituto a punto de empezar una pelea.

—Hola —dice, levantando una mano en un gesto que espera sea interpretado como son de paz—. Acabo de enterarme de vuestro temor por la sangre que cubre mi ropa. Todo este asunto de… la policía de la jaula… está muy bien, es más, creo que es una buena idea, mejor que estemos atentos por lo que pueda pasar, desde luego, pero yo no soy un problema. Es más, estoy bastante dispuesto a echaros una mano, creo que todos deberíamos hacerlo, de hecho. Si todos vigilamos a la gente que tenemos al lado no tendremos problemas —Aunque en realidad, cree que si todo el mundo empieza a sospechar del resto, sí que tendrán graves problemas. La historia del mundo está llena de ejemplos parecidos—. Y respecto a la sangre que hay en mi ropa, pertenece a gente que no estaba infectada y que murió a manos de los militares. Fue un error que dispararan, pero lo hicieron y yo sobreviví.

Durante un momento, nadie dice nada. Duck se siente incómodo. Peto Vaquero le mira fijamente a los ojos y, detrás de él, Brizna de Hierba escupe al suelo antes de tomar la palabra.

—Esperemos que tengas razón.

Duck sonríe.

—En realidad, yo tengo las mismas posibilidades de estar infectado que tú. No sé de dónde vienes, ni si has estado en contacto con los muertos… Por lo que yo sé, tú podrías ser un peligro también.

Brizna de Hierba sonríe, antes de darse cuenta de que algunos de sus compañeros se giran a mirarle, tensos. Después, la sonrisa se borra de su cara y avanza hacia Duck cerrando los puños. Y Duck, que jamás en su vida se ha peleado con nadie, se mentaliza para recibir una paliza mientras sube las manos dispuesto a defenderse.

No llega a iniciarse la pelea. El grito de Norman Brown en la jaula dieciocho les interrumpe.