25. Brad Blueman.
26. Logan Kane.
Puedes estar seguro de que Tom Ridgewick lo apuntará en cuanto entre en su casa y eche mano de su libreta. Su censo particular. El censo del pequeño grupo de supervivientes de San Mateo, en Half Moon Bay, donde el más mayor de sus habitantes recibió un tiro en la pierna en Vietnam y tiene una mujer que hace una limonada exquisita mientras que el más joven hace un par de días que empezó a gatear. El pequeño Axel Morris, cuyo padre se encuentra encerrado en el complejo de oficinas donde trabaja intentando mantenerse oculto ante los zombies mientras divide los minutos de vida que le quedan a su teléfono móvil entre su esposa, a la par que madre de Axel, y su amante.
Rachel Morris se encuentra en estos momentos preparando el biberón con cereales que comerá Axel. El pequeño se encuentra sentado en su carrito, mirándola atentamente con sus grandes ojos verdes heredados de su madre. Ella agita el biberón con fuerza, para mezclar el agua y los polvos. Los primeros compases de Rolling in the deep le hacen soltar un grito, pero el biberón no se le cae al suelo. Con el corazón en un puño, prácticamente se arroja a por el teléfono y aprieta el botón de respuesta. Rolling in the deep, la canción de Adele, es el tono personalizado que suena cuando es Bruce quien llama.
—¿Cariño?
—Mi amor —la voz de Bruce Morris suena apagada porque está hablando en susurros, pero por suerte, nosotros podemos oírle.
—¿Cuándo vas a venir, Bruce? No puedo hacer esto sóla, te necesito conmigo…
Rachel se esfuerza por no llorar, pero sus ojos se empañan. Axel, como si entendiera que se trata de un momento de suma gravedad, se pasa la mano por la cara y se frota los ojos.
—Creo que lo voy a intentar. Bellic está rondando por esta planta, pero no veo a nadie más. Bellic está muerto, pero creo que puedo correr más que él.
Observa a Rachel. Cómo escucha sobrecogida la voz de su marido. Cómo se lleva la mano a la boca y se la tapa con temor.
—Oh, Dios… Bruce, ten cuidado, por favor…
—Lo tendré. Esto va a salir bien, ya lo verás, mi amor.
Observa esa lágrima que escapa al fin del ojo izquierdo de Rachel, tan verde como el de su pequeño hijo, y cómo resbala por la mejilla hasta quedarse colgando de la barbilla.
—Axel y yo te necesitamos.
—Y yo os necesito a vosotras, mi amor. Te quiero. Estaré ahí en una hora. Tal vez en dos.
Bruce Morris cuelga el teléfono al mismo tiempo que la lágrima solitaria de Rachel Morris se despega de su barbilla y cae al suelo, estrellándose contra el mármol. Y como si hubiera abierto la veda, Rachel se echa a llorar, sin poder contenerse. Y tiene que agarrarse a la encimera para no caerse al suelo, aún con el biberón recién preparado en la mano. Y mira hacia Axel, que no comprende lo que pasa y mira hacia su madre con una sonrisa, y Rachel tiene que taparse la boca con las dos manos, tratando de ser fuerte, tratando de ser positiva, pero sin dejar de llorar. Y mientras eso ocurre en la casa de los Morris, el teléfono móvil de Marsha Collins empieza a sonar. Ella no tiene un tono personalizado para Bruce Morris, no lo tiene para ninguno de sus contactos en realidad, pero ve el nombre que aparece en la pantalla y se aparta de sus hijos para contestar.
—¿Bruce? ¿Cómo estás?
—Bien, mi vida —responde el hombre, al otro lado del teléfono. Y no sé a ti, pero a mí es imposible que este tipo me caiga bien—. Creo que voy a intentarlo. Sólo veo a un compañero de trabajo por aquí, y creo que puedo correr más que él.
—Dios mío, ¿estás seguro?
—Sí. Pronto estaré ahí.
—Ten cuidado.
—Te quiero, Marsha.
—Y yo a ti, Bruce.
Bruce cuelga el teléfono, y Marsha lo mantiene junto a su oreja unos segundos más, lo suficiente para respirar hondo y retomar la compostura. Cuando se da la vuelta, le sonríe a Mark como si no hubiera ocurrido nada importante. Y él le devuelve la sonrisa, amable, antes de girarse para mirar como juegan Paula y Junior.