11

Salir de San Francisco fue más complicado de lo que podría parecer. En varias ocasiones dieron con calles atestadas de coches abandonados de cualquier manera y por las que no podían abrirse hueco. En otra ocasión estuvieron a punto de chocar contra un Nissan volcado en el centro de la calle. En el interior, un hombre seguía anclado al asiento por el cinturón de seguridad, moviendo los brazos y la cabeza, pero no estaba vivo.

A partir de ese momento, Logan empezó a conducir despacio y con cuidado. Siempre evitaba atropellar a los muertos que le salían al paso, aunque en una ocasión estuvieron a punto de rodearles y tuvo que pasar por encima de tres cuerpos. El crujido de la caja torácica de uno de ellos al romperse bajo las poderosas ruedas del BMW les llegó claramente. Después Logan aceleró y las manos de los zombies golpearon el aire donde segundos antes habían estado las ventanillas del coche. En el asiento trasero, Brad Blueman gritó como una niña.

En otra calle, dos hombres armados con bates intentaron hacer que se detuvieran, pero Logan les sorteó subiéndose a la acera y embistiendo una moto aparcada junto a una farola.

Algo más tarde se encontraron con un control militar, o lo que quedaba de él. Había sido completamente arrasado y no se veía a nadie en los alrededores, excepto unos zombies que empezaron a correr hacia ellos en cuanto les vieron. Dos de ellos llevaban el uniforme militar y mostraban heridas atroces.

Para cuando lograron dejar atrás la ciudad ya hacía un rato que había pasado la medianoche y el faro delantero de la derecha estaba roto después de embestir la moto. Logan se desvió de la carretera y se internó en el bosque durante cinco minutos. Después, detuvo el motor y apagó las luces.

—¿Qué pasa? —preguntó Brad en ese momento, completamente aterrorizado por la oscuridad.

—Ya has visto las condiciones en que estaban las calles de San Francisco. Es muy probable que las carreteras estén igual y nos encontremos embotellamientos, accidentes e incluso sitios impracticables. Conducir en la oscuridad con sólo un faro operativo es jugar con la muerte.

—¿Vamos a quedarnos aquí? ¿Y si nos han oído y están viniendo? No les veremos aparecer.

—Por eso vamos a estarnos calladitos.

A Brad no le gustaba la idea de quedarse allí, en medio del bosque y a oscuras, pero tenía demasiado miedo para seguir protestando. Y sueño. Estaba realmente agotado. Llevaba casi cuarenta y ocho horas seguidas sin dormir, pero le aterrorizaba pensar en quedarse dormido y que los zombies le atraparan antes de que él pudiera intentar huir. Estaba seguro de que no lograría dormir nada.

En el asiento delantero, Logan mantenía la mano izquierda sobre la culata del arma reglamentaria del agente Gordon y la mantuvo así durante toda la noche. No durmió porque no tenía pensado hacerlo. Brad, al contrario de lo que pensaba, en cuanto apoyó la cabeza se quedó completamente dormido. Logan tuvo que hacer uso de toda su fuerza de voluntad para no destrozarle la cabeza a golpes con la pistola, pero eso era lo que más le apetecía hacer cada vez que Blueman roncaba.

Con los primeros rayos de sol, Logan estudió el contorno y no vio movimiento. A lo lejos y a la derecha, en donde quedaba San Francisco, se elevaba una columna de humo negro. Arrancó el coche, y eso despertó a Brad, que se irguió, totalmente desubicado y despeinado.

—¿Ya es de día? —preguntó con voz ronca.

Logan ni siquiera se molestó en contestar. Regresar a la carretera les llevó veinte minutos. Como Logan había predicho, se encontraron con varios accidentes y vehículos abandonados en la carretera, que tuvieron que sortear subiéndose al arcén. En una ocasión vieron un zombie, un hombre al que le faltaba una pierna y se arrastraba por el suelo hacia ellos, abriendo la boca y lanzando gruñidos. No supuso ningún problema.

Y no vieron más muertos hasta llegar a Half Moon Bay, y eso nos lleva hasta el momento actual, cuando tras girar en una curva la verja de entrada a San Mateo les queda a la vista y Logan Kane pisa el freno haciendo que Brad se golpee la cara contra el asiento delantero.

Delante de San Mateo, agolpados contra la verja, hay al menos tres centenares de muertos. Algunos de ellos se giran para mirar el BMW y corren hacia el vehículo, pero la mayoría les ignora por el momento.

—Dios mío… —murmura Brad en el asiento trasero, frotándose el puente de la nariz, donde se ha golpeado contra el asiento—. Jamás lograremos entrar ahí…

Logan aprieta los dientes. El pequeño grupo de muertos que corren hacia ellos les alcanzará en unos segundos, y cualquiera se hubiera quedado asombrado al ver a esos seres, que antes de ayer fueron personas, corriendo e incluso manteniéndose en pie a pesar de las graves heridas que cubrían sus cuerpos y caras y que en condiciones normales les harían retorcerse de dolor o les mantendrían muertos en el suelo.

—Vámonos de aquí —casi suplica Brad—. ¿A qué estás esperando?

No contesta. Y Brad está a punto de agarrarle el hombro y sacudirle para volver a preguntarle lo mismo cuando Logan extiende la mano hacia el volante y pulsa el claxon tres veces, una tras otra, en rápida sucesión. Supongo que a estas alturas sabes tan bien como yo que en realidad es una suerte que Brad no llegue a agarrar del hombro a ese hombre, porque Logan se habría girado hacia él y le habría disparado sin contemplaciones. Tiene ese tipo de mirada en los ojos, y sabemos de lo que es capaz.

Los bocinazos son los mismos que escuchan Patrick, Neil y todos los demás residentes de San Mateo. También llaman la atención de los más de trescientos zombies que se aplastan contra la verja de entrada de la urbanización y que ahora se giran para mirar el BMW y empiezan a moverse, como una masa de la que los individuos más rápidos y menos heridos se adelantan con rapidez.

—Oh, Dios mío —murmura Brad, al verlo.

Y entonces, Logan acelera el coche y embiste a los zombies más cercanos al tiempo que se desvía hacia la izquierda, subiéndose al arcén y saliéndose de la carretera. Brad comienza a gritar, incapaz de despegar la vista de la ventanilla a través de la que ve la horda de muertos variando su dirección y manteniendo al coche siempre en su mira. El BMW bota sobre un montículo, el retrovisor izquierdo golpea el tronco de un árbol y es arrancado de cuajo, y el vehículo cruza a toda velocidad paralelo al muro de San Mateo, dejando la entrada a su derecha primero y atrás después, perseguido por la multitud ansiosa de sangre que estira los brazos en su dirección. Algunas de esas manos muertas logran arañar la carrocería del coche, intentando agarrarlo pero sin conseguirlo.

Brad no deja de chillar en ningún momento y te mentiría si dijera que Logan Kane no piensa en girarse y dispararle a la cabeza para acallar ese horrible sonido.