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Volvamos atrás en el tiempo. La última vez que vimos a Logan Kane, este había dejado atrás el centro penitenciario de San Bruno, a cuyas puertas murieron los dos policías de Novato y los dos agentes federales que le custodiaban, devorados por los muertos vivientes.

Después de correr sin detenerse durante casi veinte minutos, con la pistola de Jim Gordon fuertemente agarrada en la mano izquierda, Logan se detiene delante del escaparate de una librería y apoya la espalda contra el cristal. Mira hacia ambos lados. A lo lejos se escuchan disparos. Pareciera que alguien tenía puesta una película bélica con el volumen demasiado alto. Saber qué está ocurriendo realmente es escalofriante.

Logan se da la vuelta rápidamente al percibir un movimiento en el interior de la librería, y apunta con su arma a través del cristal. Vuelve a bajarla al ver la cara de un anciano de pelo blanco y gafas de pasta escondiéndose detrás del mostrador.

Sigue adelante, sin correr pero andando a paso rápido. Al llegar a la siguiente esquina, tres coches le adelantan a toda velocidad. El lateral del tercero roza con la parte trasera de un camión mal aparcado, pero el conductor logra controlar el vehículo y pronto desaparecen girando a la izquierda. Logan mira hacia la derecha y ve un letrero azul con una letra P blanca a unos doscientos metros. Corre hacia allí.

Al alcanzar la entrada al parking se detiene y duda. La rampa de bajada está completamente a oscuras. Si la entrada tuviera dientes, la rampa podría perfectamente ser la garganta del monstruo. No le agrada la idea de meterse en un sitio a oscuras. Sin embargo, al escuchar gritos a su derecha seguido de un ruido de cristales rotos, Logan se decide y empieza a bajar. Si hubiera esperado un par de segundos más, habría visto aparecer a una pareja de adolescentes del callejón situado a quinientos metros. Tres segundos más, y habría sabido de qué huía la pareja. O mejor dicho, de cuántos.

La oscuridad le cubre por completo, engulléndole, cuando apenas ha recorrido tres metros.

Y a partir de aquí tendrás que fiarte de mí porque el interior del parking es como la oscuridad casi absoluta. Cada cincuenta metros hay unas pequeñas luces de emergencia, rojizas, que alcanzan a iluminar unos dos metros cuadrados, completamente insuficientes. Logan camina con la mano derecha pegada a la pared y la izquierda extendida delante de él, con la pistola aún en ella. Está atento a cualquier ruido. En el exterior escucha un grito de dolor desgarrador, pero el interior parece estar en silencio. De pronto, se choca contra un coche, golpeándose la cadera contra el espejo retrovisor.

Se muerde los labios para no hacer más ruido y se queda completamente quieto, a la espera.

Si sigue moviéndose, lo único que va a conseguir es hacer más ruido, y el ruido podría llamar la atención sobre su posición, así que decide quedarse quieto y se desliza, con la espalda junto a la pared, hasta sentarse en el suelo, con un leve sonido de fricción al rozar su espalda la pared rugosa del parking. Su plan es tan simple como esperar a que las cosas se tranquilicen fuera.

La mente es un órgano complejo, acostumbrado a jugar malas pasadas. Logan Kane es un hombre tranquilo y racional, que nunca se deja llevar por los nervios o el miedo, y sin embargo, al estar allí sólo, sentado en la oscuridad con la única compañía del silencio opresivo del parking cortado de cuando en cuando por siseos de cañerías o patitas de animales al moverse, escuchando los sonidos que le llegan apagados desde el exterior, Logan Kane se pregunta si es posible que algún zombie esté acercándose hacia él lentamente, tal vez reptando y el siseo que en ocasiones escucha no sea una tubería sino sus ropas harapientas y ensangrentadas al deslizarse por el suelo, tal vez incluso por debajo del coche. Prácticamente puede sentir la mano que le aferra el tobillo, los dientes que se acercan a su carne, el fétido olor que desprende el cadáver.

—No pueden verme —susurra. Y lo hace en voz alta porque quiere oír su voz, porque escuchar su propia voz rompe la sensación de claustrofobia que empieza a sentir.

Pero la mente es un órgano malvado al que le gusta jugar a ser el abogado del diablo, y se pregunta si eso es verdad.

—Si yo no veo, ellos no ven. Sus sentidos son los mismos.

¿Nunca te has dicho a ti mismo que te encantaría que la paranoia pudiera ser vista como una barrita sobre la cabeza de la gente, como si fuera un videojuego? En estos momentos la barrita de Logan Kane empieza a subir y hacerse más grande. Porque… ¿Está seguro de eso? ¿Los muertos se guían por nuestros mismos sentidos? ¿Nos ven, huelen o escuchan y se lanzan a por nosotros? Porque podemos insistir en que son humanos, antes de morir al menos, pero la lógica nos diría que un humano muerto no vuelve a levantarse, y sin embargo, las pruebas de que las cosas han cambiado están ahí fuera, corriendo por las calles de San Francisco y comiéndose a la gente como hamburguesas a las que dan un mordisco y después arrojan a un lado. ¿No es posible, acaso, que también hayan desarrollado algún otro sentido y ya no necesiten vernos para localizarnos?

Logan Kane piensa en eso y siente el miedo crecer en su interior.

—No entres en pánico, Logan.

Su voz es apenas un susurro pero sirve para evitar que se le acelere el pulso demasiado. Si se deja llevar por el miedo dejará de pensar de forma racional y en el momento en que deje de pensar de forma racional, será más fácil caer en las garras de los muertos.

Pensar antes de actuar le ha permitido huir de la policía y mantenerse fuera del radar. Y ahora no puede permitirse cometer un error porque ahora lo que está en juego es su vida.

Lentamente, apoyando la mano en la pared, Logan se pone en pie de nuevo. Sus ojos se han acostumbrado a la oscuridad y ahora es capaz de percibir sombras de vehículos y columnas. Y lo que es más importante, es capaz de ver una pequeña luz azul parpadeando cerca del lugar donde sabe que está la cuesta que le llevará de vuelta a la calle.

Separar la mano de la pared es probablemente la cosa más difícil de hacer, y sin embargo, Logan lo hace sin dudar. Una vez ha tomado una determinación, es muy complicado que alguien como Logan cambie de parecer o dude. Empieza a caminar hacia el parpadeo azul. Si se trata de lo que cree, y debería serlo, tal vez esté de suerte.

La luz azul resulta ser lo que Logan pensaba, el piloto lateral de un monitor de televisión dentro del receptáculo del guardia de seguridad del parking. Le lleva un rato localizar la puerta, y cuando lo hace, se sorprende al descubrir que está abierta. Estaba preparado para tener que romper el cristal. Entra y cierra a su espalda, y de inmediato siente como si se quitara una enorme y pesada carga de encima. Aunque en todo momento es consciente de que esa puerta endeble no duraría demasiado ante un grupo de zombies.

Palpa con la mano derecha la pared junto a la puerta y sus dedos tocan un interruptor. Se detiene antes de pulsarlo, preguntándose si llamará demasiado la atención. La luz le facilitaría enormemente las cosas, pero también podría ponerle en peligro. O no, y tal vez sea una tontería y esté sacando las cosas de quicio.

Pero será más rápido.

Enciende la luz. El resplandor de la bombilla le hace parpadear para ajustar las retinas a ella. Echa un vistazo rápido a la garita, pero casi de inmediato su atención se fija en el panel que hay junto a su cabeza, colgando en la pared, y una enorme sonrisa le asoma en los labios al ver las llaves que cuelgan de los distintos ganchos.

Coge la llave de un BMW y se da la vuelta. Después de asegurarse de que no hay ningún zombie acercándose a la garita, abre la puerta y sale. Aprieta el botón de apertura de puertas de la llave. Casi de inmediato, un par de luces parpadean a unos cincuenta metros. Logan avanza en esa dirección, las llaves en una mano y la pistola en la otra.

Saboreando su suerte.

Al llegar hasta el coche siente ganas de echarse a reír. Uno podría pensar que alguien como él merecería arrastrar la peor de las suertes y sufrir una muerte horrible, y sin embargo, de entre todas las llaves, él ha escogido la de un todoterreno.

Al montarse en el coche, se plantea seriamente la posibilidad de quedarse allí, e incluso dormir un rato. Apegarse al plan de esperar a que las cosas se tranquilicen ahí fuera, pero Logan nunca ha sido una persona capaz de quedarse quieta y esperar que las cosas mejoren por sí mismas.

Arranca el BMW. Se sorprende de lo silencioso que es su motor, y acelera en dirección a la salida. El BMW enfila la cuesta y empieza a subir hacia la calle.

Si Logan hubiera decidido permanecer más tiempo sentado junto a la pared, o si no hubiese encendido la luz de la garita y hubiese buscado las llaves tanteando en la oscuridad, o si hubiese decidido quedarse sentado en el coche hasta que las cosas se tranquilizasen, probablemente Brad Blueman habría muerto tarde o temprano a manos de los zombies que cada vez son más numerosos en la ciudad.

Pero Logan acelera en dirección a la calle y aprieta el freno de forma inconsciente, deteniendo el BMW como haría cualquier persona al salir de un parking para evitar llevarse por delante a quien pudiera pasar por delante de la entrada. Brad Blueman aparece corriendo desde la izquierda, con las mejillas regordetas de un color rojo apagado y la expresión de quien está a punto de sufrir un infarto. Si algo hay que destacar es que no lleva nada en las manos. Ha perdido su querida cámara de fotos en algún punto de su carrera.

Cuando las manos de Brad golpean el cristal junto a Logan, este se sobresalta y agarra la pistola, girándose para apuntar al periodista. Está a punto de apretar el gatillo, pero entonces Brad lanza un chillido digno de cualquier estrella femenina de películas de terror y Logan relaja el índice sobre el gatillo.

—¡No dispare, por favor! —grita Brad, pegando la cara al cristal—. ¡Por favor, estoy vivo, déjeme subir!

Logan observa que, al fondo, y corriendo en su dirección a toda velocidad, hay cerca de un centenar de zombies, llenando toda la anchura de la calle.

—¡Por favor! —grita Brad, hurgando en el manillar de la puerta trasera.

Logan le mira, y después mira a los zombies, que cada vez están más cerca, apenas a cincuenta metros. Les ve derribar a otro hombre, y un grupo de ellos le rodean de inmediato y empiezan a descuartizarle y a morderle. Logan arranca el coche.

—¡Por favor, conozco un lugar seguro! ¡Se lo juro, por Dios, déjeme subir! ¡DÉJEME SUBIR!

Logan vuelve a mirar a Brad. Ve lágrimas en sus ojos, y también desesperación. Los muertos están cada vez más cerca, y Logan aprieta el botón que libera el seguro de las puertas. Como una exhalación, Brad abre la puerta trasera y se mete dentro del coche de un salto. Logan no espera a que cierre. Aprieta el acelerador y se aleja de allí, dejando atrás a los zombies.

—¡Dios mío! —exclama Brad entre jadeos—. ¡Gracias! ¡Muchísimas gracias!

—¿Has dicho que conoces un sitio seguro?

Y entonces, Brad Blueman le cuenta a Logan Kane la idea que tuvieron Patrick y Verónica acerca de la urbanización San Mateo.