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Como es obvio, el sonido de un claxon implica gente viva que lo apriete. En circunstancias como las que estamos viendo, el valor de una vida humana se multiplica por mil, por un millón incluso. Pero ya volveremos a esto, porque hay algo que quiero que veas. Es cierto que Mark y Paula fueron a dar un paseo, y que ella caminó todo el tiempo agarrada a la mano de Mark. Él empieza a pensar en esa mano como una parte más de sí mismo, y se ha descubierto en alguna ocasión buscándola inconscientemente cuando Paula se la suelta.

Antes de salir de la casa de Ace Hall, Mark le ha pedido a este indicaciones para llegar a la casa de los Collins. Cuando se detienen delante de la puerta de entrada, Paula está mirando hacia otro lado mientras Mark aprieta el timbre. Inmediatamente, un perro empieza a ladrar en el jardín.

—¡P1uto! —grita la voz de un niño—. ¡Pluto, calla!

Paula mira hacia la puerta y después a Mark, interrogándole con los ojos. Él le sonríe a modo de respuesta. Antes de que ella pueda decir nada la puerta se abre y un labrador se acerca a ellos y empieza a husmearles. Paula se aprieta contra la pierna de Mark mientras el perro olisquea sus pies y saca la lengua.

—No hace nada —asegura Junior Collins, al otro lado de la puerta.

Como si quisiera darle la razón, Pluto se sienta junto a los pies de Paula y apoya la cabeza con suavidad contra su cintura. Ella se ríe al verlo y para Mark el sonido de esa risa vale más que todo el dinero del mundo. Máxime cuando empezaba a pensar que la niña estaba cada vez más alicaída.

—¿Podemos acariciarle? —pregunta Mark.

—¡Claro! —Junior se acerca a ellos y le acaricia la cabeza a Pluto. En respuesta, el perro cierra los ojos y jadea de placer.

—Venga, Paula, acaricia a Pluto.

Con timidez, la niña levanta la mano que no está agarrada a Mark y la pasa por encima de la cabeza del animal. Pluto le da un lametón en la mano y Paula se echa a reír.

—¡Junior! —la voz de una mujer llega hasta ellos desde la casa—. ¡Junior! ¿Quién es?

Junior mira hacia Mark, como buscando una respuesta a esa pregunta, y este se asoma al jardín y levanta la mano a modo de saludo. Marsha Collins empieza a andar hacia ellos.

—Hola. Mark Gondry.

—Marsha Collins —responde ella, estrechando la mano que le tiende Mark y escondiendo el trapo de cocina que lleva en la otra mano detrás de su cuerpo.

Mark suelta la mano de Paula, que está completamente entregada a Pluto.

—Espero no molestarla —explica Mark—. Esta mañana en la asamblea me fijé que su hijo es más o menos de la edad de Paula… y, la verdad, le vendría bien alguien con quien jugar.

Marsha echa un vistazo hacia los dos niños. Pluto se ha dejado caer y está tumbado entre los pies de ambos, que le acarician la barriga y la cabeza. El perro está en la gloria.

—No, la verdad es que no estaba haciendo nada —miente Marsha, que prefiere cualquier tipo de actividad antes que seguir sentada en el salón viendo como en la televisión pasan una y otra vez imágenes aterradoras donde la sangre es protagonista mientras repasan los sitios a los que ha llegado la infección—. Pasa. Junior, ¿por qué no jugais tú y Paula en el jardín en vez de en la calle?

Junior asiente, obediente, y entra en el jardín. Pluto le sigue, y Paula con él.

—Mira, ¿quieres ver cómo persigue la pelota? —pregunta Junior.

Paula asiente, y en cuanto Junior agarra la pelota, Pluto empieza a dar saltos alrededor de los dos críos. Marsha acompaña a Mark hacia el porche.

—Se lo agradezco —dice él—. Paula ha… pasado por mucho.

Marsha le mira interrogante.

—Es una larga historia —asegura él.

—Me parece que tenemos tiempo —responde Marsha con una sonrisa triste.

—Visto así…

—¿Le apetece tomar algo? Sólo puedo ofrecerle cerveza, creo que me quedan un par de latas en la nevera…

—No, gracias.

Cameron Collins sale de la casa y mira a Mark y después a su madre. Lleva puesto un vestido de verano y se ha recogido el pelo en una larga trenza rubia.

—Mamá, ¿puedo poner una peli? Estoy aburrida.

—Sí, ya no voy a ver la tele. Mark, ella es mi hija Cameron.

—Encantado, Cameron.

La niña hace un gesto con la cabeza a modo de respuesta. En ese momento vuelve a sonar el timbre y Pluto corre hacia la puerta, ladrando todo lo fuerte que puede. Junior corre detrás del perro, mandándole callar. Mark busca con la mirada a Paula y ve que se ha quedado rezagada, con la pelota en la mano. Y que está sonriendo y parece feliz.

Junior abre la puerta. Neil Ridgewick y su amigo Rick entran en el jardín e inmediatamente, Pluto empieza a gruñir. Mark se da cuenta de que los labios del animal se retraen, dejando a la vista los colmillos. Rick se detiene y da un paso hacia atrás. Neil ignora al animal y sigue avanzando hacia ellos.

—Dile a tu perro que…

Pluto no deja que Rick termine la frase. Con un ladrido, y enseñando aún más los dientes, hace que el chico se calle y retroceda hasta la calle. Junior agarra a Pluto del collar.

—¡Pluto, siéntate! ¡Pluto!

Obediente, aunque a regañadientes, el perro se sienta junto a los pies del niño. Rick se mantiene fuera de la casa, mirando de reojo al animal. A Mark le parece que Pluto tampoco le quita ojo, pero para entonces Neil ya les ha alcanzado.

—Buenas tardes.

—Hola, Neil —saluda Marsha.

Neil desvía la mirada y la centra en Mark. De pronto, este siente como si le estuvieran estudiando a través de un microscopio. La sensación dura unos segundos. Después, Neil gira la cabeza y mira a Cameron. La chica baja la mirada con timidez. Y coqueta.

—Venimos a recoger la comida —dice Neil, volviendo a mirar a Marsha y colocando sus pulgares en el cinturón, como hacían los cowboys. De hecho, por primera vez en muchos años, Neil Ridgewick no lleva los pantalones caídos, sino que parece, de no ser por la camiseta negra y gastada, hasta presentable.

La mujer se encoge de hombros, dando a entender que es una situación que la sobrepasa y con la que podría no estar de acuerdo pero apechuga. Neil se gira y mira a Rick, que sigue junto a la puerta.

—¿Quieres venir aquí? ¡Parece mentira que le tengas miedo a un labrador!

—¡Me ha enseñado los dientes!

Neil resopla y mira a Cameron. La chica le sonríe.

—No hace nada —asegura Junior, pero sin soltar el collar de Pluto.

Rick duda y mira al perro. Al hacerlo, este vuelve a mostrar los colmillos, pero sin gruñir en esta ocasión. Rick levanta la vista hacia Junior.

—¿Seguro?

—Sí —responde Junior—. ¡Paula, tírale la pelota!

Paula obedece, pero el perro no se mueve.

—¡Pluto! —exclama junior—. ¡Trae la pelota!

Por fin, el perro empieza a moverse, aunque no lo hace con la alegría acostumbrada, sino más bien con la desidia de un niño al que ordenan limpiar su habitación. Rick se decide finalmente y entra en el jardín, avanzando a pasos rápidos hasta situarse junto a Neil.

—¿Le importa que pasemos? —le pregunta Neil a Marsha.

—No, claro que no.

—¡Yo les llevo! —exclama Cameron.

Marsha asiente y le indica a Mark un sillón blanco situado en el porche. Cameron entra en la casa, seguida de Neil y Rick. Bueno, no exactamente, porque el claxon que escuchamos antes en casa de Ace Hall suena en ese preciso instante, y Neil aún se encuentra en el umbral de la puerta cuando se detiene. Rick, al que todavía le tiemblan un poco las piernas aunque nunca admitiría que ha estado a punto de mearse encima cuando Pluto le ha enseñado los colmillos y le ha gruñido, se choca contra su espalda.

—¿Qué coño…?

El claxon vuelve a sonar, tres veces seguidas, con clara urgencia. Neil empuja a Rick a un lado y corre hacia la puerta, Pluto ladra al cielo (y un poquito también a Rick, del que aún percibe el olor a pesar de hallarse a más de diez metros), Mark se siente tentado de correr también para comprobar qué ocurre, pero después vuelve a fijarse en Paula y la ve correr detrás de Pluto y Junior. Los dos niños están riendo, así que Mark vence al impulso y se obliga a quedarse y dejar que se ocupen otros de los pitidos.

Por si te lo estás preguntando, la expresión de Marsha refleja esperanza porque al oír el claxon ha pensado en Bruce Morris, y ahora reza por dentro para que sea él quien intenta llamar la atención para que le ayuden a entrar en San Mateo. Sabe que no podrá abrazarle inmediatamente, porque Rachel lo hará ejerciendo su papel de esposa oficial, pero también sabe que Bruce encontrará la forma de escaparse un momento. Desde la noche anterior, Marsha ha hablado por teléfono con él en tres ocasiones, y en las tres él le ha dicho que la quiere y que daría todo lo que fuera por verla una vez más. Y es muy posible que antes no te hayas dado cuenta, pero durante la asamblea cuando Marsha Collins vio a Rachel y a su hijo Axel, su cara reflejó cuatro o cinco emociones en menos de dos segundos. Primero fue odio. Después pena. Después remordimiento. Y finalmente, ese sentimiento que es cincuenta por ciento orgullo, treinta por ciento superioridad y veinte por ciento «te jodes, guapa, pero no pienso dejarle sin sacar las uñas». Porque al final, a Marsha Collins no le importa que Rachel Morras pueda sufrir. Ella ya tuvo su razón de sufrimiento después de la muerte de su marido y cree, a pies juntillas, que es su turno de ser feliz.

Y Cameron… la niña estaba nerviosa pero también emocionada ante la idea de poder hablar con Neil. No sabía qué decirle, y tenía miedo de quedarse atorada cuando fuera a hablarle, pero había decidido intentarlo. Una hora antes, de forma totalmente rutinaria, había cogido el teléfono y marcado el teléfono de Barbie, a la que consideraba su mejor amiga y con la que solía hablar de todo. Barbie sabía de la existencia de Neil Ridgewick, Cameron le había hablado de la manera en la que él la observaba desde la ventana, e incluso le había contado que le había enseñado los pechos intentando parecer casual. Si Barbie hubiera contestado le habría expresado sus miedos, y seguramente Barbie le habría dicho algo, cualquier cosa, que sirviera para que Cameron tuviese más fe en sí misma.

Por supuesto, Barbie no respondió al teléfono. Ni tampoco lo hizo su padre, ni su madre, ni el imbécil de su hermano mayor. Cuando Cameron cayó en la cuenta de que seguramente Barbie estaría muerta a estas alturas, lloró sin poder evitarlo durante un rato.

Luego se recuperó, y se dijo a sí misma que Barbie le habría apoyado e insistido en que hablara con Neil.

—Mi padre siempre dice «La peor gestión es la que no se hace» —solía decir Barbie.

Y Cameron estaba dispuesta a entablar conversación con Neil, pero entonces, mientras le guiaba a él y a su amigo Rick a la cocina, el claxon entró en escena y Neil echó a correr hacia la puerta.

Sí, Cameron Collins odió el sonido del claxon en cuanto lo oyó sonar.