—Hola a todos. Anoche decidimos convocar esta… especie de asamblea debido a la epidemia de la que hablan en la tele y que, como todos sabéis y habéis tenido ocasión de comprobar, está azotando California. Durante las últimas horas he intentado contactar con la policía y los bomberos, porque tenía la intención de ofreceros algunas respuestas en esta reunión, pero no lo he logrado en ningún caso.
Marsha Collins deja escapar un gemido tenso y se tapa la boca con la mano. A su lado, junior le estrecha la mano con fuerza, claramente asustado. Mientras habla, Tom Ridgewick se mueve de derecha a izquierda, obligando a su público, pues así es como piensa en ellos, a seguirle con la mirada. Y le satisface verles mover la cara a un lado y luego al otro, cuarenta y cuatro ojos clavados en él.
—Sin embargo, logré contactar con los servicios de emergencia de Nevada. Eso fue hoy a las siete y media de la mañana. El hombre que me atendió me dio buenas noticias y me dijo que el ejército se estaba ocupando y que anotarían nuestra posición para rescatarnos en cuanto sea posible. Al parecer, en Nevada estaban teniendo problemas también…
—En la tele han dicho que Las Vegas ha sido devastada por los zombies —le interrumpe Verónica.
Tom clava en ella una mirada asesina.
—Oh, Dios mío —murmura Abigail Finney, girándose para mirar a Verónica—. ¿Toda Las Vegas?
—Estábamos viendo las noticias esta mañana —responde ella—. Y al parecer, sí.
Como una epidemia, los murmullos empiezan a reproducirse. Tom espera un momento antes de carraspear para llamar la atención de nuevo. Cuando vuelven a mirarle, sonríe.
—Lo importante es que el ejército se está ocupando. Este hombre me dijo que podrían tardar aproximadamente una semana en llegar hasta nosotros, pero al menos sabemos que vendrán, y antes de tener esa conversación con el servicio de emergencias, lo único que sabíamos es que estábamos encerrados en San Mateo. Las noticias son, por tanto, buenas en esencia.
—¿Por qué van a tardar una semana? ¿Van a dejarnos aquí, a nuestra suerte, hasta entonces? —pregunta Marsha con voz tensa.
—Ahora mismo la infección está bastante propagada —explica Tom—. Y primero deben ocuparse de evitar que se extienda aún más. Como sea, debemos ocuparnos de resistir aquí dentro una semana. Siendo previsores, deberíamos pensar que serán unos días más, semana y media más o menos.
—¿No es muy benévolo ese cálculo? —pregunta Ace Hall.
—Para eso estamos aquí, para hablar de todas estas cosas. El hombre del servicio de emergencias me aseguró que la planificación que manejan en estos momentos es que en una semana ya deberían estar limpiando la zona de la costa de California, y por tanto, rescatándonos a nosotros… pero si creéis que debemos manejar otras cifras, hablad.
Y sí, esas son las palabras que salen de la boca de Tom Ridgewick, pero por dentro quiere que todos se callen y se limiten a escuchar. Está tan absolutamente convencido de que ninguna de las personas que tiene delante tiene nada interesante que decir que le dan ganas de golpearles cada vez que les ve dudar o quedarse pensativos.
—Creo que deberíamos pensar de forma negativa —asegura Patrick, atrayendo la atención del grupo.
Tom aprieta el puño hasta hacerse daño para evitar que en su mirada se traduzca el odio que le inspira ese hombre. Incluso logra sonreír.
—Claro, a eso me refería yo —dice Ace.
—¿Dos semanas? —pregunta Tom—. ¿Tres?
Patrick duda antes de contestar, y Tom aprovecha ese momento para seguir hablando.
—Podemos establecer la marca en tres semanas, por supuesto. Como suele decirse, hay que prepararse para lo peor. Como sea, de lo que estoy hablando es de la necesidad de asegurarnos comida para todo ese tiempo. No sé cómo os habrá pillado esta locura, si tenéis la nevera llena, la despensa abastecida… pero imagino que no todos estamos en igualdad de condiciones.
Murmullos nerviosos, gente dándose cuenta del problema que Tom Ridgewick acaba de sacar a la luz, susurros tensos. Placer para los oídos de Tom.
—He establecido unas pequeñas directrices que nos ayudarán a hacer menos traumática esta situación. Permitidme que haga un paréntesis antes de volver al tema de la comida… —Tom sonríe y respira hondo, preparándose para lo que cree que es el pilar de todo cuanto debe hacer para asegurarse que los extraños capitaneados por ese estúpido Patrick Flanagan no influyan en la supervivencia de su gente. Y él considera su gente a los habitantes de San Mateo—. Será fundamental establecer turnos de vigilancia en la verja, hacer revisiones del perímetro de forma periódica y, en definitiva, controlar un poco la situación para que todos los demás podamos estar tranquilos. Tyrone será, por supuesto, la cabeza pensante de lo que he llamado nuestro Cuerpo de Seguridad. Todos le conocemos y sabemos que es un buen hombre.
Tom le señala con una mano, y Tyrone, que estaba sentado hasta ese momento, se pone en pie avergonzado, e incluso un poco aturdido como si no supiera muy bien por qué se encuentra aquí, y medio levanta una mano. Es prácticamente improbable que nadie más se dé cuenta, pero nosotros sí podemos hacerlo, así que acércate a él y mira su mano. Verás que lo que eran unos dedos casi perfectos anoche, hoy parecen las uñas de un adolescente con problemas nerviosos, roída la uña y parte de la carne de alrededor.
—Tyrone no puede hacerlo sólo, por supuesto —asegura Tom, atrayendo otra vez las miradas de todos los presentes—, así que me he tomado la libertad de designarle un ayudante —Tom suelta una risita, como si le divirtiera lo que va a decir a continuación—. Espero que acepte porque no se lo he comunicado hasta ahora, claro…
Y prácticamente todos los presentes le devuelven la risa. Si te fijas, tan sólo Neil, Verónica y Patrick son los que no se ríen. Patrick, de hecho, está francamente admirado por el poder de persuasión del que está haciendo gala Tom Ridgewick, por su habilidad para establecerse como claro showman y dominar el atril. Le lanza una mirada a Verónica, y esta le devuelve otra, cargada de nerviosismo.
—Rodger Walters, estoy hablando de ti —asegura Tom Ridgewick, señalando al elegido con una sonrisa enorme en el rostro.
El propio Rodger parece sorprendido al principio, y todos se giran para mirarle, y cuando Tom aplaude una vez, el resto comienza a aplaudir también. Mark también está aplaudiendo, hasta que se da cuenta de las miradas nerviosas de Verónica y Patrick.
Entre los juegos de miradas que están teniendo lugar en el jardín de Tom Ridgewick durante la asamblea improvisada, hay otro que deberíamos tener en cuenta. Neil Ridgewick ha permanecido de pie, apoyado en la pared, sin prestar excesiva atención a lo que dice su tío, y más atento, sin embargo, a examinar los cuerpos de Verónica Buscemi y Cameron Collins. Incluso de cuando en cuando, una ojeada a los pechos de Rachel Morris, que parecen a punto de hacer estallar la camiseta que los cubre. Cameron, además, es consciente de que el chico la observa y de cuando en cuando le lanza miradas de reojo, se pasa la mano por el pelo y coquetea con él de una forma tan sutil que pasa inadvertida para el resto. Y puedes estar seguro de que está emocionada, porque durante uno de esos cruces de miradas Neil le ha sonreído.
—Aceptaré encantado —asegura Rodger Walters en ese momento.
A Neil no le importa, porque está mirando el perfil de Cameron y ve cómo su lengua humedece los labios en un gesto que le resulta tremendamente sexy.
—Gracias, Rodger. He pensado que Tyrone y tú necesitaréis ayuda, de todas formas, y estoy seguro de que os vendrán bien los cuatros auxiliares que os propondré y que os proporcionarán su fuerza y su resistencia juvenil: mi propio sobrino Neil, tu hijo Shane y sus dos amigos, Rick y Peter.
Al oír su nombre, Neil aparta la mirada de Cameron y la fija en su tío. Tom no da tiempo al resto a pensar en lo que acaba de decir. Aplaude, y consigue que el resto le sigan de inmediato, como marionetas movidas por un titiritero. Y después Tom gira la cabeza hacia él y le guiña el ojo. Neil, en ese momento, es capaz de sentir el poder que acompaña al cargo recorrerle el cuerpo como una corriente eléctrica.
Y sonríe.
Y observa al grupo de personas que se encuentran en el jardín, aplaudiéndoles. Rick y Peter también aplauden, sorprendidos y sonrientes. Neil se da cuenta de que Patrick no está aplaudiendo y permanece serio.
—Creo que podría ayudar bastante —asegura Patrick cuando los aplausos bajan de intensidad.
—Bueno, gracias, pero no creo que haga falta más gente —asegura Tom.
Y Neil piensa: «Sí, no queremos tu culo molestándonos, capullo».
—Tom, Patrick es policía.
Tom y Neil miran hacia Ace Hall prácticamente al mismo tiempo, y en ambos el desprecio es claramente visible en la mirada. Tal vez Tom lo oculta un poco mejor, pero está ahí.
—Está acostumbrado a realizar ese tipo de tareas —asegura Ace—. Dada su experiencia, creo que es lógico pensar que puede ayudar.
Neil se pregunta por qué demonios no se calla ese idiota. Tom es más práctico, y sabe leer mejor a la gente que su sobrino, así que le basta echar un vistazo para saber que el resto no comprendería que no aceptara a Patrick en el Cuerpo de Seguridad. Ni siquiera aunque le señalara como un saqueador. Así que cuando asiente con la cabeza, Tom sabe que es la mejor decisión por el momento.
—Por supuesto —dice—. No recordaba que eras policía.
A Neil le entran ganas de soltar una carcajada. Si en algo conoce a su tío, sabe que este jamás olvida nada. Y menos algo como eso.
—Bueno, pues solucionado ese aspecto, ahora me gustaría volver al tema de la comida —dice Tom, juntando las manos en uno de esos gestos tan típicos de los políticos o los oradores—. Creo que, hasta que el ejército pueda liberarnos, lo mejor será que racionemos la comida. Nuestro Cuerpo de Seguridad pasará por todas las casas esta misma mañana y traerá toda la comida que tengáis. Si os parece bien, estableceremos mi casa como base central y comeremos todos aquí durante estos días. Es la mejor manera que se me ha ocurrido para ser equitativo. A los que nos haya pillado todo esto con la nevera más llena podremos equilibrar la balanza para los que no tengan tantas provisiones.
—¿Y el agua? —pregunta Ace.
—¿Qué pasa con el agua?
—Bueno, si la situación es tan grave en toda California, es lógico pensar que el suministro de agua y de electricidad podría sufrir fallos.
Tom asiente. Por dentro, está maldiciéndose por no haber pensado antes en ello.
—Como medida de prevención, creo que deberíamos llenar palanganas, cubos, botellas y todo lo que tengamos que pueda utilizarse como recipiente —propone Ace—. Incluso creo que deberíamos llenar las bañeras con agua y usarlas como depósitos.
—¿De verdad creéis que la cosa se va a poner tan mal? —pregunta Marsha Collins, mirando alternativamente a Ace y a Tom—. Parece que estáis hablando del Apocalipsis…
Tom suelta una carcajada para eliminar la tensión del comentario de Marsha. Y parece surtir efecto, porque se escuchan cinco o seis risas más en el grupo. Aunque, la verdad, algunas de ellas están impregnadas de nervios.
—No creo que haya necesidad de llegar a tanto —asegura Tom—, pero si alguien sabe de sobrevivir, ese es nuestro querido Ace, ¿no?
Una vez más, la mayoría sólo percibe lo que Tom quiere que perciban, pero Patrick, Verónica y esta vez también Mark se dan cuenta del sarcasmo inherente en la última pregunta.
—Bueno, no creo que pueda comparar la situación, en realidad —responde Ace.
Tom le sonríe, todo dientes.
—Lo que quiero decir —explica Tom, cordial, mirando a Marsha—, es que si nos ponemos en lo peor, siempre estaremos preparados para lo mejor. Suena escandaloso, lo sé, pensar en ahorrar agua llenando las bañeras… —Tom vuelve a reírse, arrastrando a varios de los presentes con él—, y nos resulta extraño porque además será incómodo, claro, pero es una incomodidad útil, ¿no creéis?
—¿No deberíamos matar a unos cuantos de esos tipos? —pregunta Neil entonces. Y todas las cabezas se giran en su dirección—. Digo, ¿coger tu escopeta de caza, tío, y cargarnos a los que podamos?
—No serviría de mucho, ¿no crees? —pregunta Patrick.
Hasta ese momento, Neil sólo se había dirigido a Tom. Ahora, el chico tuerce la cabeza y fija una mirada glacial y despectiva en Patrick, una mirada que viene a decir «métete en tus asuntos, capullo». Y de hecho, está a punto de responderlo en voz alta, pero Tom se adelanta, rompiendo la tensión rápidamente.
—Neil, no creas que tu idea no se me había ocurrido ya. También pensé en ello, pero es cierto, tenemos un número limitado de cartuchos y cuando se nos acaben… ¿Qué haremos?
Neil se encoge de hombros.
—Era sólo una propuesta —dice.
—Bueno —Tom vuelve a acaparar la atención del grupo—, creo que eso es todo. Cualquier cosa que se os ocurra, podemos hablar de ello cuando nos juntemos esta noche. Y no os preocupéis, todo va a salir bien, ya lo veréis.
Y de esa manera, con una gran sonrisa dibujada de nuevo en su cara, Tom Ridgewick da por concluida la primera asamblea.