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Tyrone se acerca al Land Rover despacio. A medida que reduce la distancia a la verja, los zombies al otro lado parecen ponerse más nerviosos y excitados. Observa con expresión atónita los brazos ensangrentados, las heridas en la carne, las mutilaciones que se estiran hacia él, tratando de agarrarle por entre los huecos que de jan los barrotes de la verja. Observa las caras, los ojos inyectados en sangre, las bocas abiertas y babeantes.

Se estremece. Está a unos dos metros y se niega a acercarse más. Pero les observa con la expresión morbosa de quien se para junto a un accidente de carretera aun sabiendo que lo que verá puede no gustarle.

Entonces lo ve. Arañando la verja y mirándole con un único ojo enloquecido, pues el otro ha desaparecido y en su lugar sólo hay una cuenca vacía y ensangrentada, se encuentra Clay Teller. Incluso lleva puesto el uniforme de guardia de seguridad. Clay tendría que haberle relevado a las doce de la noche. Seguramente estaba de camino y le atraparon. A Tyrone se le revuelve el estómago y se aparta, girándose para no seguir viendo esas caras. Retrocede hacia la caseta, pero antes de alcanzar la puerta se inclina y vomita, salpicándose los pies al hacerlo.

—Mierda —dice al terminar.

Como queriendo resaltar su comentario, a lo lejos se escuchan dos disparos. Tyrone se tapa los oídos con las manos. No porque los disparos le hayan dado miedo, no, sino porque no quiere seguir oyendo esos lamentos guturales mezclados con gruñidos y el ruido y los golpes que provienen de la verja.