El tío de Neil también ha visto las noticias, sentado en el despacho que tiene en la segunda planta de su casa. Obviamente le ha impresionado, como a cualquiera, y se ha levantado para caminar por el despacho porque andar le ayuda a pensar con claridad. Se ha quedado quieto al mirar por la ventana y ver dos coches en la entrada. La garita del guardia le impide ver la verja y los zombies, pero Tom reconoce el Land Rover y se extraña.
Se ha cambiado de camisa, como puedes comprobar por el hecho de que ya no tiene las axilas empapadas. Baja las escaleras preguntándose qué está haciendo esa pareja de nuevo en la urbanización. Cruza el salón como un rinoceronte que ha visualizado una presa, y sale al jardín. Lo atraviesa en unos segundos, abre la puerta de la casa y sale a la acera.
Desde allí, ya alcanza a ver la puerta, y la impresión por lo que ve le hace llevarse la mano derecha al pecho, al corazón. Tarda un momento en sobreponerse y poder caminar de nuevo.
Ve a Tyrone, a Rachel Morris acunando a su hijo y a un montón de extraños. Entre ellos, el matrimonio al que ha enseñado la finca Hollister.
—¡Tom! —exclama Tyrone al verle.
Eso atrae la atención del resto sobre él, y Tom mueve la cabeza, incómodo, pero se acerca a ellos. Cuanto más cerca está de la verja de entrada, más parecen envolverle los gemidos y aullidos provenientes de los muertos que se agolpan allí.
—¿Estás viendo? —Tyrone parece un niño nervioso buscando aprobación de su padre—. No dejan de llegar. Cada vez son más.
Tom asiente asombrado al ver que uno de los seres que se agolpan en la verja extiende hacia él un muñón del que aún cuelgan pedazos de músculo y piel y del que sigue manando sangre. Siente que se le revuelve el estómago.
—Es el administrador —le dice Mark a Patrick.
Este se acerca a Tom y le ofrece la mano. Tom se la estrecha.
—Patrick Flanagan —se presenta—. Soy agente de policía en Castle Hill. Hemos llegado hasta aquí huyendo de esas cosas.
—Tom, tengo que ir a buscar a Bruce —le interrumpe Rachel, acercándose, llorando y apretando a Axel contra su pecho—. ¡Está encerrado en su despacho y dice que hay muchos… muchos… como ellos! —señala hacia la puerta.
Tom recula abrumado. Por detrás de él se acerca hacia ellos Pablo Collantes, al que recordarás por ser el jardinero de San Mateo. Para entonces ya se ha dado cuenta de lo que ocurre junto a la verja y los últimos pasos que da antes de detenerse son lentos. Tiene la boca abierta por la impresión.
—¿Qué mierda es eso?
Tom le mira, y le extraña ver al jardinero allí a esas horas.
—¿Qué haces aquí? —pregunta.
Pablo no puede contestar porque tiene la boca abierta. Si le respondiera, diría que los Finney le habían invitado a cenar, y Abigail Finney le había tentado con una buena jarra de limonada casera, y Pablo Collantes nunca declinaba un ofrecimiento que llevara consigo limonada casera de Abigail Finney, así que había aceptado y había disfrutado de un excelente pavo al horno y de hasta cuatro vasos de limonada.
Albert Finney incluso había bromeado al respecto.
—Tyrone, ¿verdad? —pregunta Patrick, mirando al guardia de seguridad. Cuando este asiente, Patrick señala hacia la verja—. Ese portón parece resistente, pero creo que deberíamos bloquear la puerta aún más. Había pensado que colocáramos el Land Rover cruzado delante de la puerta.
Tyrone se encoge de hombros sin saber muy bien qué decir. Patrick toma el gesto como una respuesta afirmativa, y Verónica se gira para echar a andar hacia el vehículo.
Tom sacude la cabeza, tratando de aclararse, y claramente ofendido por el rol de líder que está adoptando ese extraño.
—Un momento… —dice.
Pero no continúa hablando, porque aunque le fastidie no haber sido él quien da la orden, en realidad piensa que Patrick no está equivocado. Y entonces Tom ve algo que le hace sentir el equivalente a un chasquido de dedos en el cerebro, pero que sin embargo no racionaliza en ese mismo momento. Dentro de unas horas, Tom Ridgewick pensará en este momento de nuevo, y entonces, el chasquido se materializará en un pensamiento, en una imagen, y sabrá qué es lo que le ha extrañado tanto.
Y supondrá una revelación.
Pero en este momento, Tom no se da cuenta.
—¿Pero y qué va a pasar con Bruce? —pregunta Rachel, casi gritando con una voz tan aguda que Tom teme que los cristales estallen en pedazos.
Verónica arranca el Land Rover, maniobra y sigue las indicaciones que le da Stan Marshall. El chirrido de la carrocería al rozar contra la valla es escalofriante. El brazo de uno de los zombies queda encajonado entre la verja y el vehículo y Tom lo ve romperse primero y ser arrancado de cuajo después. Un momento después, el Land Rover está taponando la entrada, y es algo bueno porque impide que vean a la mayoría de los muertos que les observan desde fuera, ansiosos.
Patrick se siente cómodo en el papel de líder. Y Tyrone va detrás de él.
—¿Cómo se llama? —le pregunta en voz baja al guardia.
—Rachel Morris.
Patrick se acerca a Rachel y le toca con suavidad el antebrazo.
—Rachel, salir ahí fuera ahora mismo es una locura, un suicidio. ¿Cuándo fue la última vez que hablaste con tu marido?
—Hace… no sé, hace diez minutos.
—Y te dijo que estaba encerrado en un despacho, ¿verdad?
Ella mueve la cabeza arriba y abajo.
—¿Crees que podrías volver a hablar con él? Tienes que explicarle cuál es la situación aquí. Dile que espere a que se dispersen y cuando lo haga, intente venir hacia aquí. Podremos meterle en la urbanización.
Patrick se gira hacia Tom. Tyrone camina detrás del agente de policía, completamente atento a sus palabras.
—Tengo entendido que esta es la única entrada y que el perímetro de la urbanización está rodeado por un muro de dos metros y medio, ¿verdad?
Tom empieza a sentir que le duele la cabeza y todo le da vueltas. Es una sensación de pérdida de contacto con la realidad que le resulta completamente ajena, a él, que está acostumbrado a tener la batuta de mando en la mano.
—Sí.
—Sí —repite Tyrone—, San Mateo es impenetrable.
—Siempre que esta puerta resista —señala Patrick. Y después hace un gesto con la cabeza—. Viene otro coche.
Y viene rápido. Da un frenazo cuando se encuentra a unos cincuenta metros. Tyrone resopla con resignación al darse cuenta que se trata del destartalado coche de los amigos de Neil Ridgewick. Después de mirar la televisión durante unos minutos, y las imágenes del caos en el que parece estar sumida la ciudad de San Francisco, los tres chicos han dejado a los Walters en casa. Neil les ha pedido que le acerquen a casa, pero después, al ver de nuevo las luces junto a la entrada, le ha dicho a Rick que se acerque.
Patrick les observa bajar con curiosidad. Los tres adolescentes llevan los pantalones bajos, dejando a la vista parte de los calzoncillos. Peter lleva sudadera, con la capucha puesta por encima de una gorra negra. Rick va en camiseta de manga corta, negra por supuesto, y por las mangas asoman dos tatuajes con dibujos tribales. Neil lleva vaqueros rotos y camiseta negra ancha. A Patrick le parecen la estampa típica de la delincuencia juvenil.
Le hacen pensar en Jason Fletcher.
—¿Qué coño está pasando, tío? —pregunta, acercándose a Tom.
Tom se apoya en el hombro de su sobrino y respira hondo, como si le faltara el aire. Neil gira la cabeza y observa a los extraños, a Tyrone, a Rachel y su hijo y al jardinero, Pablo. Después, observa el Land Rover que impide el paso y los brazos y caras que se amontonan contra la verja.
—Joder, tronco —murmura Rick.
Patrick se desentiende de los recién llegados y mira hacia Tyrone.
—Voy a exponerte mi idea, Tyrone —le dice—. Y cualquier cosa que creas que no debe ser así, dímelo. Habrá que establecer turnos de guardia, para que a nadie se le ocurra acercarse a esas cosas. Hemos visto cómo actúan y un arañazo o mordedura implica la muerte… y un serio peligro para todos los demás. Los que no tengan guardia, nos iremos a dormir. Mañana por la mañana habrá que reunir a toda la gente que viva en esta urbanización, y podremos hacer… no sé, una asamblea o algo así.
—Me parece bien —responde el guardia, colocando los puños en la cintura.
—Verónica y Mark han estado viendo una casa en venta hoy. Podemos usar esa para dormir.
—¿Qué? —Tom se acerca en dos zancadas.
—Me refiero a nosotros, los que no vivimos aquí.
—No podemos hacer eso —asegura Tom—. Los Hollister no lo verían bien, como comprenderás, y aunque no estén presentes, la casa sigue siendo suya.
—Los Hollister entenderán que se trata de una situación especial —asegura Patrick—. No sabemos cuánto va a durar esto y creo que no tendríamos que dormir al aire libre…
—¿Cuánto va a durar esto? —Tom mira a Patrick como si estuviera loco, y se ríe, desestimando el comentario de Patrick—. ¿Cómo que cuánto va a durar? La policía y el ejército se encargarán de matar a esas cosas en cuanto solucionen lo de San Francisco.
—Bueno, puede que sí, pero no sabemos cuánto tardarán en hacerlo.
—¿San Francisco también? —pregunta Ozzy con un hilo de voz.
—Como administrador de San Mateo, los Hollister depositaron su confianza en mí, y no voy a traicionarla dejando que unos desconocidos duerman en su casa. No creo que resulte tan difícil de entender.
Patrick no responde, sobre todo porque ha entendido el tono de amenaza implícito en la frase. Es posible que nadie más se haya dado cuenta, pero Patrick sí lo ha hecho, y ha decidido que tendrá que domar a ese hombre con cuidado. Asiente cediendo, y se encoge de hombros.
—Sólo era una sugerencia —dice.
Y casi le parece ver a Tom Ridgewick extendiendo su plumaje de pavo real, hinchando el pecho orgulloso por su triunfo moral.
—Podéis dormir en la garita de seguridad. Estaréis apretados, pero siempre será mejor que al aire libre —asegura Tom.
—Se pueden quedar conmigo, Tom. Tengo sitio de sobra.
La atención de todos los presentes se centra en el hombre que acaba de llegar. Viste unos pantalones a cuadros, muy del estilo inglés, y un polo blanco de manga corta, a pesar de que ya está refrescando. Y mira, un poco separados del resto del grupo se encuentran Stan Marshall y Ozzy, y este último abre la boca con asombro y le da un codazo a Stan en las costillas.
—¡Mira! ¡Es Ace Hall!
Stan gruñe y se lleva una mano a las costillas. Después mira al tipo que va vestido como uno de esos ingleses estirados que a veces muestran por la tele jugando a ese juego parecido al golf pero más estúpido.
—¿Se supone que debería conocerle?
Ozzy le mira sorprendido.
—¿No ves Survivor o qué?
Stan gruñe negativamente.
—No me gustan esos programas… reality.
—No me jodas, Survivor es el mejor programa de la televisión, Stan. No es un reality, es un juego de estrategia y fuerza mental y ese tío de ahí es el cabrón más listo de las últimas temporadas, el villano más importante desde Russell Hantz.
—¿Quién?
—Russell… olvídalo. Tío, ese hombre es un genio, te lo digo yo.
Stan vuelve a mirar al hombre que se ha ofrecido a darles cobijo, y a él no le parece ningún genio, pero no será él quien lo discuta. Se limita a gruñir de nuevo. Es su forma de decir que no tiene nada más que decir.
Mientras Ozzy y Stan tienen esa conversación, Ace se acerca a Tom, Patrick y Tyrone y estrecha la mano de Patrick.
—Ace Hall.
—Patrick Flanagan. Muchas gracias por el ofrecimiento.
—No se preocupe. No tengo camas para todos, pero puedo dejarles también mantas y un par de sacos de dormir. Nos arreglaremos.
—Perfecto. Entonces, si les parece, sólo nos queda hacer turnos de guardia y fijar una hora y un lugar para hacer la reunión de mañana.
—Yo puedo hacer el primer turno —dice Tyrone—. En realidad, estaba a punto de irme ya a casa, se supone que Clay tendría que venir ahora, pero ya no creo que lo haga.
—Yo puedo hacer el segundo —dice Patrick.
Tom aprieta los dientes. Nadie se da cuenta, pero nosotros sí, podemos verle apretar la mandíbula con rabia y después relajarla de nuevo, tan rápido que pareciera que no lo ha hecho.
—Yo haré el segundo mejor. Y mañana, a las nueve, haremos la reunión en mi jardín. ¿Todo el mundo de acuerdo?
Patrick observa a Tom con el ceño fruncido, pero no dice nada.
Poco a poco empiezan a dispersarse. Ace Hall echa a andar seguido de Patrick y el resto de supervivientes de Castle Hill. Neil Ridgewick y sus dos colegas montan de nuevo en el coche de Rick y van hacia la casa de Neil. Rachel vuelve a colocar a su hijo en la sillita, y esta vez no tarda cinco minutos, y regresa a su casa, desde donde llamará a su marido para decirle que no va a poder ir a buscarle y que tendrá que ser él quien venga hasta San Mateo. Bruce no se tomará esta noticia nada bien, se enfadará llevado por los nervios probablemente, por el miedo, y Rachel le pedirá perdón una y otra vez, entre lágrimas. Llorará durante varias horas antes de lograr conciliar el sueño.
—¿Y yo dónde me quedo? —pregunta Pablo.
Tom le mira, con el desprecio dibujado en la cara.
—Supongo que los Finney te acogerán.
—Pero es tarde ya para llamar a la puerta.
—Me importa una mierda lo tarde que sea. Largo.
Pablo acusa el tono dando un paso hacia atrás, frunciendo el ceño y dándose la vuelta para caminar hacia la casa del matrimonio Finney, esperando encontrarles allí, aún despiertos.
Tom se coloca junto a Tyrone, que ha vuelto a adoptar su postura de Peter Pan. Ambos miran hacia la puerta, estupefactos aún ante la imagen de lo que es una realidad que ya no pueden negar. Los zombies gruñen y estiran sus brazos tratando de agarrarles a pesar de la distancia. Los que se encuentran pegados a la verja están aplastados contra ella por los que están detrás. La mayoría tiene heridas visibles que alarmarían a cualquiera con fobia a la sangre. Y junto a la rueda del Land Rover hay un brazo, cercenado de cuajo a la altura del hombro. Tom puede ver que ese brazo aún lleva una pulsera en la muñeca. Y un anillo de compromiso.
Aparta la vista.
—Váyase a dormir, señor Ridgewick. Yo hago el primer turno.
Tom asiente, y le da una palmadita amistosa a Tyrone en la espalda.
—Eres un buen tipo, Tyrone.
—Gracias, señor Ridgewick.
Tom asiente. Después se da la vuelta y regresa a su casa, preguntándose si será capaz de dormir algo, apenas un par de horas antes de levantarse para relevar a Tyrone ya sería suficiente para él. Sin embargo, el corazón le late demasiado rápido y la cabeza le bulle por la cantidad de información y pensamientos. No cree que vaya a poder dormir.