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—Joder, tíos! ¿Cuánta mierda os habéis fumado aquí, cabrones?

Rick suelta una carcajada y choca el puño de Neil, que se apoya en el techo del coche con una mano.

—Tronco, vamos a por Shane y larguémonos de tu barrio de pijos.

—Me encantaría partirle la boca al negrata que tenéis en la puerta —asegura Peter—. Siempre nos trata como criminales.

Esta vez es Neil el que suelta una carcajada. No lo dice, pero sí piensa en la respuesta que ese comentario requiere: «Porque sois criminales, cabronazos». Después se sube al coche y se recuesta en el asiento trasero. Casi de inmediato, Peter está encendiendo un porro y se lo pasa. Neil le da una calada. Antes, cuando ha llegado a casa, su madre estaba en la cocina, pero ni ella le ha dirigido la palabra ni mucho menos lo ha hecho él. Ha subido al piso de arriba y se ha encerrado en su habitación. Al asomarse a la ventana la ha visto, tumbada junto a la piscina, con su bikini y su cuerpo adolescente captando los últimos rayos de sol del día.

Neil nunca se había fijado en la hija de la vecina hasta que la viera en bikini unas semanas atrás, tomando el sol en el jardín.

Se había bajado los pantalones y dejado caer los calzoncillos hasta los tobillos y se había masturbado, mirando a través de la ventana. El hermano pequeño de Cameron Collins también estaba en el jardín, jugando con su perro, pero Neil no tenía ojos para él.

Le pasa el porro a Rick, que le da una calada mientras gira el volante a la izquierda para dirigirse a la casa de Shane. Neil ve las luces de dos coches cerca junto a la entrada, pero desde donde están no alcanza a ver a los muertos amontonándose frente a la verja.

—Un día tenéis que pasaros por casa, por la tarde. Os tengo que enseñar a la vecina. Está buena.

—¿No es una cría? —pregunta Rick.

—Debe tener quince o dieciséis.

—Si al sentarse le llegan las piernas al suelo, ya es campo reglamentario —comenta Peter, y los tres ríen a carcajadas. Sigue riéndose cuando Rick aparca el coche de cualquier manera delante de la casa de los Walters.

Rick apaga el porro con cuidado de no estropearlo antes de salir del coche. Neil abre la puerta exterior de la finca y camina hacia la puerta principal. A través de la ventana puede ver que la mesa está puesta para la cena, y los platos servidos, pero no hay nadie sentado a la mesa. Cuando alcanza la puerta, ve a Shane de pie delante del televisor. Sus padres están a su lado. Emma tiene la cabeza hundida en el pecho de su marido, como si estuviera llorando.

Neil frunce el ceño, extrañado. Levanta la mano y da dos suaves golpes en la madera. Rodger y Shane se giran y le miran. Emma también, y Neil comprueba que tiene lágrimas cayéndole por las mejillas.

Peter y Rick le alcanzan. Ambos saludan con la mano a la familia Walters.

Shane se acerca y abre la puerta. Tiene la expresión de quien ha visto un fantasma.

—¡Shane, tronco! —saluda Peter, dándole un golpe amistoso en el hombro.

—¡Buenas noches! —exclama Rick, sonriendo a los padres de Shane.

Observa la cara de Neil. No hace falta ser un lince para darse cuenta de que es el más espabilado de sus amigos y que a veces le exaspera lo estúpidos que pueden llegar a ser, porque, como ves, a Neil le chirría la situación y sabe que algo ocurre. Para empezar, se ha dado cuenta de las lágrimas que tiene Emma Walters en la cara, pero también de la expresión de los rostros de Shane y Rodger.

—¿Pasa algo, Shane?

El chico no responde, pero levanta la mano y señala hacia el televisor. Como confirmando que se trata de algo atroz, Emma suelta un gemido. Y Neil se acerca a ellos para mirar hacia la tele, pensando que no puede ser peor que el once de septiembre.

Desgraciadamente, lo es.