Volvamos a San Francisco, donde Brad Blueman camina por la calle con las manos metidas en los bolsillos y la cámara de fotos colgando de su cuello, pensando en encontrar un lugar donde dormir. Ahora mismo, eso es lo que más le preocupa, porque después del momento de euforia al sentirse a salvo tras el cordón militar que rodea San Francisco, se ha dado cuenta de lo agotado que está. No quiere sentarse en ningún sitio a descansar porque tiene miedo de quedarse dormido si lo hace.
Así que camina, sin saber realmente a dónde se dirige pero esperando encontrar la palabra hotel no muy lejos de donde se encuentra.
Se detiene al llegar a un semáforo en rojo. Desde su derecha, un hombre corriendo le golpea en el hombro al intentar esquivarle. Brad apenas recula un paso y se gira para mirar al hombre, tal vez para increparle, pero el tipo no se detiene. Sigue corriendo, lanzándose a la calzada y esquivando a un par de coches en movimiento.
Brad resopla. Ese solía ser su hábitat, pero se ha acostumbrado tanto a la vida en un pequeño pueblo como Castle Hill que ha olvidado esa prisa constante que existe en los que viven en las ciudades. Pero le gusta, porque es realmente donde él quiere estar. Y sonríe por ello pensando que podría acostumbrarse de nuevo a esa prisa.
Sigue sonriendo cuando el semáforo se pone en verde y él empieza a cruzar la acera y visualiza al hombre corriendo y saltando a la carretera como si no le importara ser atropellado o…
Brad se detiene en medio de la calzada.
O tuviese demasiado miedo como para preocuparse de los coches.
Lentamente, como en un sueño, Brad baja la vista hacia su hombro, al lugar donde el hombre le golpeó al pasar junto a él. La mancha es minúscula, pero alcanza a verla y sabe lo que es.
El color de la sangre es inconfundible.
¿Sabes esa sensación que se tiene cuando tu madre te ha advertido mil veces «no saltes sobre la cama» y tú sigues haciéndolo y entonces la cama se rompe y caes al suelo y sabes que te vas a llevar una bronca? Esa sensación que hace palpitar tu corazón a tanta velocidad que piensas que estallará en tu pecho y tu habitación quedará salpicada de sangre y trozos de hueso. Esa sensación que te hace pensar «no-no-no-no-no» porque sabes que la has cagado.
Así es como se siente Brad Blueman en este momento.
El claxon del coche que está esperando que él termine de cruzar la calle le hace gritar y dar un salto. Algunas personas se giran para mirarle, pero ninguna le presta más atención que esa. Es lo que tienen las grandes ciudades, la gente se acostumbra tanto a ver locos por la calle que no les conceden más tiempo mental que el que dura una mirada.
Brad mira hacia la derecha, hacia el lugar del que venía aquel hombre. Y da igual que ahora no veamos nada, porque Brad sabe, y tú puedes estar seguro también, que está volviendo a pasar.
—¡Quítate del medio, gilipollas!
Brad vuelve la cabeza. El conductor del coche está asomando la cabeza por la ventanilla, pero Brad se siente incapaz de moverse, porque no sabe a dónde ir, porque ahora se encuentra sólo y porque sabe que debería haberse tragado su orgullo y haber permanecido junto a Verónica, Patrick, Mark, Ozzy y Stan. Y la niña.
—¡Que te quites, joder!
Y Brad logra avanzar lo suficiente para alcanzar la acera y dejar pasar al coche, que cruza apretando el claxon hasta el fondo. La única justicia poética es que cuando gire a la derecha en la siguiente esquina se encontrará de frente con una calle atestada de muertos vivientes.
Brad se da la vuelta y echa a correr.
No tiene manera de saber que San Francisco está siendo atacada desde varios frentes. La infección se ha propagado en varios lugares de la ciudad. Sin ir más lejos, a unos veinte kilómetros al norte, el coche patrulla conducido por Jeremy Geller desde Novato se detiene frente al centro penitenciario de San Bruno. La furgoneta con el logotipo del FBI aparca junto a él, y al otro lado, el coche conducido por el agente Jim Gordon.
No lo saben, pero están a punto de morir.
Porque mientras se bajan del coche y se acercan a la parte trasera de la furgoneta, la mirada de Arthur localiza a un hombre corriendo por la calle, pero no le hace más caso y se centra en el agente Gordon. Craso error, pero nosotros sí nos fijaremos en ese hombre, que ahora se ha detenido y está girando la cabeza hacia el grupo recién llegado desde Novato.
Y nos fijaremos en él porque su pecho y su cara están llenos de heridas, mordeduras y arañazos. Con la baba cayéndole por un lado de la boca, el hombre empieza a correr hacia ellos.
—Iré a avisar de nuestra llegada —dice Jim Gordon, echando a andar hacia la entrada del centro penitenciario.
Arthur y Jeremy están mirando hacia la puerta trasera de la furgoneta mientras el conductor introduce la llave en la cerradura para abrir la puerta. Jeremy, incluso, está hablando sobre la locura que está viviendo el país, con todos esos soldados y los controles. La puerta de la furgoneta se abre, y el agente Stahl levanta la mano para saludarles, y entonces su mirada se clava en algo que se encuentra a sus espaldas.
Arthur se da la vuelta a toda velocidad, pero es apenas un instante demasiado tarde, y el hombre convertido en zombie agarra con una de sus manos la cabeza de Jeremy y le muerde con todas sus fuerzas en el cuello.
El grito del agente se eleva en el cielo y provoca que un par de pájaros cercanos alcen el vuelo.
Arthur retrocede sorprendido y asustado, con la mano agarrando la culata de su arma pero sin desenfundar.
Logan Kane y T-boy, el negro delgadito con traje naranja de recluso, siguen esposados al suelo de la furgoneta. Ambos miran la escena con sorpresa.
El agente Stahl reacciona más rápido, movido por instinto. Desenfunda y dispara sin meditar más sobre ello. La bala atraviesa la cabeza del hombre, salpicando de sesos y sangre a Arthur. El hombre cae al suelo, desmadejado, y Jeremy cae de rodillas, alzando una mano para agarrarse el cuello.
Arthur se agacha junto a él y trata de ayudarle a taponar la herida. El cuello de Jeremy parece un surtidor y sus ojos están en blanco.
—Joder, necesito ayuda! —grita Arthur.
Jim Gordon ha llegado corriendo. Ni siquiera ha alcanzado las escaleras que llevan al vestíbulo del centro penitenciario, pero el grito primero, y el disparo después, le han hecho regresar. Lleva el arma desenfundada en la mano. Mira primero hacia los dos policías de Novato, y después a Stahl, que salta desde la parte trasera de la furgoneta al suelo.
—Ocúpate de los presos —ordena.
Gordon asiente y entra a la parte trasera de la furgoneta. Stahl se agacha junto a Arthur y utiliza su propia chaqueta para taponar la herida de Jeremy.
—¡Joder, tronco! —exclama T-boy—. ¡Menuda jodienda, tronco!
—¡Cállate! —ordena Gordon.
T-boy no deja de mirar hacia el agente herido que empieza a convulsionar en el suelo, y tiene los ojos muy abiertos por la impresión. Logan Kane, sin embargo, no parece interesado en eso. Está mirando, con una expresión de tranquilidad absoluta, al agente federal Jim Gordon, y a cómo este les libera de la cadena que les ata al suelo.
Gordon tira de las cadenas que unen las muñecas de ambos hombres para obligarles a levantarse y a ponerse en marcha. Ambos obedecen.
—Ostia puta —murmura T-boy.
Y Jim Gordon se detiene. Porque al fondo de la calle se ve a un grupo mucho mayor corriendo en su dirección.
—Stahl…
Paul Stahl se levanta, y al ver al grupo que corre hacia ellos se gira hacia Jim Gordon mientras desenfunda con la otra mano.
—¡Llévales dentro! ¡Corre!
Gordon asiente y tira de los dos presos hacia el centro penitenciario. Varias cosas ocurren en los siguientes instantes, así que permíteme que apriete el pause y te enseñe la acción a cámara lenta.
Jeremy abre los ojos. Arthur sigue inclinado sobre él, intentando infructuosamente detener la hemorragia. Jeremy se incorpora de golpe, pillando desprevenido a Arthur, y le muerde en la boca, como si le estuviera dando un beso mortal por necesidad.
Stahl lo ve, pero no tiene línea clara hacia Jeremy, por lo que se mueve para ponerse a tiro.
Logan Kane da un fuerte tirón con sus brazos desestabilizando a Jim Gordon, que no cae al suelo de rodillas pero está a punto de hacerlo. Intenta darse la vuelta para enfrentarse a Kane, pero este es más rápido y pasa las manos por encima de la cabeza del agente, apoya el pie en su espalda y tira de los brazos hacia atrás. La cadena de las esposas se hunde en la carne del cuello del agente. Este intenta zafarse, intenta arañar a Kane, agarrar la cadena y soltarla de su cuello lo suficiente para dar otra bocanada de aire, patalea, abre la boca intentando respirar, pero ni siquiera un soplo de oxígeno logra traspasar su garganta cerrada. Los ojos se le ponen en blanco y los músculos de su cuerpo se quedan sin fuerza.
T-boy dice «Vaya» y «Guau» y «Joder tío».
Stahl consigue tener tiro y aprieta el gatillo. La bala revienta la parte posterior de la cabeza de Jeremy y el cuerpo del agente cae al suelo de inmediato. Stahl no puede ver a Kane porque la furgoneta del FBI se lo impide. De todas formas, después de disparar sobre el agente de policía de Novato, se gira hacia el grupo que corre hacia él. Y le entra miedo al comprobar que detrás de ese grupo hay otro grupo. Y ese segundo grupo parece mucho más grande. Casi más una marabunta que un grupo.
Aun así, Stahl se coloca en posición de disparo y apunta con su arma.
Arthur, libre de la mordedura de Jeremy, se pone en pie, pero está aturdido. Sus labios han desaparecido y sus dientes y encías están a la vista. La sangre le cae directamente al pecho, y se tambalea como si estuviera borracho, completamente desorientado y en shock.
Logan Kane se hace con el arma de Jim Gordon y con la llave de las esposas.
T-boy vuelve a decir «Guau» y «Vaya». Añade «Vámonos de aquí, hermano». Pronuncia hermano con ese estilo rapero que lo hace sonar completamente distinto, como si fuera una palabra completamente diferente.
Stahl aprieta el gatillo, con calma y respirando tal y como le enseñaron a hacerlo en la galería de tiro. Destroza dos cabezas y acierta en cuatro cuerpos, pero las balas sólo detienen a los dos primeros.
Stahl se da cuenta de que es demasiado tarde para huir y que los muertos son demasiados y retrocede hacia la puerta del conductor de la furgoneta sin dejar de disparar sobre los zombies.
Logan Kane se libera las muñecas y le pasa la llave a T-boy, que parece emocionado ante la idea de la libertad y la acción.
Los primeros muertos alcanzan a Arthur y le derriban, hundiendo dedos y dientes en su carne, despedazándole y salpicando sangre en todas direcciones.
Stahl salta al asiento del conductor y cierra la puerta.
Kane mira hacia atrás y ve la cantidad de zombies que corren hacia donde ellos están. En ese momento, T-boy está diciendo «ya está, vámonos de aquí, hermano». Logan levanta el arma y le dispara en la rodilla. La bala astilla el hueso y le hace caer, gritando de dolor.
Después, Logan Kane echa a correr.
T-boy aúlla más que gritar. Intenta levantarse pero es imposible. Los muertos le alcanzan y en apenas un momento rodean su cuerpo y el del inconsciente Jim Gordon. Al menos este no se da cuenta de que le están devorando vivo. T-boy sí, y grita hasta el final de su vida.
Stahl arranca la furgoneta. Ve cruzar delante de él a Logan Kane. Pisa el acelerador y la furgoneta se lanza hacia delante. Stahl gira el volante para atropellar a Kane, pero este se arroja hacia un lado en el último momento y rueda por el suelo. Stahl no tiene tiempo de frenar y golpea un coche aparcado, desplazándolo dos metros hacia delante.
Logan Kane se incorpora y corre hacia la siguiente esquina, con la pistola de Gordon en la mano y sin mirar atrás. Al alcanzar la esquina gira y sigue corriendo.
Stahl intenta que la furgoneta arranque de nuevo, pero el motor se ha detenido. De una patada abre la puerta y salta a la calle. Varios muertos corren hacia él alzando sus brazos ensangrentados y heridos. Stahl levanta el arma y aprieta el gatillo. Consigue reventar tres cabezas antes de quedarse sin balas. Después se gira para echar a correr, pero es demasiado tarde. Cuando uno de los zombies logra derribarle, es cuestión de segundos que varios se abalancen sobre él y le muerdan en brazos, piernas y cuello.
Stahl muere golpeando a uno de los zombies que le devoran con la culata del arma. Sus intestinos acaban desparramados junto a la rueda delantera de la furgoneta. Su sangre salpica la letra F del FBI pintado en el lateral del vehículo.