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Arthur observa la hoja que le han puesto delante. Lleva aproximadamente un minuto leyendo lo que dice, y es la tercera vez que empieza desde el principio, porque en realidad no puede creerse lo que dice.

Levanta la mirada hacia Stahl.

—¿Va en serio?

—Absolutamente.

Arthur no reprime la risa irónica. Deja el papel a un lado con gesto ofendido. No es para menos, en realidad se siente ofendido. Mucho. Normalmente, cuando algo amenaza con hacerle salir de sus casillas se obliga a pensar en Florida, en el retiro con una casita junto al mar y los paseos por la playa, con el agua mojándole los pies. Hoy no le apetece.

—Sheriff Newton —comienza Stahl, con el tono de voz que utilizan los políticos para prometer cambios que nunca realizarán—, sé lo que parece, pero nadie va a intentar quitarle el mérito a usted, o a su departamento, por la captura de Logan Kane.

—Claro que no —responde él, sarcástico.

—Trasladaremos al señor Kane al complejo carcelario de San Bruno, en San Francisco, para que esté cerca de las dependencias del FBI. Tenemos mucho trabajo que hacer con él, que requerirá horas y horas de interrogatorio. Sheriff, debe entender que esto no tiene nada que ver con usted. Por supuesto, creemos que San Bruno es más seguro que esta comisaría. Ya ha visto lo que ocurrió con el señor Conway.

—Estoy seguro que si intento revocar esta orden, usted no tendrá reparo en retractarse sobre el señor Conway, ¿verdad? Respecto a disparar un arma en una comisaría.

Stahl se encoge de hombros.

—Considérelo un gesto de buena voluntad.

Arthur resopla. Cuando sale del despacho se encuentra con que Jerry, Jeremy, Meredith y dos más de sus agentes están mirándoles, de pie y con los brazos cruzados. El agente federal Gordon se encuentra junto a la puerta, tenso.

—Jerry, tráeles a Kane —dice.

—Qué hijos de puta.

Jerry se dirige a las celdas murmurando. Arthur se hace a un lado para dejar que Stahl salga de su despacho.

—Sheriff Newton, le repito que no queremos robarle el mérito. Es más, necesitamos escolta, y nos gustaría que fuese usted mismo.

Arthur mira a Stahl. No está seguro de si dice la verdad o sigue tratando de metérsela por el culo.

—Es un viaje sencillo y corto, y será usted quien entregue a ese cabrón. Se lo prometo.

Arthur suspira con resignación. Después le dice a Jeremy que prepare uno de los coches. El agente sale de la comisaría. Un rato después, Jerry regresa de las celdas acompañando a Logan, que va esposado. Arthur se coloca al lado contrario, flanqueando al asesino. Stahl y Jim caminan detrás de ellos.

Fuera está oscureciendo. El aire ha adquirido esa tonalidad púrpura cercana al negro de la noche. Una furgoneta negra con las letras FBI pintadas en un lateral espera junto a la puerta. Jeremy se coloca detrás con uno de los coches patrulla.

El conductor de la furgoneta abre la puerta trasera. Arthur y Jerry escoltan a Logan hasta allí y le obligan a subir. Dentro hay otro hombre, un negro delgadito y con la cara angulosa vestido con un traje naranja de prisionero, con un número en la espalda. Tiene las muñecas esposadas y a su vez ancladas al suelo. El conductor de la furgoneta le pide a Logan que se siente.

Mientras le encadenan al suelo de la furgoneta, Arthur se gira hacia Jerry.

—Iré con Jeremy. Supongo que volveré esta noche, pero será tarde. Nos vemos mañana, ¿de acuerdo?

Jerry asiente.

La caravana la forman tres coches. En primer lugar, el coche patrulla conducido por Jeremy y Arthur seguido de la furgoneta del FBI, en cuya parte trasera además de los presos viaja también el agente federal Stahl, y cerrando el convoy, el Audi negro conducido por el agente Jim Gordon. Los tres vehículos abandonan el aparcamiento de la comisaría de Novato mientras Jerry se despide de ellos agitando la mano.