5

Tom Ridgewick se despide de ellos agitando la mano junto a la garita de seguridad, y observa el Land Rover cruzar la verja de entrada y girar hacia la derecha, en dirección a la costa. Tyrone está junto a él, con los puños apoyados en la cadera. Aprieta el botón que hace cerrarse la verja.

—¿Qué te han parecido?

—No creo que puedan permitírsela —sentencia.

Tyrone se encoge de hombros. No es algo que le preocupe, al menos mientras no paguen y se conviertan oficialmente en vecinos de San Mateo. A punto está de darse la vuelta para regresar al interior de la garita, y al aire acondicionado, cuando otro vehículo se detiene junto a la verja. Es un Mustang viejo que a veces escupe bolas de humo por el tubo de escape y que lleva en el capó una calavera dibujada en blanco sobre negro, muy similar a la de Death Proof De su interior sale, a un volumen más alto de lo recomendable, la atronadora música de algún grupo heavy. No necesita verle la cara al conductor para darle al botón que hace que la puerta se abra.

Tom saluda con una mano, y el Mustang avanza hasta que la puerta del conductor se encuentra a la misma altura que él. Neil Ridgewick tiene el codo apoyado en el lateral, asomando hacia fuera.

—Hola, tío —saluda.

—Hola, Neil.

Neil tiene un cigarrillo casi consumido del todo entre los labios. Es un joven de constitución fuerte, que podría haber sido quarterback si hubiese optado por jugar al futbol americano en lugar de fumarse todo lo que caía en sus manos. Baja el volumen de la música con la otra mano.

—No entiendo que no te quedes sordo —asegura Tom.

—El rock está hecho para escucharlo alto, tío. Escucharlo con un volumen bajo es como practicar sexo y pararse antes de terminar.

Tom suelta una carcajada, y Neil sonríe, mostrando todos sus dientes. Se quita la colilla de la boca y la tira por la ventanilla. Cae a los pies de Tyrone, que la mira con asombro, pero Neil ni siquiera le dedica una mirada.

—¿Quieres que quedemos un día de esta semana para cenar? —pregunta Tom.

—Claro, tío.

—Yo invito.

Tom le guiña el ojo a Neil, y este vuelve a dedicarle una de sus sonrisas de tiburón, marca oficial de la familia Ridgewick. Cuando su tío dice que le invitará a cenar sabe que se refiere a cenar, sí, con visita posterior al club más cercano, con servicio de todo incluido.

—Dale un beso a tu madre, anda.

—Claro.

Hace años que Neil no le da un beso a su madre, y puedes estar seguro de que ni siquiera le dará recuerdos de Tom. A Neil no le gusta hablar con su madre. La desprecia, le parece un ser desagradable y totalmente prescindible en su vida. Más de una vez ha pensado que no le importaría lo más mínimo que ella muriese. No, Neil entrará en casa y subirá directamente a su habitación. Quiere comprobar si las series que ha dejado descargándose por la mañana se han terminado de bajar. Y por supuesto, quiere comprobar si la vecina está en el jardín. Lleva cuatro días sin verla y la última vez la muy zorra se quitó la parte de arriba del bikini y dejó a la vista sus tetas. Es una cría, pero está buena.

Y para lo que a Neil Ridgewick le importa, es más que suficiente.