Patrick Flanagan condujo el Land Rover en dirección norte por la autopista 5 hasta Los Banos, donde dejó la autopista para tomar la 152 en dirección oeste, pasando junto al parque estatal Pacheco y llegando hasta Gilroy. A partir de ahí, la opción más lógica era tomar la 101 hasta San Francisco y bordear la ciudad por la autopista 280 hasta alcanzar el desvío a la izquierda que lleva a Half Moon Bay, pero la 101 estaba atestada de coches, por lo que Patrick tomó la decisión de seguir en dirección oeste, a través de carreteras secundarias, llegando a Santa Cruz y tomando allí la carretera que bordea la costa.
Son casi las seis y media de la tarde cuando Patrick detiene el vehículo a la entrada de Half Moon Bay, en el aparcamiento de un pequeño bar llamado Paradise. Al volverse y mirar atrás, se da cuenta de lo agotados que parecen estar todos, y eso le hace notar su propio cansancio.
—Os esperaremos ahí —dice, mirando primero a Verónica y después a Mark.
Mientras recorrían las carreteras secundarias en dirección a la costa, Verónica preguntó cómo harían para inspeccionar el interior de la urbanización y comprobar si realmente era segura y podrían utilizarla como lugar para establecerse. Patrick tenía un plan tan sencillo que Verónica achacó al cansancio el que no se le hubiera ocurrido a ella.
—Nos haremos pasar por compradores interesados.
Stan había dicho que sería bastante extraño que aparecieran todos ellos para ver una casa en venta.
—Lo mejor sería ir sólo tres de nosotros, hacernos pasar por una familia que quiere comprar una casa. Una típica familia americana de las que todos amarían tener como vecinos —dijo Patrick entonces—. Verónica, Paula y yo.
A todos les había parecido buena idea, y Mark le había preguntado a Paula si lo haría, pero ella no quería separarse de Mark y se negó. Finalmente, Patrick dijo que no importaba, y le propuso a Mark que fuera él el padre de esa familia perfecta.
Nadie incluyó a Brad en la conversación.
Nadie siquiera le preguntó su opinión.
Brad juraría que ni siquiera le miraron durante todo el trayecto. Más tarde, durante la noche, Brad incluso llegará a preguntarse si alguno de ellos se daría cuenta si desapareciese de repente.
Ahora, junto al Paradise, Patrick se baja del coche y aspira fuerte, llenando sus pulmones de brisa marítima. Stan, Ozzy y Brad Blueman se unen a él. Exceptuando a este último, todos levantan la mano a modo de despedida cuando Verónica arranca el Land Rover. Patrick se queda mirando al coche que se aleja, y siente una punzada de miedo al saberse vulnerable, que se le pasa de inmediato cuando un par de chicos jóvenes, con un corte de pelo tipo Kurt Cobain, pasan junto a él, con sus tablas de surf bajo el brazo, riendo y hablando. En la otra acera ve a una mujer paseando a un collie. Se da la vuelta. En la puerta del Paradise, una mujer joven habla por teléfono haciendo gestos con la mano libre.
—Resulta hasta raro, ¿verdad?
Patrick vuelve la cabeza hacia Ozzy. El mexicano observa a la mujer del móvil con gesto de alivio.
—Mucho —admite Patrick—. Venga, vamos, yo invito a la primera ronda.
Patrick echa a andar hacia el bar. Ozzy y Stan le siguen de inmediato. Brad se queda donde está, mirando las espaldas de los tres hombres con cierto desprecio. Les observa desaparecer en el interior del Paradise. Ninguno de ellos advierte que el periodista no está con ellos. Brad mira a su alrededor y se acerca hacia la mujer que pasea al perro. Este se acerca a husmear el tobillo de Brad. Blueman ignora al animal.
—¿Dónde puedo coger un autobús para San Francisco?
La mujer señala hacia delante. Siguiendo la dirección de su dedo, Brad ve a unos cuatrocientos metros, aproximadamente, una parada de autobús medio oculta tras las ramas de un árbol que amenaza con querer invadir la carretera. Brad se lo agradece con un gesto y camina hacia allí, sintiéndose liberado.