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Cuando Verónica y compañía huían del Radisson Hotel a bordo del Land Rover, te dije que te fijaras en un hombre llamado Barry Lyndon. Imagino que te acuerdas de él, productor de cine de serie B, al que vimos escapar de las garras de los zombies por los pelos. Si recuerdas, uno de los zombies golpeó la ventanilla de su coche con la fuerza suficiente como para hacerla estallar en pedazos.

Lyndon, que suele firmar sus películas como B. Lyndon para evitar las relaciones con la película de Kubrick aunque después utilice esa misma relación como una frase de entrada a la hora de entablar una conversación con alguna mujer en las fiestas, discotecas y clubs que frecuenta, le gusta decirles «Me llamo Barry Lyndon, como la película», a pesar de ser muy consciente de que el tipo de mujeres con las que le gusta flirtear y acostarse no tienen ni puta idea de qué película habla, y la mayoría asiente y sonríe de forma estúpida mientras él se divierte viéndolo.

Tiene la cara llena de pequeñas heridas producidas por las esquirlas de cristal que le saltaron a la cara en aquel momento. Parte de su camiseta está manchada de sangre por haberse limpiado con ella en varias ocasiones. Ha escuchado el discurso del presidente por la radio, pero permíteme que te diga que Barry Lyndon aún tiene problemas para creer lo que ocurre. Su mente, práctica y analítica, se niega a aceptar que algo así pueda ocurrir. Sólo Dios sabe cuántos guiones sobre zombies, virus apocalípticos y hecatombes de índole mundial ha podido leerse desde que estos temas volvieran a estar de moda después de que 28 días después abriera la veda.

Aunque él sólo ha producido una película sobre muertos vivientes, calificada en varios periódicos de tirada nacional con titulares como «Una demostración totalmente eficaz de lo que debe ser el mercado directo al DVD». Lyndon, que produce sus películas a través de la productora Cine Infierno, de la que es uno de los socios fundadores, suele reírse de críticas como esa, sobre todo porque empieza a estar acostumbrado a que no sean benévolas con sus productos. De todas formas, es consciente de que su cine es serie B.

En concreto, La hora del juicio final Zombie, título de la película que produjo sobre el tema, le parece bastante mala. El guión le resultaba divertido sobre el papel, pero el rodaje fue mal desde el principio. Nunca logró llegar a buen entendimiento con el director, se fue de presupuesto y lo que parecía una buena comedia negra pasó a ser un pastiche entre el terror y el drama con aderezos de humor. Tras ver el primer pase, se sintió tentado de tirar la película a la basura y no estrenarla jamás, pero sabía que aún era posible recuperar parte de la inversión a través del DVD.

A Lyndon, los zombies siempre le han resultado criaturas estúpidas, sin el carisma de los vampiros, la fascinación de los extraterrestres o la sorpresa de los nuevos monstruos. Los zombies, a su juicio, son idiotas que logran su perpetuación gracias al número y a su capacidad de contagio. Y peor aún si se trataban de zombies al estilo Romero, de los lentos. A Lyndon, las películas de zombies lentos siempre le causaron gracia. Es incapaz de comprender que esos seres logren atrapar a nadie.

Barry conduce pensando en lo imposible que le resulta aceptar el hecho de que Los Ángeles haya sido atacada por zombies rápidos, y se pregunta si son zombies o infectados, ese gran debate de los foros de Internet, su mente grita una y otra vez que no es posible, que no puede aceptarlo o se volverá loco, cuando una mujer se lanza a la carrera al carril por el que va, haciéndole señales con los brazos para que se detenga. Y Barry grita, por la sorpresa, y gira el volante bruscamente, esquivando a Zoe por centímetros y deteniendo el coche casi veinte metros más allá, después de derrapar y casi tragarse el quitamiedos.

Con el corazón galopando en su pecho, Barry lanza los ojos al retrovisor y respira aliviado al ver que la mujer sigue viva y no la ha atropellado. Zoe corre hacia el coche. Barry abre la puerta, sintiendo que le invade la furia posterior al susto.

—¿Se ha vuelto loca? ¡Podría haberla atropellado!

Desde el mismo lugar por el que ella saltó a la carretera, Barry ve emerger a dos hombres. Uno de ellos viste el mismo mono azul que Zoe y el otro lleva vaqueros y una camisa a cuadros. El de los vaqueros le parece árabe a Barry.

—¡Tiene que ayudarnos! —pide Zoe, alcanzándole.

Barry la mira, y después observa a los dos hombres. El del mono azul, Richard, tira del brazo del árabe.

—¿Han tenido un accidente? —pregunta Barry.

Y por dentro, reza para que la mujer conteste que sí, que el coche en el que conducían se ha salido de la carretera y dado dos vueltas de campana, o algo así.

—No. Son los zombies…

Zoe lo dice en voz baja, como si tuviera miedo de parecer loca y ahuyentar al hombre que tiene delante. Pero Barry baja la cabeza, meneándola, con la comprensión dibujada en sus ojos, y Zoe suspira.

—Joder.

Barry siente presión en su estómago. Porque es evidente que el asunto no se reduce a Los Ángeles. Mira alrededor, buscando alguna señal de peligro, pero no ve nada que le llame la atención. Un coche pasa a toda velocidad junto a ellos.

—Subid.

—¡Gracias! —exclama Zoe.

Los cuatro suben al coche de Barry y este arranca.

—Será mejor que coja la carretera que va hacia el sur —dice Richard, desde el asiento trasero—. La que va a Phoenix está bloqueada.

Barry le observa a través del retrovisor y asiente. Su coche se aleja antes de que el primer zombie llegue hasta la carretera, apareciendo por el mismo punto por el que han aparecido Zoe, Richard y Hamza. Se trata de un hombre con el rostro surcado por una herida abierta por la que alcanza a verse el hueso. Tiene más heridas en brazos y pecho y la ropa destrozada y colgando de su cuerpo. Un camión intenta esquivarle, pero al hacerlo, embiste de frente a un todoterreno que circula en dirección contraria a casi doscientos kilómetros por hora. El resultado del choque es brutalmente sangriento. El conductor del todoterreno no lleva puesto el cinturón de seguridad y atraviesa el parabrisas para caer dando vueltas como un muñeco por la calzada. En realidad, tiene más suerte que su mujer, que acaba hecha papilla cuando el morro del vehículo se convierte en un acordeón y la pesada maleta que llevan en el asiento trasero sale despedida hacia ella, aplastándole la cara contra el salpicadero. El conductor del camión sobrevive, a duras penas, para acabar convertido en comida para zombies apenas unos minutos después. El camión se queda cruzado en la autopista, bloqueando por completo todos los carriles.