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Resulta interesante darse cuenta que tanto Mark como Patrick encuentran inquietante que cada vez haya más coches en el aparcamiento del supermercado y siga llegando gente. El grupo empuja los carritos, llenos de bolsas, de regreso hacia el Land Rover. Hace rato que Paula ya no empuja ninguno de ellos, en cuanto empezó a estar demasiado lleno. Pero observa, porque Brad Blueman cierra el grupo en una imagen que ya empieza a ser habitual, con el periodista un par de metros por detrás de los demás.

Cuando alcanzan el coche, Brad ni siquiera se acerca para ayudarles. Se mantiene a la misma distancia, con los brazos cruzados y expresión de fastidio, observándoles. Verónica abre el maletero.

—¿Qué habéis encontrado vosotros? —pregunta Ozzy, girándose hacia Patrick y la bombero.

Stan Marshall y Mark empiezan a guardar bolsas en el maletero, ordenándolas para que quepa lo máximo posible.

—Un par de hornillos, de los que se usan en los campings —responde Patrick—, gas de repuesto, un par de sacos de dormir, porque no había más, un par de mantas, y semillas.

—¿Semillas?

—Tomates, lechugas, patatas, zanahorias… ¿Qué más hemos cogido? —Patrick mira a Verónica.

Ella se encoge de hombros. Patrick vuelve a mirar a Ozzy.

—En general, hortalizas y verduras de varios tipos.

Ozzy abre la boca para decir algo, pero se arrepiente y no lo dice. Tiene miedo de expresar el temor que siente y que este se haga realidad. En cambio, se gira hacia los carritos de compra y ayuda a Mark y Stan a guardar las cosas. Patrick se les une.

Aunque nadie diga nada, todos son conscientes de que la compra de semillas implica el pensamiento de que la situación no se solucionará y dependerán de ellos mismos para sobrevivir. Y mientras todos cargan el Land Rover, un par de metros detrás de ellos, con los brazos cruzados encima del pecho y la cámara de fotos colgada al cuello, Brad Blueman empieza a pensar seriamente que esas personas han perdido la cabeza.

Sí, porque no puede ser que piensen de verdad que el gobierno, el ejército o quien sea no lograrán dominar la situación. Eso no puede ser, porque el fin del mundo es cosa de películas, y una cosa es que ocurra algo como lo de Castle Hill, o como lo de Los Ángeles, y otra cosa muy distinta es pensar que el mundo se va a acabar.

Brad, al menos, es incapaz de pensar en ello.

En lo que sí piensa, y ahora con más fuerza, es en marcharse por su cuenta. No tiene nada que hacer con estas personas, que además le desprecian. Pero mira alrededor y sabe que se encuentra en ningún sitio. Button-algo. Le desagrada la idea de seguir adelante con ellos, pero si siguen hacia el norte llegarán a San Francisco en unas horas, y entonces les pedirá que paren el coche para poder bajarse. Serán unas horas largas, mirando el paisaje por la ventana y en completo silencio mientras todos los demás le ignoran y no le incluyen en sus conversaciones, pero al menos San Francisco es una gran ciudad. Y le agrada la idea de mandarles a tomar por culo antes de cerrar la puerta en sus narices.

—¡Necesito esa comida!

El grito hace que se giren a mirar. Una mujer de mediana edad está delante de un Mercedes con el maletero abierto, metiendo bolsas, y un hombre con abrigo negro y pantalones marrones de pana se ha parado a su lado y señala una de las bolsas. La mujer le ignora hasta que Pantalones de pana agarra una de las bolsas e intenta llevársela.

—¡Eh! —grita ella—. ¡Eso es mío!

—¡Yo también necesito comida! —grita Pantalones de pana.

—¡Pero lo he comprado yo!

El hombre da un fuerte tirón y la mujer cae de rodillas al suelo, lanzando un quejido de dolor.

Patrick da un paso hacia ellos, pero Verónica le agarra de un brazo mientras Ozzy le sujeta el otro. Patrick les mira sin entender. Verónica le hace un gesto con la cabeza, en dirección a la puerta del supermercado. Al mirar, Patrick se da cuenta de que varias personas están discutiendo junto a las puertas, intentando apropiarse de la compra de los que salen.

—Deberíamos largarnos —dice Mark.

Patrick observa con impotencia al tipo de los pantalones de pana, que ya está huyendo a la carrera con su botín en una mano. La mujer se ha vuelto a levantar y sigue guardando su compra en el Mercedes, entre lágrimas. Patrick se da cuenta de que una de sus rodillas se ha lastimado y tiene sangre.

Siente rabia.

Verónica agarra una de las bolsas de plástico y entra al Land Rover, en el asiento del copiloto. Stan Marshall guarda la última bolsa en el maletero y cierra, mientras Ozzy y Paula apartan los carritos ya vacíos, sin molestarse en llevarlos a la zona marcada para dejar los carros. El ambiente en la entrada del supermercado está caldeándose. Casi parece un polvorín a punto de estallar. Ozzy siente el ambiente cargado de mala energía, casi de chispas. Patrick entra al coche en el asiento del conductor y juguetea con los cables hasta conseguir contacto. El motor se pone en marcha.

—¿Estamos todos? —pregunta.

Ozzy deja subir a Paula y entra detrás de ella. Cierra la puerta a su espalda.

—Ya —dice.

Patrick pisa el freno, pero antes de poder meter la marcha atrás, la puerta que acaba de cerrar Ozzy vuelve a abrirse. Brad se asoma.

—¿Me dejas pasar? —pregunta.

Avergonzado, Ozzy asiente con la cabeza y se pasa al asiento trasero, junto a Stan. Brad se acomoda en el lugar que acaba de dejar libre y mira a Paula, que está a su lado, agarrando la mano de Mark.

—¿Por qué siempre llevas esa cámara? —pregunta la niña.

—Porque soy periodista —responde Brad, cerrando la puerta.

—¿Cómo la chica de las Tortugas Ninja?

Brad observa a la niña, con el desprecio tan legible en su rostro que Mark siente ganas de darle un puñetazo en la cara.

—Paula —dice, contento de atraer la atención de la niña. Cuando ella le mira, se da cuenta de que la pequeña no ha advertido el desprecio de Brad o, si lo ha hecho, lo ha ignorado con esa capacidad innata en los niños para quedarse sólo con lo que les interesa.

Patrick está sacando el Land Rover del aparcamiento. Stan Marshall y Ozzy tienen la cabeza girada, mirando por la ventanilla trasera hacia las puertas del supermercado. Hay dos hombres pegándose y un carrito lleno de bolsas se ha caído al suelo. La compra se ha desperdigado y todo el mundo está intentando agarrar lo que puede.

—Dios mío —murmura Ozzy.

Stan le contesta con uno de sus clásicos gruñidos.

Verónica, en el asiento delantero, abre la bolsa que no ha querido meter junto a las demás en el maletero y se gira para hablar con el resto.

—¡Chicos! —dice, para llamar la atención—. Patrick y yo os hemos traído un regalo que creo que vais a apreciar. Espero haber acertado con las tallas.

Saca el contenido de la bolsa y empieza a repartirlo. A Mark le entrega unos pantalones vaqueros y una camiseta blanca con la silueta de una palmera y un sol. Él se ríe.

—Gracias —dice—. Sí que lo agradezco. Cualquier cosa que sea quitarse este mono azul es de agradecer.

—Paula, espero que te guste la que he cogido para ti.

Verónica le entrega a la niña unos pantalones vaqueros y una camiseta con una flor en el pecho y pequeños volantes en las mangas. Paula se echa hacia delante y le planta un sonoro beso en la mejilla a Verónica.

—Muchas gracias —dice.

—De nada, guapa.

Paula mira a Mark, que se está quitando el mono, moviéndose incómodo en el coche, y después mira a Verónica con los ojos muy abiertos.

—¿Tengo que ponérmelo aquí?

Excepto Brad Blueman y Stan Marshall, el resto sueltan una carcajada. Hasta Patrick, concentrado en conducir para incorporarse a la autopista de nuevo, se ríe con evidente alegría.

—Si no quieres, no —le asegura Mark—. No te preocupes.

Paula frunce el ceño, pensativa, dando lugar a una expresión que a Mark le provoca una sonrisa llena de amor. Verónica continúa el reparto de ropa. A Stan le entrega unos vaqueros oscuros y una camisa a cuadros rojos y blancos. A Ozzy, vaqueros y una camiseta azul con el mismo logotipo que la de Mark. Verónica mira a Brad.

—Aquí está lo mío y lo de Patrick. Lo siento, Brad, no encontré nada de tu talla.

—¿Te molestaste en buscar? —pregunta él, con actitud de desdén y sin apartar la mirada de la ventanilla.

Verónica no contesta, pero su expresión es la misma que la de alguien que tuviera delante un cubo de excrementos. Paula rompe el silencio que se crea en el coche.

—¡Me queda grande!

Verónica mira a la niña. Se ha puesto la camiseta, y ciertamente, le queda un poco grande.

—¿Pero te gusta? —le pregunta.

—Sí, es muy bonita.

Verónica le guiña un ojo y le sonríe, casi olvidando del todo a Brad Blueman.

—Háblales de San Mateo —pide Patrick en ese momento.

—Ah, cierto.

Verónica sonríe y saca una revista del fondo de la bolsa que contenía la ropa y que aún contiene la de Patrick y ella. Mark se da cuenta de que no parece ser una revista normal, sino más bien algo parecido a un catálogo. Resulta estar en lo cierto. Verónica les enseña la portada. Se trata de un catálogo inmobiliario.

—Mientras yo buscaba la ropa, Patrick vio esto en un estante y estuvo echando un vistazo. Me habló de lo que había pensado cuando regresábamos hacia las cajas para pagar, y yo estoy de acuerdo con él, pero queríamos hablar con vosotros antes de tomar una decisión.

Verónica les observa. Exceptuando, por supuesto, a Brad, el resto la miran atentamente. Incluso Paula, a la que, te lo aseguro, le encanta sentir que forma parte de un grupo que la tiene en cuenta.

—A pocos kilómetros al suroeste de San Francisco hay un pequeño pueblo costero llamado Half Moon Bay…

—Yo he estado —asegura Ozzy.

—Patrick ha pensado que debemos buscar un sitio seguro, donde podamos estar a salvo de los zombies.

Brad resopla y se gira para decir algo, pero Verónica le fulmina con la mirada, y el periodista se limita a menear la cabeza.

—¿En serio? —pregunta Ozzy—. Quiero decir, ¿no os parece excesivo?

Brad levanta una mano, como queriendo preguntar «¿Lo veis?», pero nadie contesta a la pregunta de Ozzy, y este encoge los hombros y le dice a Verónica que continúe.

—En Half Moon Bay hay una…

—Urbanización —dice Patrick, sumándose a la historia—. Se llama San Mateo y, por lo que he visto en las fotos, está rodeada por un muro de piedra de algo más de dos metros, con seguridad privada y todo el lío. Bastante elitista.

—Si ese muro rodea todo el perímetro, podría ser un buen lugar.

Verónica le ofrece el catálogo de casas a Mark.

—Página doce —señala Patrick.

Mark abre el catálogo y mira las fotos que aparecen debajo del titular «Una agradable residencia en el glamouroso complejo San Mateo. Un paraíso en Half Moon Bay». Paula se apoya en su brazo para mirar la revista. Mark la abraza.