Logan Kane sigue sentado en la misma postura que tenía antes, cerca del borde del colchón, con las manos entrelazadas encima de las piernas y la vista fija en el suelo. Está tranquilo, como si no le preocupara nada de lo que está pasando. Desde donde está él, podemos escuchar, y él también lo hace, la puerta que comunica la zona de oficinas de la comisaría con las celdas, abrirse y cerrarse después de que pasen dos personas. Por las voces son Arthur y Jerry. Ambos hablan en voz baja, como si no quisieran ser escuchados, pero la acústica es extraña y podemos oírles claramente.
—¿Tú crees que es verdad?
—Joder, es el presidente —responde Arthur—. Si no es verdad, no entiendo a qué viene eso.
—Y ya has visto las imágenes. Pero no puede ser verdad, tiene que tratarse de otra cosa, no sé, un montaje, una promoción de una película, algo así. Lo has pillado empezado, ¿verdad? Igual antes lo dijeron, que se trataba de otra cosa.
—A mí me parecía muy real. ¿Te fijaste en sus ojos?
—Sí. Eso fue lo que más me impactó. Parecía que tenía… miedo.
—Sí, joder.
—Pero no puede ser —para entonces ya se encuentran delante de la celda de Logan Kane, pero este no levanta la cabeza para mirarles—. Quiero decir, no es posible algo así, ¿verdad? No sé, es… demasiado raro, ¿no?
Arthur se encoge de hombros. Lo cierto es que no sabe qué pensar. Puede que el discurso del presidente haya sido surrealista, pero todo tenía todo el aspecto de ser real. Demasiado real. Y aunque parte de su mente insista en aferrarse a lo conocido y le diga que es imposible, no puede evitar el cosquilleo intranquilo que siente por todo el cuerpo.
—Eh, capullo miserable —dice, apartando de su cabeza la historia del presidente y dirigiéndose a Logan—. Levanta y acércate.
Logan le mira, clavando en él su mirada de ojos almendrados. Se pone en pie y se acerca a la puerta de la celda, lentamente, con una parsimonia que exaspera al jefe de policía de Novato. Extiende las manos, pasándolas por el hueco destinado a tal efecto, y sonríe divertido mientras Jerry le coloca las esposas.
—¿Te hace gracia, gilipollas? —pregunta Arthur.
Logan se encoge de hombros. Jerry abre la puerta, y Arthur agarra por el brazo a Logan. El preso se deja llevar. Un minuto después, los tres entran en una sala de interrogatorios de paredes grises, con una mesa clavada al suelo en el centro y dos sillas. En una de ellas está sentado el agente Stahl, con sus ojos de sapo atentos a la forma de moverse del detenido. Tras él, de pie y apoyado contra la pared, se encuentra el agente Jim Gordon.
—Gracias, agentes —dice Stahl—. Si no les importa dejarnos solos…
Arthur asiente y le hace un gesto a Jerry para que salgan. Antes de cerrarse la puerta, alcanzamos a oír a Jerry preguntando otra vez si cree que de verdad es posible lo que ha contado el presidente en la televisión. Después la puerta se cierra y nos quedamos en el interior.
Stahl cruza las manos y apoya la barbilla en ellas observando a Logan. Este le devuelve la mirada y apoya sobre la mesa las manos, aún esposadas.
—Logan Kane, soy el agente Stahl y él es mi compañero, Jim Gordon, del FBI.
Logan abre los ojos y asiente con la cabeza, como si aquello le impresionara gratamente. Pero es evidente que no lo hace. Los dos agentes también se dan cuenta. Logan Kane parece estar disfrutando de todo esto.
Stahl coloca sobre la mesa una carpeta amarilla de las que se utilizan para clasificar material. Cuando la abre, deja a la vista una fotografía del cadáver de una adolescente rubia de pelo corto. Está desnuda, tirada junto al borde de un río, sucia y con varias heridas en su cuerpo. No es una imagen agradable.
—¿Te suena, Logan?
—No tengo la menor idea —responde.
Pero sí la tiene. Y Stahl es un buen agente, con mucha experiencia, y cuando Logan levanta la mirada de la fotografía, se da cuenta de que no va a obtener ninguna confesión porque ese cabrón despiadado que está sentado frente a él está pasándoselo bien.
—Por supuesto que no. Y tampoco le sonarán esta chica, ni esta, ni esta —a medida que habla, Stahl va levantando fotografías de otras chicas muertas y colocándolas en la mesa, de frente a Logan Kane.
—No las conozco.
—Ni siquiera has mirado las fotografías.
Logan sonríe, y ahora ya no parece un vendedor capaz de convencerte de comprar un bikini en plena helada, sino un lobo a punto de devorar a su presa. Baja la vista hacia las fotografías, con evidente desprecio, y vuelve a mirar a Stahl.
—No las conozco.
—Sin embargo, estuvo usted en Worland, Wyoming el cuatro de abril —dice Stahl, señalando la primera fotografía—. Y en Salina, Kansas, el veintiuno de noviembre del año pasado —señala la segunda fotografía—. Y en Montgomery, Alabama, el diecisiete de septiembre… ¿Quiere que siga?
—¿Pretende que recuerde las fechas y lugares de todos mis viajes, agente Stahl?
—No hace falta. Tengo los registros de sus viajes, suministrados por su jefe. Un hombre muy agradable, por cierto.
—Sí, lo es. Y yo no soy la única persona del país que viaja constantemente.
—¿Alguien coincide con usted en tantas fechas y lugares?
—¿No es posible? —pregunta Logan, sonriendo divertido esta vez.
—Improbable, diría yo —asegura Stahl, sonriendo a su vez, tratando de contrarrestar la actitud de Logan.
Pero este se encoge de hombros, restándole importancia.
—Circunstancial, diría yo.
—Logan —Jim Gordon abre la boca por primera vez, cruzando los brazos sobre el pecho—, tenemos diecisiete cuerpos de chicas menores de edad violadas y asesinadas en ciudades por las que usted pasó en las fechas de sus muertes. A mí me parece que está todo muy claro.
Logan vuelve a encogerse de hombros.
—Con Mary Ann cometiste un error —asegura Stahl—. Permitiste que te grabaran cuando la secuestraste.
Stahl coloca sobre la mesa una fotografía de Mary Ann Conway.
—A esta chica sí la conozco —dice, sonriente—. Le pregunté una dirección porque estaba perdido, ella me respondió, y entonces se desmayó delante de mi coche. Yo me bajé para ayudarla y llevarla a un hospital. Cuando estábamos de camino empezó a sentirse mejor y la dejé marcharse.
Stahl suelta una carcajada.
—Si realmente quieres convencer a un jurado, vas a tener que inventarte una historia mejor que esa, capullo.
Stahl se levanta sin recoger las fotos de la mesa. Los dos agentes salen del cuarto de interrogatorios y cierran la puerta, dejando a Logan Kane sólo con los recuerdos de sus crímenes.
—El hijo de puta es frío —comenta Jim.
—Y sabe que todo lo que tenemos es circunstancial. Puede que le condenen por la violación y asesinato de Mary Ann gracias a esa cinta de video, pero jamás por el resto de chicas.
Es evidente que tanto a Jim Gordon como a Paul Stahl les molesta y frustra esa situación. Y de nada servirá que ambos sepan que el hombre que está dentro de ese cuarto es un monstruo.
—¡Joder! —exclama Stahl, dándole un puñetazo a una mesa.