Al paso de la autopista 5 por Bakersfield se encuentra Buttonwillow. El Land Rover conducido por Verónica deja la autopista para meterse en el aparcamiento de un centro comercial.
—¿Seguro que no prefieres quedarte en el coche, durmiendo? —le pregunta Mark a Paula mientras Verónica aparca.
Paula niega con la cabeza, agarrando con fuerza la mano de Mark.
Cuando el coche se detiene, todos ellos descienden del vehículo y echan a andar hacia las puertas del centro.
—Vosotros ocupaos de la comida —les dice Patrick a Mark, Stan y Ozzy—. Nada perecedero. Lo mejor es que vayáis directamente a por las conservas y la comida en lata. Verónica y yo buscaremos otros artículos útiles.
Brad Blueman, que camina por detrás del grupo, se da cuenta de que el agente de policía de Castle Hill no ha contado con él. Hace ya un rato que ninguno de ellos le habla siquiera, y puede que crean que él no se da cuenta, pero sí que lo hace. Supone un regreso forzado a la época del instituto, cuando todos se burlaban de Brad Blueman por ser gordo, por llevar gafas y tener granos, por ser un empollón. En aquella época, Brad soportaba las burlas y los insultos porque se decía a sí mismo que llegaría a ser alguien importante mientras que todos esos gandules que se divertían metiéndose con él acabarían arreglando coches por un salario mínimo en algún taller de mala muerte. Solía llegar a casa y responder «bien» cuando su madre le preguntaba qué tal le habían ido las clases, pero después se encerraba en su habitación y lloraba, todos los días y durante varios años. Sólo su fuerza de voluntad y una confianza férrea en sí mismo evitaron que Brad Blueman se hundiera entonces. Y puedes estar seguro de que está absolutamente decidido a impedir que le hundan ahora.
Se da cuenta perfectamente de que vuelve a ser un paria, el elemento extraño dentro de un grupo que se lleva bien y que preferirían no tenerle con ellos. Y sabe que da igual que a veces diga cosas útiles, porque esa gente nunca le escuchará. Podría descubrir la vacuna contra el cáncer, que ellos la desestimarían sólo por ser suya. Tal vez Ozzy sí le escuchara, al menos al principio. Siempre se ha llevado bien con él, solía desayunar todos los días en su bar, pero está claro que los demás no. Y Brad sabe cómo funcionan esas cosas a nivel sociológico. Al final, Ozzy se alejará de él porque seguirá a los líderes del grupo.
Brad está pensando en no volver a subirse al coche.
Además, piensa que todo ese asunto de proveerse de comida y material es absurdo.
Las puertas del centro comercial se abren cuando se acercan, y ellos entran. Patrick es el primero en darse cuenta, pero para todos los demás es evidente que ocurre algo. Tardan unos segundos en entender que hay más gente de lo esperado, y que todo el mundo parece tener prisa. Patrick les hace un gesto a Verónica y Ozzy para que cojan dos carritos de la compra, y se acerca a un hombre que observa las colas que empiezan a formarse delante de las cajas. En el pecho del hombre hay un pequeño cartelito que le distingue como Director bajo el que aparece su nombre, Sr. William Tongue.
—Disculpe, ¿pasa algo?
El señor Tongue mira a Patrick con una sonrisa ensayada y falsa, la sonrisa de quien necesita agradar porque es su trabajo pero preferiría lanzarte una mirada de desprecio.
—Nada en absoluto, señor. Supongo que el discurso del presidente ha alterado a algunas personas.
—¿Qué discurso? —pregunta Patrick.
—¿No lo ha visto? Dijo que Los Ángeles ha sido atacado y que hay… no puedo decirlo en voz alta sin que me entre la risa —el director del centro comercial menea la cabeza, como intentando apartar de su mente el chiste más gracioso del mundo—. En fin, hay gente que piensa que esta crisis será gorda, como cuando dijeron que con el efecto 2000 todos los ordenadores del mundo se detendrían y la gente salió a la calle a por provisiones para sobrevivir a un Apocalipsis. Debería haber más noticias como esta. Son buenas para las ventas.
Patrick sonríe. La soberbia del director Tongue le resulta despreciable, así que decide regresar junto a sus compañeros. Después, Verónica y él se dirigen hacia una zona del centro comercial mientras Mark, Paula, Ozzy y Stan echan a andar hacia las conservas. Brad se queda quieto un momento, observando a los dos grupos con desprecio. Después, camina detrás de estos últimos.
—¿Puedo llevar el carrito? —pregunta Paula.
Ozzy se lo cede, guiñándole un ojo y revolviéndole el pelo con gesto cariñoso.
Mark es el primero en girar hacia el pasillo de las conservas, y al hacerlo se queda sorprendido. En ese pasillo está la mayor concentración de gente de todo el supermercado y las estanterías están medio vacías.
—Joder —gruñe Stan.
—Será mejor que nos demos prisa —responde Mark.