Por si te lo estás preguntando, la reacción al discurso del presidente no fue igual en todas partes. La mayoría del mundo coincidió en que dar conmocionado por la destrucción de Los Ángeles y la admisión del presidente de haber lanzado napalm sobre la ciudad.
En el estado de California, sobre todo en la zona circundante a Los Ángeles, el pánico ya estaba desatado. La presencia militar, los rumores sobre lo ocurrido en la ciudad del cine, y el número cada vez mayor de personas que huían de la zona contando historias terribles, hizo que el discurso del presidente simplemente fuera la gota que colmó el vaso y que empujó a los que aún no se habían enterado o no se habían dejado llevar por el miedo.
En el resto del país, al principio, no hubo caos, ni miedo, ni éxodos masivos. No al principio, al menos. Porque si a algo nos ha acostumbrado esta sociedad globalizada y masificada es a que las noticias, por muy aterradoras que sean, siempre ocurren en otra parte y acaban siendo resueltas por los gobiernos. Hubo escepticismo, preocupación, incredulidad, miedo… pero no una respuesta activa. La gente pensó que estaba solucionado o que se solucionaría antes de llegar hasta sus hogares. A medida que la infección se extienda, la gente empezará a darse cuenta de que no es un simple brote ocurrido en California, que no se trata de una terrible catástrofe puntual, y entonces sí cundirá el pánico.
En Seattle, apenas tres horas después del discurso del presidente, un hombre fue detenido tras disparar sobre un chico joven. Dijo que era un zombie y que lo hizo en defensa propia. Se elevaron los niveles de alerta en toda la ciudad y se desplegaron camiones militares y soldados por todas las calles. Se desató la locura, hubo saqueos y enfrentamientos contra las fuerzas del orden. Mucha gente trató de abandonar la ciudad y varios cientos de personas murieron antes de que realmente el Cuarto Jinete llegara a la ciudad. Durante los interrogatorios, el asesino confesó haber mentido y utilizado el discurso presidencial para ocultar un crimen por celos. El joven se acostaba con su esposa.
Tampoco es que importara, aunque es muy probable que el despliegue provocado por esa falsa alarma sirviera para alargar la vida de mucha gente. Seattle resistió durante más de un mes antes de ser arrasada por los muertos vivientes porque cuando la infección les alcanzó, sus defensas estaban preparadas.
Sectas y cultos vieron sus sedes abarrotarse de gente y sacaron a relucir sus mejores discursos sobre el fin del mundo y la nece sidad de purificarse. En Atlanta, cuarenta personas se suicidaron siguiendo las instrucciones de un falso profeta que les prometió la vida eterna. Entre ellos había seis niños.
Las iglesias también recibieron más visitas de lo normal. Incluso aquellos que se confesaban creyentes pero no practicantes sacaron cinco minutos de su tiempo para acercarse a rezar o sentirse protegidos.
Millones de plegarias se elevaron al cielo ese día.
Y todas acabaron siendo inútiles.