Dejemos al coronel explicando su idea mientras el presidente y Kurt Dysinger se dirigen a dar la rueda de prensa más impactante que se ha dado nunca, y volemos hacia el este, atravesemos el país hacia ese pequeño pueblo cercano a la ciudad de San Francisco donde hace veinticuatro horas un mexicano llamado Jorge Hernández descubrió el cuerpo de la joven Mary Ann Conway.
Novato.
Estarás conmigo en que se trata del típico e idílico pueblecito americano, muy Castle Hill, de los que aparecen en las postales y en las fotos de las agencias de viaje de todo el mundo, uno de esos sitios donde es difícil imaginar que puedan suceder cosas como las que le ocurrieron a la joven Mary Ann Conway.
Sólo hace falta un monstruo para convertir un sueño en una pesadilla.
En el caso de Novato, ese monstruo responde al nombre de Logan Kane, un vendedor de seguros de sonrisa perfecta y ojos marrones, que ahora está sentado en el borde del colchón que tiene en su celda, con las manos pacientemente cruzadas sobre las piernas y la mirada perdida en el suelo. De no ser porque sabemos de lo que es capaz, nos parecería un hombre incapaz de matar a una mosca.
Arthur Newton, el jefe de policía de Novato, California, está sentado en su despacho con los pies sobre la mesa, comiéndose una rosquilla mientras repasa la información que tienen sobre Logan Kane. No nos hace falta ser magos para darnos cuenta de que se siente pletórico. Crímenes como el de Mary Ann no suelen ocurrir en lugares como Novato, y ocurran donde ocurran no son fáciles de resolver. La suerte, y un poco de trabajo bien hecho, les permitió capturar al degenerado que violó y mató a Mary Ann. Arthur tiene sesenta años y está próximo a la jubilación. Cree que es bueno conseguir algo así antes de jubilarse, marcharse a vivir a Florida y dedicarse a pasar lo que le quede de vida pescando en Los Cayos.
La puerta de su despacho está abierta, así que cuando Jerry McDouglas entra en la comisaría y le ve, se acerca y se apoya en el umbral de la puerta.
—Buenos días, Arthur.
—Hola Jerry.
—Tío, ¿te has enterado de lo que ha pasado en Los Ángeles?
Arthur niega con la cabeza.
—No.
—He leído en Internet que algo pasó anoche. Dicen que ha habido tiroteos y que los militares han intervenido, pero no parece haber mucha información al respecto.
Arthur frunce el ceño.
—Esta mañana tenía las noticias puestas mientras me vestía pero no he oído nada sobre Los Ángeles, así que no creo que sea algo muy grave.
Jerry se encoge de hombros antes de dejar a Arthur sólo y dirigirse a su mesa. Pero Arthur se queda pensando. Baja los pies de la mesa y busca el mando bajo los papeles que tiene esparcidos por ella. Cuando lo encuentra, enciende la televisión. Dibujos animados. Cambia de canal. Una serie vieja. Cambia. Una película. Cambia. Reposición de Extreme Makeover. Cambia. Un video musical. Cambia a la CNN. Noticias sobre Afganistan. Arthur lee los titulares sobreimpresos, donde lo más importante parece ser una rueda de prensa que dará el presidente en unos minutos, pero en ningún sitio aparece mencionada Los Ángeles.
—¡No veo nada sobre Los Ángeles, Jerry!
—No será nada entonces —responde Jerry, alzando la voz para hacerse oír—. Es lo que tiene Internet, que cualquier gilipollas puede difundir noticias falsas y crear videos que lo respalden. Ahora todo el puto mundo sabe usar After Effects.
Arthur aprieta el botón de silenciar y deja el mando de nuevo en la mesa, preguntándose qué demonios es After Effects.
Salgamos del despacho. Jerry está sentado en su mesa. Se acaba de quitar el cinturón y lo ha dejado apoyado en el respaldo de su silla. Si nos acercamos a la mesa, podemos ver que tiene una foto enmarcada en la que se le ve a él, a una mujer y una niña de unos cinco años, los tres abrazados y con aspecto de estar muy felices.
Jerry levanta la vista cuando la puerta de la comisaría se abre. Espera que sea Meredith, la mujer que trabaja tras el mostrador y se ocupa de la centralita, pero se sorprende al ver a dos hombres trajeados e impolutos con gafas de sol oscuras deteniéndose en la entrada. Uno de ellos tiene el pelo corto y es de facciones aniñadas. El otro lleva el pelo un poco más largo y engominado hacia atrás y tiene los ojos saltones. A Jerry le recuerda a un sapo.
Se levanta.
—Buenos días. Soy el agente Jerry McDouglas —dice—. ¿Puedo ayudarles en algo?
El tipo que parece un sapo saca una identificación del FBI de su chaqueta y se la muestra a Jerry.
—Agente Stahl —dice—. Él es mi compañero, Jim Gordon.
Como para demostrarlo, el agente de cara aniñada enseña su identificación. Jerry observa ambas placas y mira a Stahl.
—¡Arthur! —llama, alzando un poco la voz—. Creo que deberías venir.
Arthur sale de su despacho y se acerca a ellos con el ceño fruncido. Se detiene junto a Jerry y observa las placas de ambos agentes.
—¿Qué les trae por Novato, agentes? —pregunta. No puede evitar sentir un cosquilleo de rabia subiéndole por la espalda.
—Tengo entendido que han detenido a un tal Logan Kane acusado de haber violado y matado a una niña.
Arthur le mantiene la mirada un momento, y después asiente con la cabeza, muy despacio.
—Será mejor que hablemos en mi despacho, agentes.
Stahl asiente. Arthur les indica que le sigan con un gesto. Jerry les observa entrar en el despacho de Arthur. Jim Gordon le dedica una mirada desinteresada antes de cerrar la puerta.
—¿Por qué les interesa el señor Kane? —pregunta Arthur, rodeando su mesa y sentándose.
—Antes de nada, Arthur… ¿Puedo llamarle Arthur?
Este asiente, aunque en realidad le gustaría responder que no.
—Llámeme Paul —dice Stahl—. Arthur, quiero decirle antes de nada que han hecho ustedes un trabajo fantástico, y que no estoy aquí para quitarles ningún mérito ni robarles a su detenido.
Arthur se sorprende al oír eso. Es la primera vez, que Arthur tenga constancia, que el FBI al menos intenta quedar bien mientras da por el culo a la policía local.
—El caso de Mary Ann Conway guarda similitudes con la violación y muerte de otras diecisiete niñas de distintos puntos del país, Arthur.
En ese momento, Arthur abre la boca por la sorpresa.
—Todas rubias, guapas y delgadas, como Mary Ann. Sabíamos que podíamos tener entre manos a un asesino en serie, pero en realidad, no teníamos absolutamente ninguna pista. Sospechábamos que podría tratarse de un vendedor, o de un camionero, alguien habituado a viajar continuamente, y por eso los cadáveres aparecían diseminados por todo el país, pero no sabíamos absolutamente nada de él. Y vosotros le habéis cazado en apenas unas horas.
—Tuvimos suerte —responde Arthur.
—No se quite mérito, Arthur. Me encargaré personalmente de que se sepa que fueron usted y sus hombres quienes le cazaron, pero ahora, me gustaría pedirle permiso para interrogar al señor Kane. Tenemos diecisiete familias que agradecerán que esclarezcamos las muertes de sus hijas. Se merecen darle un cierre a todo su sufrimiento.
Arthur asiente, enérgico y conmovido.
—Por supuesto.
Paul Stahl y Jim Gordon se ponen en pie y estrechan la mano de Arthur. Este ve a Meredith entrando en la comisaría en ese momento.
—Meredith les guiará a nuestra sala de interrogatorios. Me encargaré de llevar a Kane.
—Gracias, Arthur. Agradezco la colaboración.
Los dos agentes salen de su despacho. Arthur respira hondo y se gira hacia el cajetín de llaves para recoger la de la celda en la que está Logan Kane. Al darse la vuelta, dispuesto a salir del despacho, ve que en la televisión el presidente Norton está colocándose tras el atril con el logo de la Casa Blanca. A su lado hay un hombre con ojeras y pálido, con aspecto de haber sufrido y estar agotado. Busca el mando con la mano izquierda y aprieta el botón de volumen.
—… por estar aquí —está diciendo el presidente—. Lo que tengo que decir hoy no es fácil de digerir, pero les hablaré con franqueza. Estoy seguro de que más de uno de ustedes sabe que algo ha ocurrido en Los Ángeles durante la noche. Voy a intentar explicarles…
—¡Jerry! —llama Arthur, alzando la voz—. ¡Ven!
Jerry aparece en el umbral de la puerta y mira hacia el televisor.
—Todo comenzó ayer en las instalaciones militares de Castle Hill y tiene que ver con un virus, de investigación militar, conocido como el Cuarto Jinete…
Jack Norton está a punto de contarle al mundo lo que ha ocurrido en Castle Hill y en Los Ángeles, y lo hará sin ocultar información ninguna, clavando sus ojos azules en el objetivo de la cámara, dando la impresión de hablarle a todos los que se encuentran al otro lado de las pantallas. Después de su discurso, y de presentar al doctor Dysinger para que explique los efectos del virus, así como las debilidades de los muertos vivientes, las cadenas empezarán a poner las imágenes que han sido retenidas hasta el momento. En ellas, todo el mundo podrá ver personas horriblemente desfiguradas y mutiladas atacando a otras, devorándolas vivas, muertos levantándose, soldados disparando contra todo lo que se mueve, helicópteros sobrevolando la ciudad y arrojando sobre ella su carga de napalm, el fuego alzándose sobre la ciudad…
Cuando las Torres Gemelas fueron atacadas, millones de ojos se quedaron clavados en las pantallas de televisión, las respiraciones contenidas y los corazones encogidos. Hoy, la historia se repite de nuevo.