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Tal vez recuerdes a Marcus Bodganovich, el agente que huyó de la zona infectada con un mordisco en la pierna derecha y abandonando a su compañero.

Marcus fue un buen policía, tal vez algo reservado, pero hacía bien su trabajo y era lo suficientemente inteligente como para afrontar casos de distinta índole y solucionarlos. A lo largo de su vida, y antes del día de hoy, apenas había disparado su arma reglamentaria en dos ocasiones. La primera de ellas, durante una redada en casa de unos sospechosos de haber fabricado explosivos. Uno de los sospechosos atacó a su compañero con un cuchillo de cocina tamaño XXL y Bodganovich le reventó el pecho con dos disparos.

La segunda vez fue durante una patrulla. Él y su compañero de aquel entonces se encontraron con una riña familiar en la calle. El marido, evidentemente borracho, estaba golpeando de forma salvaje a su mujer, mientras la hija de ambos, de unos cinco años, lo veía todo y trataba de separar al hombre de su madre. Los dos agentes le pidieron que se detuviera, pero el hombre no hizo caso. Mientras ellos se acercaban pidiéndole que se parara, el hombre se giró hacia la niña y levantó el puño. Marcus le disparó por la espalda.

Hace cuatro años se casó con su mejor amiga desde la universidad. Intentaron tener hijos, pero ella no logró quedarse embarazada. Esta misma mañana, ella se hizo la prueba y dio positivo. Cuando el napalm cayó sobre la ciudad, ella estaba dentro de su casa, aterrorizada y oculta en su habitación, tapándose los oídos para no escuchar los gritos que provenían del resto del edificio y del exterior, donde sus vecinos estaban muriendo y devorándose unos a otros. En el salón, la mesa estaba puesta, con mantel y vajilla de ocasiones especiales y dos velas esperando ser encendidas. En el horno, el pavo asado estaba ya frío. Ella se preguntaba una y otra vez dónde estaba Marcus y cuando volvería.

El napalm la mató en los primeros cuarenta y cinco segundos. Su edificio fue consumido por las llamas, desintegrando todo rastro de los preparativos que pensaba utilizar para sorprender a Marcus. Adiós al pavo, al mantel y la vajilla, a las velas, y a la pequeña tira blanca con marcas rosas indicando un positivo.

Marcus nunca llegará a saber que su mujer estaba embarazada, a menos que exista otra vida más allá.

Pero Marcus ni siquiera era consciente de sus últimos momentos. Condujo en dirección este, y lo verdaderamente impactante es que no estrellara el coche en ningún momento, perdiendo sangre por la herida de la pierna y aturdido por lo ocurrido. Para cuando el napalm fue soltado, Marcus ni siquiera se dio cuenta. Para entonces, conducía a menos de veinte kilómetros por hora, con la cara casi pegada al volante, tan pálido que pareciera que podría verse a través de él, con gotas de sudor que resbalaban por sus sienes, los ojos entrecerrados y al borde del colapso.

Se mantuvo a esa velocidad durante casi diez minutos más.

Y ahora, finalmente, el coche patrulla se detiene por la inercia en medio de la avenida Arlington, en Riverside. El motor protesta antes de calarse. Un par de hombres se quedan mirando al coche desde la acera. Marcus aún aguanta unos segundos antes de cerrar los ojos y morir. Entonces, su cabeza cae hacia delante, apretando el claxon.

No olvidemos que es un coche patrulla. Los dos hombres se acercan, con la única intención de ayudar. El primero en alcanzar el vehículo y abrir la puerta del conductor se llama Ryan, y grita al ver el interior del coche, donde el tipo que mordió a Marcus sigue atravesado en el asiento delantero. Ryan es capaz de ver el cuello del hombre junto a la palanca de cambios, pero no ve la cabeza, sólo la masa sanguinolenta que quedó después de que Marcus la aplastara con su revólver.

El otro hombre intenta ignorar el macabro contenido del vehículo y agarra a Marcus por los hombros, apartándole del volante y silenciando el claxon. Más gente se está acercando. Ryan tiene tiempo de preguntarse por qué algunos llevan puesto el pijama. Incluso ve a una mujer tapándose con la bata y con zapatillas de andar por casa.

Entonces alguien dice que algo está pasando en el centro de la ciudad.

Un ataque terrorista, dice otra persona.

Explosiones.

Ryan ha oído el estrépito, pero ha pensado que se trataba de un rodaje de cine. Lo último que se le habría pasado por la cabeza es que la ciudad estaba bajo un ataque. Pero la gente habla de ello, y todo le resulta tan surrealista como la imagen del interior de ese coche patrulla, digna de la mente de Charles Manson. Ni siquiera es capaz de imaginar qué demonios puede haber ocurrido.

Alguien pregunta qué le ha pasado al poli.

Entonces Marcus abre los ojos y convierte Riverside en una nueva zona cero de la infección. No en la única, pero sí en la primera tras el ataque con napalm. Se convierte en el ejemplo claro de que el Cuarto Jinete ha escapado de las fronteras marcadas por los militares.

Hunde los dientes en el cuello del hombre que se ha agachado a ayudarle. Este chilla de dolor. La gente que se ha reunido alrededor del coche grita, más por la sorpresa que por el miedo, al menos de momento. Ryan se agacha impulsado por la necesidad inconsciente y no meditada de auxiliar al hombre, y entonces Marcus le muerde, primero en la mano, y cuando intenta apartarse, se arroja sobre él, tirándole al suelo, y le clava los dientes en la cadera, atravesando la tela de su camisa y alcanzando el hueso con los dientes, mientras junto a ellos, el primer hombre sufre los estertores de la muerte cercana mientras intenta, inútilmente, taponar la sangre que le sale a chorros del cuello.

Veinte segundos después, ese hombre se incorpora de nuevo convertido en un muerto viviente. Ryan tarda más, pero también pasará a formar parte del nuevo ejército de zombies que arrasará, paulatinamente, el país entero.

No es el único lugar donde los muertos vuelven a proliferar. Mientras las llamas empiezan a consumir los barrios colindantes a Pasadena, algunos zombies logran evitar la zona afectada por el ataque de napalm y siguen extendiendo la muerte entre la gente que intenta escapar de la zona. El fuego y los zombies avanzan a la par, convirtiéndose en ocasiones en aliados, al empujar a los vivos a abandonar sus casas y refugios y convertirse en pasto de los muertos.

En el sur, una mujer llamada Rose Brunett que fue mordida cerca del aeropuerto internacional de Los Ángeles y que huyó hasta su casa en Huntington Beach, despertará dentro de media hora convertida en uno de esos monstruos.

Apenas diez minutos después de que Rose comience un nuevo reinado de terror en Huntington Beach, otro hombre, herido por un mordisco en el hombro, caerá muerto en la zona de Santa Ana. Varias personas correrán a auxiliarle.

Craso error.

Más focos de infección comenzarán en algún momento situado entre las dos próximas horas en Granada Hill, al norte, y Tustin, al sureste. Cuando el sol comience a despuntar, un hombre con una visible herida en la pierna intentará abordar un avión privado en el aeropuerto municipal de Corona, al sureste de Los Ángeles. Tras una brusca pelea, en la cual arañará a uno de los auxiliares de vuelo, el hombre será abatido por un guarda de seguridad.

El avión, que llevará en su interior a la familia de un rico empresario de la zona que ha pagado muchísimo dinero para que ese vuelo parta sin constar en ningún papel, despegará rumbo a Orlando, en Florida. El auxiliar de vuelo, al que todos sus amigos conocen como Dedos por su capacidad para mover los dedos a toda velocidad, lo que le confería una capacidad asombrosa en juegos de cartas o de magia, no empezará a sentirse mal hasta mañana por la tarde, y aún entonces, a pesar de las noticias que ya hablarán claramente sobre lo que ocurre en el estado de California, pensará que se trata de alguna comida que le ha sentado mal. Morirá mañana por la noche.

Las autoridades ni siquiera serán capaces de explicarse cómo demonios llegó el virus hasta Florida, pero tampoco allí serán capaces de detenerlo.

Y todo esto apenas son unos ejemplos.

Los aeropuertos de todo el país se cerrarán en las primeras cinco horas como medida de prevención.

En apenas veinticuatro horas, el Cuarto Jinete habrá extendido sus mortíferos tentáculos por todo el estado de California y parte de Utah, Arizona, Nevada (Las Vegas será un infierno, te lo aseguro. El virus y los muertos se extenderán tan rápido por la ciudad del juego que será arrasada en apenas cinco o seis horas), Florida y el norte de México.

En cuarenta y ocho horas la península de Baja California habrá sido devastada. Sonarán los primeros casos en Monterrey y México DE En Estados Unidos, los estados de Idaho, Oregón, Wyoming, Colorado, Nuevo México, Georgia y Alabama comenzarán a verse afectados. Para entonces, el ejército estará sumido en el caos y será incapaz de responder de forma adecuada en la mayoría de lugares. Las deserciones se transformarán en un problema demasiado común.

El resto del mundo cerrará sus fronteras al tráfico aéreo proveniente de cualquier parte del continente americano. La histeria se desatará en todo el planeta.

México DF, con sus veinticinco millones de habitantes, se convertirá en un campo de batalla donde ciudadanos, policías y militares intentarán repeler a las hordas de muertos vivientes. Las batallas durarán una semana, durante la cual los vivos irán perdiendo terreno de forma paulatina y refugiándose en zonas cada vez más pequeñas.

La guerra se librará en dos direcciones, hacia fuera, intentando contener a los muertos, y hacia dentro, donde algunos heridos intentarán ocultar sus lesiones a la vista de los demás para no ser ejecutados, y acabarán convirtiéndose en zombies, sembrando el terror dentro de las zonas consideradas seguras.

De aquí a una semana, apenas quedarán vivas un centenar de personas en la capital de México. La mayoría morirán de hambre mientras esperan una salvación que nunca llegará, escondidos y ocultos en los sitios más dispares, tratando de mantenerse a salvo de los muertos.

Mucha gente se suicidará en los días venideros.

Las fronteras de Canadá, Guatemala y Belize serán traspasadas por la infección apenas cincuenta horas después del brote en Los Ángeles. Para entonces, también aparecerán brotes en Panamá, Colombia y Venezuela.

Poco a poco, sin prisa pero sin pausa, el virus extenderá su manto de muerte a través del continente.