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—¡Ostia puta!

El resplandor naranja hace que Verónica aparte la vista de la carretera por un momento y mire el espejo retrovisor. Al darse cuenta de lo que ocurre, pisa el freno de forma inconsciente, ganándose el pitido de otro coche que pasa junto al Land Rover a toda velocidad.

Se detiene en el arcén, completamente anonadada, y se da la vuelta en el asiento.

El frenazo ha despertado a todos.

Un momento después, las puertas del Land Rover se abren. Verónica es la primera en salir, con la vista fija en el skyline de Los Ángeles, que ahora parece estar completamente en llamas. Muchos coches se están parando en ambos sentidos de la autopista. La gente se baja de ellos y mira la ciudad con la misma expresión alucinada.

—Dios santo —murmura Stan Marshall.

Brad Blueman está tan aturdido por la emoción y el pánico que le embarga que ni siquiera es capaz de levantar la cámara para tirar un par de fotos. Mark abraza a Paula con fuerza. Patrick desciende hasta quedar en cuclillas, tapándose la boca con las dos manos. Un par de lágrimas recorren las mejillas de Ozzy. Y en la gente que está cerca de ellos, observando el tétrico espectáculo, podemos observar las mismas expresiones de horror, aturdimiento y emoción. Probablemente, la última vez que viste expresiones multitudinarias como estas fue durante el tristemente célebre 11-S.

—Ha sido Al Qaeda —murmura alguien, golpeando el techo de su propio coche con rabia—. ¡Estoy seguro!

—¿Ha sido una bomba nuclear? —en este caso, la que habla es una mujer, que no puede evitar que su voz, llena de emoción, suene aguda como un silbato.

—No ha habido hongo —responde otro hombre, con una gorra de Los Ángeles Lakers.

—Desde aquí parece que han atacado a toda la ciudad —añade un anciano que abraza a su mujer mientras ella llora en su hombro.

Poco a poco, los murmullos de indignación, coraje y tristeza empiezan a subir de volumen y a convertirse en verdaderas conversaciones. Patrick se incorpora y se acerca a Verónica y Mark.

—Creo que deberíamos seguir —dice.

—¿Piensas que lo habrán conseguido? —pregunta Mark, incapaz de apartar la mirada del resplandor naranja en que se ha convertido Los Ángeles.

Patrick no responde.

—Si nosotros hemos llegado hasta aquí —dice Verónica, regresando hacia el coche—, cualquiera con una herida o infectado de otra manera puede haberlo hecho.

Verónica cierra la puerta. El resto regresa al interior del coche. Stan tira de la manga de Brad para hacerle reaccionar, y el periodista se lanza sobre su asiento. Antes de cerrar la puerta, Mark observa la cantidad de vehículos que hay en la autopista por detrás de ellos y hasta donde se pierde la vista tras una curva y un cambio de rasante, coches que salían de la ciudad igual que ellos. Cualquiera de esos vehículos puede llevar a alguien infectado en su interior. Ellos mismos pueden estar transportando el virus, de la misma manera en que alguien lo llevó hasta el Radisson Hotel.

El sentimiento de ser apenas una hormiga incapaz de hacer nada para luchar contra el destino le abruma. Es la mano de Paula, cerrándose sobre la suya, la que le devuelve a la realidad.

Verónica arranca el motor del Land Rover y comienza a avanzar sorteando los coches que se han detenido y a sus ocupantes que han salido para contemplar el incendio. En su interior, todos van en silencio. El llanto contenido de Ozzy es lo único que escuchan durante los siguientes minutos.