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Un helicóptero les espera en el aparcamiento de la base militar de Castle Hill, demasiado cerca de la antigua plaza de aparcamiento de Kurt como para que este se sienta cómodo. Se pregunta qué habrá sido de Sarah, si volvería a levantarse después de muerta o no.

Se pregunta dónde estará su cuerpo. Y quién le reventaría la cabeza de un disparo.

El coronel Trask le ayuda a subir al helicóptero y se monta detrás de él. Los dos soldados que les han acompañado hasta allí realizan un disciplinado saludo militar y se retiran, mientras el motor del helicóptero empieza a ponerse en marcha.

Cuando el aparato empieza a elevarse, Kurt se siente mareado.

—Hemos hecho lo correcto, doctor.

Kurt mira a Trask.

—Lo sé, coronel.

Trask asiente, pensativo.

—No ha sido culpa suya, Kurt —le dice, clavando en él su mirada de acero—. En todo caso, échele la culpa al sargento Harvey Deep. Fue él quien robó las muestras y quien esparció el virus, no usted.

Kurt siente una mezcla de alivio y emoción al escuchar esas palabras. Casi le dan ganas de llorar.

—Gracias.

—Sólo digo lo que pienso, doctor. No se culpabilice, porque usted hizo su trabajo. Lo que ocurrió después no es responsabilidad suya.

El helicóptero sobrevuela el paisaje, y el sonido del rotor se convierte en una especie de mantra adormecedor. El agotamiento al que ha estado sometido Kurt Dysinger durante todo el día empieza a vencer la partida. Kurt apoya la cabeza contra la ventanilla y deja que sus ojos se cierren. Se dice que no va a dormirse, que sólo va a descansar un ratito, pero diez segundos después, su consciencia se apaga y su respiración se hace pesada y regular.

Nuestra condición de espectadores con pase VIP nos permite hacer muchas cosas, prácticamente participar de toda la acción en primer plano, sin sufrir las consecuencias del virus ni molestar con nuestra presencia. Es cierto que tampoco podemos entrometernos, aunque a veces podamos sentir la tentación, pero ciertamente es un lujo.

Kurt se ha quedado dormido, y su respiración se ha pausado, pero si nos fijamos en los pequeños detalles, podemos comprobar que no tiene un sueño tranquilo. ¿Cómo tenerlo, dadas las circunstancias? ¿Verdad? Es fácil fijarse en las manos de Kurt, en como no llegan a estar relajadas del todo en ningún momento, en como de repente se abren y se cierran, intentando agarrar algo. Es fácil darse cuenta de que sus pies se mueven repentinamente, como cuando alguien empieza a correr.

Y si me preguntas, te diré que pienso que el doctor Kurt Dysinger sueña con esos primeros momentos en que Sarah aún estaba viva y ambos intentaban escapar de la base militar, eludiendo a los muertos.

Pero no podemos hacer nada para calmarle. Sin embargo, podemos quedarnos en el helicóptero, donde Bernard Trask abre una maleta metálica y plateada, dejando a la vista un equipo electrónico con un teléfono rojo a un lado. El coronel lo levanta y aguarda, mientras el aparato busca señal. Un momento después, una voz grave responde al otro lado de la línea.

—Fred Barker.

—Buenas noches, Fred.

—Coronel Trask, estábamos esperando su llamada —saluda el ministro de Defensa—. Espere un momento mientras le pongo en abierto.

Bernard espera, obediente, mientras al otro lado de la línea, Fred Barker manipula el aparato.

—Ya —escucha decir a Barker—. Coronel Trask, está usted en conversación con el presidente. También se encuentran en la sala el vicepresidente Ellis y el secretario general Shephard.

—Buenas noches, señores —saluda Bernard—. Y buenas noches, señor presidente.

—Buenas noches, coronel Trask —saluda el presidente poniéndose al frente de la conversación—. Espero que llame con buenas noticias.

—Sí, señor presidente. Estuvimos en la base y el doctor Dysinger en persona destruyó todas las muestras del Cuarto Jinete.

—Es una gran noticia —asegura el presidente, lanzando un suspiro—. ¿El doctor Dysinger se encuentra con usted?

—Sí, señor, pero está dormido.

—Me hubiera gustado agradecerle su colaboración en persona y explicarle los siguientes pasos que daremos —responde el presidente—. Confío en que lo haga usted por mí, coronel.

—Lo haré, señor.

—Bien. Le dejo con Fred Barker.

—Muchas gracias, señor presidente.

—A ustedes, coronel.

Trask escucha a Barker carraspear al otro lado de la línea.

—Bernard, hemos dispuesto un avión en la base. Queremos que acompañe al doctor Dysinger hasta Washington. El presidente quiere que Kurt Dysinger esté a su lado cuando se dirija a la nación mañana por la mañana.

—De acuerdo.

—Hasta pronto, entonces.

Bernard Trask se despide y cuelga el teléfono rojo. Después, cierra la maleta y la deja sobre el asiento que tiene delante. Mira por la ventanilla. Puede ver las luces de la ciudad de Los Ángeles. A estas horas, Jason Fletcher aún no se ha despertado convertido en un zombie y parece que el mundo sobrevivirá a la crisis de Castle Hill.

El coronel Bernard Trask no puede estar más equivocado si piensa eso.