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En el camino hacia Palm Springs, el taxi conducido por Hamza deja a la derecha el barrio de Pico Rivera. El Cuarto Jinete alcanza los límites de ese barrio a las cuatro de la mañana. Normalmente, a esas horas, la mayoría de las casas están a oscuras y hay poco movimiento en las calles. Este día en concreto, el barrio visto desde arriba parece un árbol de navidad. La mayoría de las casas tienen luces encendidas, mucha gente se asoma a los porches de sus casas o a las ventanas, otros encienden las televisiones buscando alguna información sobre lo que está ocurriendo, los vecinos conversan entre ellos, preguntándose qué pasa. Reina un ambiente de tensión y miedo.

Desde las tres, tal vez antes, han empezado a escucharse disparos, gritos, ladridos enfurecidos de perros, e incluso alguna explosión. En la avenida Manzaneda la mayoría de la gente está en la calle, hablando con los vecinos. El propio Angus McGee ha estado allí hasta hace un momento, cuando el estúpido chupatintas que vive enfrente ha comentado, seguro de sí mismo, que seguramente hayan sido los árabes otra vez, como en el 11-S.

—No sabemos lo que está pasando —le ha respondido Angus.

—Disparos y explosiones, como si hiciera falta algo más. Los putos árabes nos están invadiendo finalmente.

Angus ha puesto los ojos en blanco y ha preferido meterse en casa. Nunca ha soportado a ese engreído, y la idea de que los árabes estén invadiendo California le resulta tan surrealista como la idea de que los extraterrestres hayan aterrizado en el Capitolio. Me pregunto qué pensaría de la realidad, porque supongo que si alguien le dice ahora que los muertos se levantan y atacan a los vivos tampoco le parecería muy coherente.

Angus enciende la televisión y empieza a zapear, buscando información sobre lo que está ocurriendo. En la CNN, una reportera de grandes ojos verdes está diciendo que los militares han prohibido a la prensa acercarse más allá del punto donde ella se encuentra. Desde plató, el presentador del informativo le pregunta por la razón de todos esos disparos. La reportera cuenta que no lo saben porque el ejército mantiene silencio en ese tema, pero que los rumores hablan sobre un brote de violencia.

Angus se da cuenta de que la reportera tiene miedo y se pregunta qué demonios es lo que sabe pero se está callando. La conexión vuelve a plató, donde el presentador anuncia que tienen imágenes del helicóptero. Angus se tensa en el sofá al reconocer la zona que está sobrevolando el helicóptero. Se trata del boulevard Whittier, a menos de cinco minutos a pie de su casa. Lo primero que piensa al ver las imágenes es que le recuerda a las imágenes aéreas de las batallas de El señor de los anillos, con multitudes que corren y se arrojan sobre otros grupos. Sobre el puente que cruza el río hay lo que parecen ser dos camiones ardiendo, y mientras la imagen está en pantalla, algo estalla. A Angus le parece que es frente al Taller Smog.

Se pone de pie de un salto al escuchar el ruido sordo provocado por la explosión, pero no a través del televisor.

De repente, la idea de que los árabes estén invadiendo Los Ángeles no le resulta tan descabellada.

Vemos a Angus McGee retroceder hacia la puerta, con los ojos clavados en la pantalla de televisor, donde la muchedumbre se esparce en todas direcciones. El presentador está hablando sobre grupos de personas que atacan a otros, la información que llega es débil y no está contrastada.

Nada se encuentra más lejos de la mente de Angus que la llamada recibida hace unas horas y la extraña e inquietante propuesta de Brad Blueman para publicar un libro. Aunque Angus se acostó después de esa llamada y estuvo pensando en ella durante un rato, ahora ni siquiera la recuerda. Tampoco es que importe.

Dos cosas ocurren al mismo tiempo que hacen que todo el vello de Angus se erice. Un horrible grito se eleva en el cielo, demasiado cercano, a Angus le parece que proviene de la misma avenida Manzaneda. Al mismo tiempo, la imagen que transmite la CNN se corta bruscamente y durante tres o cuatro segundos, la pantalla sólo retransmite esos puntos blancos y negros que en el argot televisivo denominan ruido. Después, regresa la imagen a plató, y el presentador, que tiene la expresión de estar diciendo algo que realmente no comprende, explica que están teniendo problemas con las conexiones en directo, pero que la CNN se compromete a seguir informando sobre la ola de violencia que se vive en el centro de Los Ángeles.

Angus se da la vuelta y se asoma a la calle. De repente, todo el mundo está corriendo, alejándose hacia el sur, algunos de regreso a sus casas. Conoce a la mayoría de esas personas porque son sus vecinos, y nunca ha visto en sus caras el desconcierto y el miedo que transmiten en ese momento.

Ve caer a la señora Dwayne, una mujer de casi sesenta años que vive tres calles más arriba y que podría darle una paliza a muchos de los jóvenes de hoy en día. La señora Dwayne hace ejercicio religiosamente todos los días, y se mantiene en forma. Es habitual verla trotar por el barrio, vestida con uno de sus coloridos chandals y una cinta rodeándole el pelo. Angus la ve caer, sí, y después, ve como es rodeada por un grupo de gente. Después la oye gritar, pero no puede ver qué le están haciendo porque sus cuerpos la cubren.

Observa la expresión de Angus McGee. Sé que últimamente vemos mucho esa expresión, pero no deja de sorprenderme la capacidad del ser humano para parecer retrasado mental cuando algo le asombra. Se despegan los labios y la mandíbula inferior se descuelga, abriendo la boca en una especie de letra O. Se abren los ojos, que parece que van a salirse de sus órbitas. Para saber el por qué de esa reacción, hay que seguir su mirada hacia el grupo que rodea a la señora Dwayne. Angus McGee acaba de darse cuenta de que la mayoría de esas personas tienen la ropa manchada de sangre, y algunas muestran heridas atroces. Incluso parece como si a ese chico, el que se encuentra más a la izquierda, le sobresaliera el hueso del brazo.

Pero eso no es posible, ¿verdad?

Uno de los tipos que rodea a la señora Dwayne se gira hacia Angus. Al verle la cara llena de sangre, y con el ojo izquierdo y la nariz convertidos en algo parecido a mermelada de fresa, Angus chilla. No huye, porque sus piernas se han convertido en dos blo ques de granito, pero chilla mientras el hombre con el rostro destrozado corre hacia él, alzando los brazos, engarfiando los dedos, abriendo y cerrando la boca.

Los dos caen al recibidor y ruedan por el suelo. La pierna derecha de Angus golpea un mueble y derriba un marco de fotos que hay encima. El otro hombre muerde a Angus en el hombro. Intenta deshacerse de él. Siente las manos del hombre intentando escarbar en su espalda.

El último pensamiento de Angus es sobre los chandals de colores llamativos y brillantes de la señora Dwayne. Para entonces, su recibidor parece un matadero.