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Será mejor que dejemos en modo pausa a la ciudad de Los Ángeles y retrocedamos en el tiempo. Ven, acompáñame de regreso al Radisson Hotel, crucemos la puerta principal. El teniente Harrelson está siendo atacado por Eliza Fletcher y Aidan Lambert se lanza a ayudarle. Como todo en la vida, este tipo de actos tiene una doble lectura. Habrá quien considere que el señor Lambert es un valiente y su comportamiento heróico y honorable, pero sabes tan bien como yo que muchos otros pensarían que actúa de forma temeraria y poniendo en peligro su propia vida.

Richard Jewel, Gabriel, Zoe y Duck Motton toman el otro camino, el de escapar en cuanto las cosas se ponen feas. Los cuatro cru zan la cocina del hotel y atraviesan la puerta, saliendo a la noche angelina. Richard gira hacia la izquierda y corre sin mirar atrás. Los demás le siguen, sobre todo por esa inercia que lleva a los que van detrás a seguir a los que lideran.

Lo curioso es que el que corre al frente, dirigiendo su camino, es un hombre del que hace veinticuatro horas ninguno de los otros tres habría aceptado un consejo, un hombre que en cuestión de una hora se ha bebido casi un litro de whisky él solo y que ahora corre como si se tratara del puto Ben Johnson.

Richard ve un taxi más adelante y levanta el brazo haciendo gestos. Las luces de freno traseras del vehículo se encienden, y el taxi se detiene junto al bordillo. Richard lo alcanza y se introduce en el asiento del copiloto. Duck, Zoe y Gabriel llegan un momento después y entran en la parte trasera.

El taxista, un joven musulmán llamado Hamza, observa a sus clientes y se pregunta por qué parecen tan nerviosos. Si le hubieran preguntado, Hamza habría respondido que estaba seguro de que los cuatro tenían miedo de algo, pero a Hamza los americanos le parecían tan extraños ahora como el primer día que pisó el país, gente llena de contradicciones y capaces de promover el ejercicio y después entrar a un McDonald’s para hartarse de comida basura. Además, a Hamza le daba la impresión de que los americanos siempre tenían prisa y estaban estresados por algo.

Así que, a pesar de que aquellos cuatro americanos en concreto a Hamza le parecen asustados por algo, el chico aparta ese pensamiento a un lado y lanza una sonrisa cordial y servicial al hombre que tiene a su lado.

—¿A dónde se dirigen?

—Arranque —pide el hombre, y a Hamza le abofetea el aliento a alcohol del hombre. Hace uso de su fuerza de voluntad para mantener la sonrisa y no apartar la mirada con desagrado.

—Claro —responde—. Pero, ¿a dónde se dirigen?

—No lo sé —responde Richard Jewel, cada vez más tenso, y lanzando una mirada hacia la puerta aún cerrada del restaurante—. ¡Arranque, por favor!

Hamza asiente con la cabeza y obedece. Trabajando como taxista hace tiempo que aprendió que discutir con borrachos es absurdo. Si ese hombre quiere que arranque y no le da una dirección, es problema suyo. El taxímetro va a empezar a contar, y por lo que respecta a Hamza, le importa bien poco la cartera del tipo.

El taxista gira la esquina un momento antes de que Aidan Lambert atraviese la puerta, medio tropezando y cayendo al suelo, golpeando a una pareja y derribando a la chica.

—Hacia Palm Springs —dice Zoe, inclinando la cabeza hacia delante.

—De acuerdo —responde Hamza.

Zoe mira por el cristal trasero, pero lo que ve es una calle normal y corriente, donde aún no ha ocurrido nada. Al volverse hacia delante, se da cuenta de que Duck la está mirando con una ceja levantada.

—¿Palm Springs? —pregunta en un susurro.

—Teníamos que decir algo —responde ella—. Cuando era joven viví un tiempo en Palm Springs, y es lo primero que me ha salido.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —pregunta Gabriel.

Zoe y Duck le miran. El chico está pálido y tiene los ojos llenos de lágrimas. Zoe le pasa el brazo por encima de los hombros.

—No te preocupes, Gabriel. Los militares aparecerán y lo arreglarán, igual que lo hicieron en Castle Hill.

Gabriel asiente. Zoe le da un suave beso en la frente y después mira hacia Duck, que tiene un gesto de preocupación en la cara y formula una pregunta con los labios sin que las palabras lleguen a salir de su boca. ¿Estás segura?

Zoe niega con la cabeza.

Duck cierra los ojos y suspira.

—Espero que Aidan esté bien —murmura Richard en el asiento delantero.

Hamza conduce el taxi hasta la carretera 60, atento al tráfico y sin prestar demasiada atención a sus clientes. El trayecto les lleva casi dos horas porque cerca de Riverside se encuentran con un ligero embotellamiento, pero la carretera vuelve a despejarse cuando alcanzan Moreno Valley. Sorprendentemente, Richard Jewel se queda dormido cuando la adrenalina de la huída empieza a desaparecer. Gabriel también se duerme, entre los brazos de Zoe.

A Duck le gustaría poder dormirse, pero no lo consigue. Hablar no es una opción, Zoe está sumida en sus propios pensamientos, así que Duck apoya la frente en el cristal y se limita a contemplar la ciudad. A su lado, Zoe tiene miedo de lo que está por venir, porque no cree que puedan detener al virus esta vez, como está claro que no lo consiguieron en Castle Hill. Y la sensación que la aborda es desasosiego. Le gustaría poder despertarse y descubrir que se quedó dormida en el hotel, que nunca llegó a bajar al restaurante y todo esto no es más que una pesadilla. No se hace ilusiones sobre ello. Zoe siempre ha sido una mujer realista.