Stan comienza a descender las escaleras de dos en dos adelantando a los demás. Brad le sigue, golpeando con el hombro a Mark, que mira hacia atrás asustado, hacia la puerta cerrada. Flinn es el único que sigue arriba con él.
—¿Y el poli? —pregunta.
Flinn se encoge de hombros. Y después, ante la mirada de reproche de Mark, comienza a bajar la escalera tras los demás. Mark mira la puerta cerrada y escucha un golpe al otro lado, de algo golpeando cristal. Sube un escalón y agarra el manillar. Se pregunta si lo hace porque le preocupa el policía realmente o para retrasar el momento de bajar las oscuras escaleras.
Paula le observa en silencio.
Mark abre la puerta, apenas una rendija. Ve a Patrick al otro lado, pegado a la pared, y cree distinguir un rasgo de alivio en la mirada del hombre al verle. Levanta un dedo y señala hacia fuera. Mark intenta mirar en la dirección que le indica Patrick, pero la orientación de la puerta le impide alcanzar a ver la puerta principal del hotel, donde el golpe contra el cristal se repite. Vuelve a mirar a Patrick.
El agente le señala y le hace un gesto para que se marche. Mark niega con la cabeza y le indica que cruce. Patrick frunce el ceño y se inclina para mirar hacia el exterior. El adolescente sigue allí, mirando hacia el interior del hotel, con la mano pegada al cristal.
Después, Patrick cruza a la carrera. Mark abre la puerta de golpe para recibirle. Fuera, el adolescente le ve, y, como si enloqueciera, comienza a golpear el cristal con fuerza y lanza un grito inhumano al aire que hiela la sangre de Patrick. Sin embargo, no se detiene hasta cruzar la puerta que lleva al parking. Mark la cierra a su espalda, pero eso no silencia los gritos y golpes del adolescente sobre la puerta.
—Gracias —dice Patrick.
—De nada. ¿Crees que el cristal aguantará?
—Si sigue golpeando así, lo dudo. Larguémonos.
Patrick hace ademán de comenzar a bajar, pero Mark se queda quieto. Patrick se detiene y le mira.
—¿Qué pasa? —pregunta.
—Tengo… —Mark traga saliva. Le cuesta hablar de ello. Le avergüenza reconocerlo. Siente las miradas de Paula y Patrick clavadas en él—. Tengo un problema con la oscuridad.
—¿Te da miedo? —pregunta Paula. Y sin embargo, no hay tono acusatorio, ni burlón, sino una comprensión tan abrumadora que hace que Mark quiera estrecharla entre sus brazos.
—Sí —responde.
Mark siente la mano de Paula cogiendo la suya. La niña le aprieta la mano, y Mark sonríe agradecido. Después, mira a Patrick, esperando encontrar en él la burla que no ha recibido de parte de Paula. Sin embargo, Patrick parece preocupado.
Y entonces, el agente hace algo que sorprende a Mark: estira su mano hacia él.
—No te soltaremos, ¿verdad, Paula?
Paula niega enérgica con la cabeza. Mark, asombrado, agarra la mano del policía. Los tres comienzan a bajar, lentamente, la niña y Patrick ligeramente adelantados. En unos segundos han alcanzado la esquina y giran. Mark siente una opresión en el pecho al comprobar que el siguiente tramo de escalera está aún más oscuro que el primero. Al fondo hay otra puerta, metálica, con una barra a la altura de la cintura, de esas que hay que empujar para que se abran. Patrick y Paula siguen bajando y tirando de él con suavidad. Mark se deja llevar, y siguen avanzando, a pesar de que Mark siente que no podrá continuar porque sus piernas se bloquearán después de cada paso.
No ocurre, y finalmente, Patrick alcanza la puerta. Empuja la barra y abre la puerta. Al otro lado, el parking sí aparece iluminado, con luces blancas dispuestas cada cuatro o cinco metros.
—¡No ha sido difícil! —exclama Paula, alegre.
Desde arriba les llega el sonido de cristales rotos, seguido de un gruñido voraz y de pasos que corren por el vestíbulo. Y son los pasos de más de una persona.
—¡Vamos! —les apremia Patrick.