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Paula se despierta de golpe empapada en sudor porque ha tenido una pesadilla. Por un momento le parece escuchar el gruñido animal de uno de esos seres, pero recuerda que su madre siempre le dice que a veces las pesadillas extienden sus tentáculos hasta la realidad y cuesta despegarse de ellas.

Para entonces, Eliza y Jason ya han cruzado la puerta que lleva a las escaleras tras Gary Stanton y el pasillo vuelve a estar en silencio.

Paula se incorpora. Mark ha dejado encendida la lámpara de una mesilla de noche, por lo que la habitación no está completamente a oscuras. Paula lo agradece. Mira a su alrededor buscando monstruos. Su padre siempre le ha dicho que los monstruos no existen, pero Paula los ha visto con sus propios ojos hoy. Hay sombras amenazadoras, lo suficientemente tétricas para que una niña de seis años que ha vivido lo que Paula ha vivido, no crea seguro dormirse de nuevo.

Con la angustia apretándole la garganta, Paula aparta las sábanas de su cuerpo. Tiene sed, pero sabe que no se levantará al cuarto de baño para beber, porque tal vez, y sólo tal vez, las historias que escuchó en el campamento de verano al que le llevaron sus padres sobre monstruos que habitan debajo de la cama sean ciertas, y cuando ella baje los pies de la cama, una mano podría salir desde la oscuridad y apresarle el tobillo.

Paula no va a arriesgarse.

Con cuidado, Paula levanta las sábanas de la cama de Mark y se cuela, con ese sigilo que sólo los niños son capaces de conseguir. Se acurruca junto al cuerpo del hombre que ha permanecido con ella todo el día, sintiendo el calor que desprende, y cierra los ojos. Tal vez allí, con un adulto tan cerca, los monstruos no se atrevan a acercarse a ella.