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Mark introduce la llave en la puerta de la habitación. Verónica cruza detrás de él, en dirección a la habitación 353. Mark gira la cabeza para mirarla, y Verónica le devuelve la mirada. Puedes estar seguro que en las miradas que cruzan esta noche los supervivientes de Castle Hill hay más información que en muchos libros de texto. Son las miradas que sólo pueden entender aquellos que han pasado por la misma experiencia traumática y saben que nadie más que ellos podrá comprender jamás.

Paula entra en la habitación. Mark la sigue y cierra la puerta a su espalda. Observa el interior, pintado de un color blanco grisáceo, completamente funcional. Hay dos camas, dos mesitas de noche, un escritorio, una silla, un televisor y un armario. Junto a la entrada hay otra puerta, que lleva al cuarto de baño. Al fondo, una ventana con cortinas azules que en ese momento están cerradas. No puede evitar recordar que estuvo a punto de morir en una habitación muy parecida a esa, y que fueron Verónica y Terence los que le salvaron. Parece que ha pasado una eternidad desde entonces.

—¿Tengo que dormir con esto? —pregunta Paula, contrariada.

Mark observa el mono azul que a Paula le queda grande. Se encoge de hombros.

—Eso parece, preciosa.

Paula se acerca a la cama y la toca con la punta de los dedos. Se gira para mirar a Mark.

—En casa tengo muchos pijamas. Me gusta dormir con pijama.

Mark asiente. Se deja caer sobre la cama, sentado.

—Tengo uno de Hello Kitty —dice la niña—. Ese es mi preferido. Es rosa y hay muchas Kittys pequeñitas por todo el pijama. Mi papá dice que es ñoño. No sé qué significa ñoño, pero a mí me gusta mucho. Me lo compró mi mamá.

Oyendo hablar a la niña, Mark siente como si una garra invisible le apretara el estómago. Se da cuenta de que las lágrimas empiezan a asomar a los ojos de la niña. Extiende las manos hacia ella y la abraza.

—Echo de menos a mamá y papá —dice.

—Ya lo sé.

Mark le da un beso en la frente y le limpia las lágrimas con el dedo índice. Paula intenta sonreír.

—Mañana mismo saldremos a comprarte todos los pijamas que quieras, ¿de acuerdo? Y después, nos tomaremos un helado gigante. Conozco una heladería fantástica. ¿Cuál es tu sabor de helado favorito?

A Paula se le iluminan un poco los ojos al escuchar eso.

—¡Chocolate! —responde, como si tuviera que ser obvio.

—Jamás has visto un helado de chocolate tan grande como el que nos vamos a comer mañana! —asegura Mark—. Ya lo verás.

Paula abraza a Mark con fuerza y él le devuelve el abrazo.

—¿Podemos juntar las camas? —pregunta ella, con la cara hundida en el pecho de él.

—¡Por supuesto! —asegura Mark—. Si no lo hacemos, voy a pasar miedo por la noche.

Paula suelta una carcajada y se separa para mirarle. Mark asiente y le da un beso en la mejilla. Después se levanta, aparta la mesita de noche central y empuja una de las camas para juntarla a la otra.

—¡Mucho mejor así! —dice, y Paula se vuelve a reír—. ¡Y ahora, a dormir!

Paula se lanza sobre la cama y se mete entre las sábanas. Mark la arropa y le da otro beso en la mejilla. A la niña ya se le empiezan a cerrar los ojos. Mark se queda sentado junto a ella, observándola, hasta que la respiración de Paula se vuelve regular. Después se levanta y entra en el cuarto de baño.

Al mirarse en el espejo, Mark no se reconoce del todo. Jamás se ha visto con un aspecto tan agotado en toda su vida. Se acerca a la bañera, abre el grifo de agua caliente y empieza a desnudarse. El contacto del agua caliente sobre su piel le resulta relajante. Mark cierra los ojos e intenta olvidarse de todo y concentrarse únicamente en el agua que cae sobre él. Se pregunta si debería llamar a Karen. No es que tengan una relación muy importante, apenas un lío con una compañera de trabajo, pero durante todo el día, Mark supone que debido a Paula, Mark ha pensado en varias ocasiones en lo que uno espera de la vida. Sabe que quiere a Paula, ya la considera su hija, y se pregunta si a Karen le gustaría ser parte de esa familia. Se promete a sí mismo que la llamará al día siguiente sin saber que nunca cumplirá esa promesa.

Mark apoya un puño en la pared y empieza a llorar lágrimas de agotamiento que se mezclan con el agua de la ducha y se fugan por el desagüe. Llora durante un rato, dejando salir toda la tensión que ha vivido durante el resto del día, hasta que la piel empieza a arrugarse por efecto del agua.

Después, sale de la ducha, se seca y vuelve a ponerse el mono azul antes de meterse en la cama. Prácticamente se queda dormido en cuanto su cabeza toca la almohada.

Cuando despierte, el mundo volverá a estar patas arriba.