El Radisson Hotel es un edificio de diez plantas y fachada gris situado junto a la Universidad Southern California y el Museo de Historia Natural de Los Ángeles, cerca del centro de la ciudad. La autopista 110 pasa relativamente cerca, tanto que en algunas habitaciones se puede escuchar el rumor del tráfico incluso con las ventanas cerradas.
El camión militar toma la salida de la autopista y cruza junto a un grupo de estudiantes que se ríen de algo que tan sólo ellos han escuchado. Después gira a la derecha y se acerca a la puerta del hotel. Al detenerse, Jason abre los ojos y mira alrededor, desorientado.
Por un momento, le parece que lo ha soñado todo, que Carrie sigue viva, que los muertos no se levantan y que él está en la parte trasera del coche patrulla que le lleva a prisión. Luego ve a su tía Eliza junto a él, abrazándole con gesto amoroso. Jason no recuerda que su tía Eliza haya hecho eso nunca en su vida. Y más allá, ve a Mark abrazando a Paula, que parece igual de desorientada que él mismo.
Ver a Mark le resulta igual de doloroso que un golpe en el estómago porque supone que todo lo que ha ocurrido ha sucedido de verdad. Jason baja la mirada hacia sus manos. Aunque se las ha lavado, a él le parece sentir aún la sangre de Carrie que saltó despedida hacia él cuando le partió el cráneo con una piedra.
Una lágrima amenaza con escapársele del ojo derecho, y Jason la fulmina con un manotazo furioso.
Dos soldados abren la lona que cubre la parte trasera del camión y les indican que pueden bajar. El primero en saltar a la calle es Aidan Lambert. Después, estira los brazos por encima de la cabeza y la mueve hacia un lado y otro. Mira a su alrededor. Algunas personas que caminan por la calle les miran. Es fácil adivinar que se preguntan qué hace allí ese camión militar y quiénes son las personas que bajan de la parte trasera vestidas con monos azules.
Aidan se da la vuelta y ayuda a Paula a bajar al suelo cogiéndola de la cintura.
—En recepción les darán las llaves de sus habitaciones —dice uno de los soldados—. Y si alguno sigue teniendo hambre, el restaurante estará abierto para ustedes.
Mark se agacha junto a Paula y le coloca el pelo por detrás de la oreja.
—¿Tienes hambre, Paula?
Paula mira su reloj de Mickey Mouse.
—Ya tendría que estar en la cama —responde, haciendo un mohín con los labios.
—Podemos hacer una excepción —le asegura Mark, cogiéndola de la mano.
—Prefiero dormir. Estoy cansada.
Mark sonríe y le da un beso en la frente.
—Si quieres que te diga la verdad, yo también. Estoy exhausto.
—¿Sausto?
—Exhausto —le corrige Mark—. Significa muy, muy, muy cansado.
Mark se incorpora y echa a andar hacia el hotel con Paula de la mano. El resto de supervivientes que viajan en ese primer camión les siguen. Y puede que ellos, presa del agotamiento físico y mental no caigan en la cuenta, pero nosotros sí lo hacemos. Si miras más allá de la entrada del hotel verás cuatro militares, aparentemente relajados, pero cuya verdadera función es vigilar que a ninguno de los supervivientes le dé por desobedecer e intentar dejar el hotel. En realidad, no se esperan problemas, pero alguien decidió, de forma lógica, que más vale prevenir que curar.
Mark llega hasta el mostrador, donde otro soldado le sonríe de forma amable y se dirige al recepcionista para indicarle que ese es el grupo de gente que estaban esperando. El recepcionista les observa, claramente extrañado. En realidad, nadie le ha explicado nada sobre quién es la gente a la que debe alojar en el hotel. Le han ordenado que lo haga y él obedecerá. A fin de cuentas, ese es su trabajo y lo único que le importa es que pase el tiempo hasta las doce, cuando le relevarán y podrá irse a casa.
—Habitación 351 —dice, colocando una llave sobre el mostrador.
Verónica coge la llave y se la entrega a Mark.
—Que tengáis buena noche —dice, sonriendo a Paula. Después, mira a Mark, que le devuelve la sonrisa con gesto cansado.
—353 —dice el recepcionista, entregando otra llave.
Verónica la coge.
Detrás de ella, Richard Jewel se inclina hacia Aidan Lambert.
—Lambert, yo voy a tomarme una copa en el restaurante. ¿Te apetece ser mi compañero de batalla?
Lambert observa la nueva llave que el recepcionista ha colocado sobre el mostrador. La coge y mira a Richard, que enarca una ceja. Aidan suspira y le entrega la llave a Zoe.
—Que duermas bien, Zoe.
—¿Y tú, chaval? —pregunta Richard, mirando a Jason—. ¿Te apetece una ronda de buen whisky escocés a cuenta del Tío Sam?
Jason tiene los ojos hundidos, con ojeras marcadas. Si pudiéramos tocarle la frente tal vez aún no notáramos nada, pero puedes apostar a que ya tiene unas décimas de fiebre.
—Tengo el estómago revuelto —responde.
—Nos vamos a dormir directamente —asegura Eliza, pasando el brazo por la cintura de Jason de forma protectora.
Richard se encoge de hombros y mira al soldado que está junto al mostrador. Antes de que abra la boca para preguntarle, el soldado levanta el brazo y señala una puerta a la derecha.
—El restaurante está allí.
—Gracias —responde Richard, llevándose la mano a la frente, en una especie de saludo militar que no sale como debiera.
Aidan resopla detrás de él. Podemos ver que incluso reprime una risa antes de empujar con suavidad la espalda de Richard y avanzar hacia la puerta del restaurante.
—¡Esta noche pienso cogerme una cogorza de puta madre! —grita Richard, alzando un puño—. ¡Me lo he ganado, joder!
Junto al mostrador, el soldado se muerde los labios para evitar reírse, mientras el recepcionista frunce el ceño, completamente desorientado.