Hola. Sabía que volveríamos a vernos.
Supongo que me recuerdas igual que yo te recuerdo a ti. Buscadores de historias, eso somos y así nos conocimos. Y si estás aquí es porque quieres ver, igual que yo, y puedo guiarte y mostrarte todo lo que ocurra de aquí en adelante, porque eso es lo que hago. Te tiendo la mano, te doy la opción, sígueme y te mostraré los recovecos más oscuros e íntimos de lo que está a punto de empezar.
La última vez que nos vimos estábamos en Castle Hill y fuimos testigos de primera mano de la hecatombe que se produjo en ese pequeño e idílico pueblo por culpa de un militar con ansia de fortuna. Aquel hombre, no sé si lo recuerdas pero se llamaba Harvey Deep, fue el culpable de la liberación del virus conocido como el Cuarto Jinete.
Concebido como un arma, el mortífero virus tiene la capacidad de provocar que los muertos se levanten convertidos en zombies ansiosos de carne humana. Los has visto actuar, sabes lo incansablemente insaciables y voraces que son. Probablemente, el doctor Kurt Dysinger, uno de los responsables de la creación del Cuarto Jinete, te diría que se trata de la creación más atroz y terrorífica del ser humano. Y, bueno, creo que ni tú ni yo podríamos negar la evidencia.
Apenas un mordisco o un rasguño de uno de esos seres se convierte en una sentencia de muerte. Si te infectan, perderás poco a poco las fuerzas, sentirás fiebre y náuseas y te apagarás como se apaga una radio al quedarse sin pilas. Acabarás cerrando los ojos mientras tu corazón deja de latir y tus pulmones de bombear aire, pero un momento después, abrirás de nuevo los ojos y gruñirás, incapaz de volver a comportarte como un ser humano porque serás más animal que humano, y tu única obsesión será consumir la carne de los que aún queden vivos. De hecho, ni siquiera serás tú para entonces porque estarás muerto.
Tú no tienes por qué preocuparte, por supuesto. Mientras estés conmigo no puede pasarte nada, y oye, te recomiendo que no te alejes demasiado. Seremos meros espectadores y ni siquiera notarán que estamos ahí. Es como tener un asiento en primera fila para contemplar la obra más horrible que puedas concebir. Estás en el lugar donde la sangre te salpicará, la fantasía de un buen voyeur.
A los zombies les mueve únicamente su hambre, su ansia desmedida. Uno o dos pueden resultar fáciles de esquivar, o incluso de matar, aunque debes apuntar a la cabeza, porque es lo único que les frenará del todo, pero cuando se encuentran en grupo, y por desgracia, su búsqueda de carne humana les lleva a agruparse, más te vale correr más rápido que ellos.
Ya lo sabes, todo comenzó en Castle Hill. En apenas un día el pueblo fue casi borrado del mapa por estos muertos vivientes. El ejército respondió a tiempo y rodeó el pueblo para impedir que la infección se propagara. El presidente de los Estados Unidos, a pesar de las presiones por parte de algunos de sus consejeros más cercanos que le instaban a borrar de forma expeditiva el pueblo de Castle Hill del mapa utilizando una bomba, aprobó una incursión en busca de supervivientes.
¿Recuerdas al coronel Trask? El hombre que parecía sacado de una de esas películas protagonizadas por Schwarzenegger en los últimos veinte años del siglo XX, con su corte de pelo marcial y sus músculos a punto de reventar el uniforme. Él y su grupo de operaciones especiales entraron en Castle Hill buscando supervivientes. Fueron la cabeza de la ola que barrió Castle Hill acribillando a los muertos vivientes y limpiando el desastre.
Y pudieron haberlo conseguido. Estuvieron, como quien dice, a punto de lograr detener el desastre, pero en las notas de Kurt Dysinger acerca del virus, su virulencia y las vías de contagio se mencionaba la sangre y las heridas producidas por uno de los infectados. Resulta curioso, ¿verdad? En las notas del doctor Dysinger no se menciona en ningún sitio la palabra zombie. Habla de muertos que reviven, explica las causas, la forma en que funciona el virus, de su mortalidad, de los terribles efectos y su potencial peligrosidad, pero nunca utiliza la palabra zombie. Creo que el imaginario popular descalifica cualquier informe médico.
Aunque debemos darle un crédito a la gente del gobierno que actuó con absoluta celeridad y sin plantearse la posibilidad de que los efectos descritos por el doctor Dysinger en su informe fueran absurdos. De haberlo hecho, de haber existido la más mínima duda en algún punto del camino entre la primera información y la decisión de sitiar Castle Hill, seguramente la contención habría sido imposible.
Al principio, los supervivientes fueron llevados a uno de los campamentos que los militares instalaron a las afueras de Castle Hill durante la crisis. Allí se les examinó y se les obligó a pasar por un proceso de desinfección. Se quemaron sus ropas y todo lo que pudiera haber estado en contacto con la sangre de los infectados, se les dio de comer y se les proporcionó nueva vestimenta. En todo momento, se siguió el protocolo marcado por el equipo del doctor Dysinger en su informe.
Durante los momentos de alegría y euforia que siguieron al fin de la crisis, cuando ya se sabían supervivientes, nadie pensó en la posibilidad de que alguno de ellos estuviera infectado pero aún no mostrara los síntomas. Porque nadie se había planteado la posibilidad de que alguien pudiera estar infectado sin haber sido mordido o herido.
Mientras en Novato, a más de seiscientos kilómetros al norte, el jefe de policía Arthur Newton encerraba en una celda a Logan Kane y cerraba la puerta, el teniente Harrelson, a cargo del campamento militar donde los supervivientes habían sido agrupados, dio la orden para que el primer camión se pusiera en marcha. En él viajaban algunos de los supervivientes de la crisis de Castle Hill, y el resto no tardaría en seguirles. La idea era llevarles al Radisson Hotel, en Los Ángeles, y mantenerles allí por esa noche para dar tiempo al presidente a preparar una rueda de prensa que se daría al día siguiente, en cuanto amaneciera en Washington, y donde se explicaría lo ocurrido en Castle Hill.
A ninguno de los supervivientes le pareció mal. Te aseguro que todos ellos se sienten tan felices de haber sobrevivido como exhaustos por lo agotador y tenso que había resultado el día, y la idea de tumbarse en una cama a dormir antes de volver a vivir como personas normales y corrientes les parece maravillosa a todos ellos.
Y ven, entra conmigo al camión en marcha. Mira, ahí está sentada Zoe. Tal vez la recuerdes. Trabajaba como recepcionista en la comisaría y es una mujer de aspecto maternal y sonrisa sempiterna, amable y agradable. Se ha quedado dormida en cuanto se ha sentado y el camión se ha puesto en marcha. No podemos culparla por ello.
También se ha quedado dormida Paula, la niña de seis años de pelo castaño cuya cabeza descansa sobre las piernas de Mark Gondry. Puedes ver cómo Mark, a pesar de su aspecto cansado, de las ojeras y su clara extenuación, acaricia con suavidad paternal el pelo de la niña. Mark se encontraba en Castle Hill cuando estalló la epidemia por casualidad. Su trabajo como redactor de un pequeño periódico local le había llevado al pueblo para entrevistar al campeón de un torneo de dominó de carácter mundial. Nunca llegó a hacerlo. Encontró a Paula perdida en las calles del pueblo y se hizo cargo de ella cuando los muertos empezaron a atacar a todo el mundo. Entre ellos se creó un poderoso lazo de amor y dependencia.
Junto a Mark está sentada Verónica Buscemi, tan hermosa como ha sido siempre, incluso con el mono azul que les proporcionó el ejército. El inicio de la epidemia se cebó con los miembros de la policía, bomberos y sanitarios, que fueron diezmados en los primeros y violentos minutos. Verónica trabajaba como bombero en Castle Hill, aunque a nadie le habría extrañado que dijera ser modelo. A nosotros, desde luego, nos habría parecido perfectamente normal, porque basta un vistazo a su cuerpo para darse cuenta de que te encuentras frente a una mujer diez. Su melena rojiza recuerda al fuego, y su carácter es duro como el más duro de los hombres.
Verónica está despierta, pero cabizbaja y en silencio. Resulta curiosa la calma reinante en la parte trasera del camión, solamente rota por el sonido rugiente del motor.
Por si te lo preguntas, Verónica está pensando en su compañero Terence, por el que al final de la crisis se descubrió teniendo sentimientos. Es improbable que llegue a llorar, porque Verónica es una mujer fuerte, pero puedes estar seguro de que le duele pensar que pudo hacer algo para salvar a Terence y no lo hizo. Aunque no tenga razón. En muchas ocasiones, basta que la mente lo crea para que algo sea real.
Al otro lado de Verónica está sentado Richard jewel, también conocido por ser el borracho oficial de Castle Hill, un hombre por el que nadie habría apostado como uno de los supervivientes del infierno que se desató por la mañana en el pueblo, pero al que una serie de decisiones inteligentes y una pizca de suerte le llevaron a sobrevivir sin demasiados problemas.
Junto a él tenemos a Aidan Lambert, el excéntrico propietario de la fábrica papelera de Castle Hill. Aidan Lambert es una de esas personas sobre las que se podría escribir un libro entero, ya lo creo que sí. Uno se puede hacer muchas preguntas sobre Aidan Lambert, entre ellas, si lo más importante para él es el dinero o las mujeres. Si recuerdas, el señor Lambert es un reconocido putero. Pero también es un hombre que no se empequeñece ante los problemas y saca fuerzas de lo más hondo de su ser para enfrentarse a ellos y desde el principio se mostró dispuesto a hacer frente a la horda de muertos que les perseguían.
Pero de entre todos los que viajan en este primer camión con rumbo a Los Ángeles hay alguien que nos interesa por encima de todos ellos. El joven Jason Fletcher descansa, sin llegar a dormir, abrazado a su tía Eliza, a la que nunca ha tenido verdadero cariño pero, hoy por hoy, es lo único que le queda.
Jason Fletcher, el joven de pelo largo que normalmente viste con ropa oscura y chaquetas de cuero, que fue acusado de incendiar una granja y herir de gravedad al matrimonio que residía en ella, es en estos momentos la persona más importante del camión, porque Jason Fletcher cuidó de su novia hasta el final. Carrie resultó mordida y Jason la acompañó hasta el último momento. Carrie estaba infectada, y mientras se despedían para siempre, ambos se besaron, con toda la pasión de jóvenes amantes que se saben en una situación sin solución, que saben que el destino les separará para siempre y deben aprovechar la ocasión que les brinda para despedirse. Y aunque ninguno de ellos sabía que fuera posible, así como tampoco lo sabía el doctor Dysinger o los militares que se encargaron de inspeccionar a los supervivientes, aquel intercambio de saliva convirtió a Jason Fletcher en una bomba humana, en el nuevo paciente cero.
Mírale, con la cabeza apoyada en el hombro de Eliza, moviéndose incómodo, buscando una postura mejor, sin saber que será el causante de la mayor tragedia vivida por el mundo.
Con el desastre en su interior, el camión militar prosigue su camino hacia Los Ángeles a ciento cuarenta kilómetros por hora bajo el cielo oscuro y una noche libre de nubes en el que las estrellas empiezan a brillar ajenas a lo que ocurre en el planeta azul, o tal vez, demasiado conscientes de que era cuestión de tiempo que el hombre acabara destruyendo su propio mundo.